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El noviazgo, el dulce y molesto noviazgo.

A pesar de que Mario nunca a tenido algo así, por alguna extraña razón atraía a gente que le contaba sus problemas amorosos, él escuchaba por educación, no decía mucho porque su mamá le aconsejó de: entre novios y casados no se meten las manos.

Era lo mismo, quejas por parte de patojos y patojas. Ellos se dejaban llevar mucho por los chismes.

La mayoría de su escuela estaba alborotada y había parejas por doquier, lamentablemente, él no fue excepción.

No sabe cuándo comenzó, pero le empezó a gustar uno de sus compañeros llamado Elías. Al principio no se notaron, se sabían sus nombres gracias a la asistencia, convivían poco en la clase. Un día tuvieron la tarde libre porque llovía tanto que no se podía oír a los profes, todos salieron del salón a jugar como guiritos en el agua, unos hicieron sus barquitos de papel y los dejaban ir en las corrientes.

Mario estaba apoyado en la puerta mirando a sus compañeros, luego volteó a ver a Elías que estaba a su par haciendo algo, se fijó que era un barco de papel, él también lo miró.

-Tenga.- Elías le alcanzó el barquito.

-¿De verdad?- Mario estaba emocionado.

-Sí, no hay problema.- no le dio mucha importancia.

Él tomó el barco y fue a guardarlo en su maletín, le tenía un gran cariño a los barcos, no sólo porque amaba el mar, sino por su mejor amiga. Hubo un tiempo donde se sintió miserable y quien le había salvado fue una niña a la que podía decir que amaba.

El amor que sentía por ella era simple y sin segundos nombres, uno que solo deseaba cuidar y hacer felíz.

Por eso se emocionó por el barco, y también porque no sabía hacer uno.

Cuando se dio cuenta que se fijaba mucho en él, supo que le gustaba. No sabía qué hacer más que mirarlo. Elías era calmado, los dos eran los varones más tranquilos de la clase, de ahí puro molestón.

De lo que sí no se fijó fue que Elías tenía una novia, se enteró por una de sus compañeras durante el recreo, se desilusionó.

Marta era una patoja un grado menor que ellos, como la escuela era pequeña y la mayoría vivía a los alrededores se conocían bien. Tuvo la malísima idea de intentar de acercarse a él a través de ella, con eso tuvo para levantar rumores.

La muchacha era educada y amable, se llevaron bien, hablaban unos minutos en el receso con el grupo con los que se juntaban, de a poco sus compañeras le preguntaban sobre Marta, eran cosas pequeñas, se extrañó, pero no decía nada comprometedor.

Al rato las voces fueron más fuertes hasta que una de ellas le preguntó directamente.

-Mario, ¿le gusta Marta? Dígalo sin pena, no vamos a decir nada.

Él con sus dos compañeras estaban comiendo sentados en uno de lo palos de almendra que tenía la escuela, ellas le miraron atentas. Mario... ni sabía qué sentir además de incomodidad, tampoco les creía pues eran amigas de la más chismosa.

-No.- respondió llevándose un bocado de arroz con recado.

-¿De veras? No le creo fíjese.- siguió ella.

Mario hizo una mueca, estaba molesto, se levantó y se fue a otro sitio, de repente se habían hecho un triángulo amoroso de lo más feo, como esas telenovelas mexicanas que no le gustaban.

Todos pensaron que iba de chucho tras la guira, pero se equivocaron. Que supiera, pocas veces estaba en un chisme y ahora era parte de los protagonistas, trató de ignorarlo, pero la gente era necia, algunos iban con él para confirmar, otros lo molestaban y algún que otro quería ayudarlo.

Lo más malo era que afectaba a los novios en cuestión, Marta se sentía tensa y Elías ni lo miraba, si antes no hablaban mucho, fue silencio después. Sabía bien que su compañero lo evitaba por cualquier cosa y le hacía sentir mal.

Mario se hartó y le mandó mensajes con una de sus compañeras para que hablaran, estaba dispuesto a confesarle que le gustaba, pero Elías siempre se negó.

Ambos se alejaron, y eso fue lo mejor porque a pesar de los chismes ellos eran estudiantes, bastantes problemas tenían con sus notas. Mario estuvo mal en inglés, lo odiaba, y corría el riesgo de perder el año ¡lo peor de todo!

Le fue mal por pereza y no por amor.

La directora supo de ese y muchos embrollos más, reunió sólo a los novios de distintos grados, él también se fue de shute, les dio la típica charla sobre el futuro y lo que implica una pareja. Mario ni supo cómo escapó de esa clase.

Luego vino la reunión de padres y todo se acabó de chingar, su mamá casi llora por su nota baja de inglés y le rogó a su maestra que le diera trabajos extra para poder recuperarse. La muy carota de mono le repetía:

-¡Esto pasó porque se enamoró!

La cara que puso.

Al final, como no fue el único en reprobar esa materia y, en realidad, diez más lo hicieron al menos en su clase, les dieron otra oportunidad.

Y ahí fue don Juan Caballo a hacer un montón de planas durante una semana hasta que los dedos, la mano, los codos y el culo le dolió de tanto deber, incluso tuvo que poner almohadas en las sillas, cuando se levantaba no sentía nada más que hormigueos. Pero lo logró, pasó con ayuda de Daniel y su mamá.

Ella le compró un teléfono inteligente que tuviera traductor.

Pasó raspado el curso, hizo sus exámenes finales y ganó su año.

Su moraleja fue: jamás volverse a enamorar.

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