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— ¿Cuánto va a demorar el auto en llegar?

Manjiro echó una rápida mirada a todas las personas que abandonaban el aeropuerto con sus respectivas maletas y se movían a sus respectivos vehículos, aunque él seguía ahí, con las gafas oscuras puestas, esperando al borde de la autopista con dos maletas en las manos.

— Unos veinte minutos aproximadamente, porque hemos llegado antes de tiempo.

— ¿Veinte minutos?

— Sí, ¿quieres que nos sentemos a esperar o comamos algo?

— No, yo me iré por mi parte —soltó, dejando la maleta y apretando a su madre en un rápido agarre similar a un abrazo—. Te veo luego.

La vio abrir los labios con la intención de oponerse y sin darle ninguna explicación, avanzó hacia la otra acera, cruzándola con rapidez, atento a todos los taxis ocupados con diferentes personas que pasaban frente a él, sin encontrar ninguno vacío. A pesar de que todavía era muy temprano, el sol no se había asomado y el cielo se encontraba tan nublado que no dudaba en que empezase a llover en cualquier momento.

Pero solo el pensar que estaba a pocos metros de él le removía el estómago y le hacía desear cerrar los ojos y encontrarse en su casa lo más rápido posible.

Takemichi.

Takemichi estaba a pocos metros de él.

Una sonrisa le iluminó el rostro y sus ojos se enfocaron en la autopista. Todos los vehículos estaban ocupados y no se iba a detener a esperar que alguno se atreviese a llevarlo. No ahora, no después de haber esperado once días sin verlo, no ahora que lo necesitaba tanto que no podía resistir un segundo más sin tenerlo. Dio una última mirada a todo el grupo de vehículos amontonados en la carretera y tras decidirse finalmente, empezó a correr hacia adelante con toda la energía acumulada.

No le interesaba si sus piernas se gastaban con cada paso dado ni tampoco si los pulmones se le estrechaban en algún momento; todo le valía mierda si lo tenía a él. E incluso cuando se sentía que el cansancio estaba al borde de derrumbarlo, no podía hacer más que seguir corriendo, cruzando aceras con rapidez, metiéndose en medio de los vehículos e ignorando todos los gritos y aturdidos sonidos de claxon que le reventaban en los oídos.

Takemichi.

Estaba a pocos pasos de verlo.

El solo imaginarse sus brillantes ojos mirándolo, sus labios sonriéndole, sus brazos alrededor de su cuello nuevamente, su aliento dulce acariciándole la boca, su fragancia cítrica penetrándole los poros, le hacían avanzar con más prisa. Después de todo el infierno que había vivido durante estos días, el solo hecho de volver a sentir su contacto, sería como volver al paraíso. A su único paraíso.

Se apresuró a cruzar hacia la próxima acera, pasando por alto la luz verde del semáforo y entonces, el cielo resonó y la lluvia empezó a caer con ímpetu, aunque eso tampoco lo detuvo.

Nada detendría sus pasos, absolutamente nada.

Giró hacia la derecha, sin prestar atención a la lluvia que caía sobre su cabello y le empapaba toda la camiseta y se filtraba hasta llegar a tocar su piel. Siguió corriendo hacia adelante, observando cómo los diversos transeúntes se giraban a mirarlo con extrañeza en su miradas y los conductores le lanzaban una serie de insultos que no le irritaban en absoluto.

— Imbécil, cruza con cuidado, ¿o quieres que te mate?

Quizá, en otras oportunidades, hubiese regresado a insultarlos y buscarles problemas, pero esta vez solo les sonrío y siguió su camino. Aceleró la velocidad de sus movimientos y aunque sus pulmones se tensaban en algunos momentos, sus pies nunca dejaban de tocar la acera.

Inocencia Pasional; MaitakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora