Guatemala es un país lleno de tradiciones, tantas que no sabía cuántas eran, la primera de sus favoritas es el carnaval.
En primaria lo festejaban con la reina del carnaval, generalmente ganaba la que reunía más cascarones. Los cascarones era algo que adoraba hacer, su mamá los guardaba cada vez que comían huevo, los lavaban, secaban y pintaban con añelina.
Los rellenaban de pica-pica, algunos de sus compañeritos malcabrestos lo hacían con talco, mazeca, maicena, brillantina o sólo los pintaban. Era su festín.
Incluso antes de que terminaran las actividades, la guerra iniciaba, un todo contra todos, ni las seños se libraban. Se tronaban los cascarones en la cabeza, se tiraban mazeca, maicena o talco en la cabeza, se pasaban las manos en la cara para que les quedara tanta brillantina como fuera posible. Algunos compraban más cascarones, otros usaban lo que estaba tirado en el suelo.
Salían hechos un desastre y pero era divertido, los más grandes se tiraban huevos con todo clara y yema.
El segundo sería Semana Santa, hubiese sido bonito de no ser por el deberaje que les dejaban en la escuela, pero la comida la salvaba.
Sabe el contenido religioso que tiene y aunque no era católico sí era creyente, le encanta ver por redes, radio o televisión sobre las procesiones y las alfombras de aserrín.
No vivía cerca donde pudiera verlas en vivo, quiere algún día, pero la comida no faltaba. Esa semana era curtido, caldo de gallina criolla, caldillo, pescado, batidas, pan blanco y conserva de garbanzo, chilacayote y papaya.
Le gustaba eso, la comida, no hay quejas de la gastronomía de su país.
También por esos tiempos la gente va al mar o a los ríos.
La tercera es cuando celebran al Cristo negro de esquipulas junto a la Caravana del Zorro.
Por lo que sabe la caravana fue iniciada por muchachos que viajaron en moto para esquipulas, para ver al Cristo negro hay que hacer una peregrinación, aprovecharon la ocasión y lo hicieron varias veces que se ha vuelto una costumbre.
Ahora es patrocinado, vienen hasta motociclistas del extranjero, le encanta todo ese ambiente que tiene la caravana, hasta su mamá quería montarse en una de ellas.
La cuarta, el 15 de septiembre, le gustaba desde que en básico lo metieron a la banda para el desfile, como eran pocos los que estudiaban ahí, nadie se podía negar, tenían que ayudar aunque fuera a sostener las banderas.
En primaria les dieron un curso de flauta, pero no fue la gran cosa; allí fue su desafío, le tocó una lira, él ni sabía cómo sujetarla y menos ejecutarla, se vio en desventaja cuando todos sus demás compañeros ya sabían cómo usar el resto de instrumentos...
Eran experimentados y él un principiante.
Le costó mucho aprender, sobretodo porque no tenía el oído musical, pero con todo no tuvo más que aprender ensayando todo lo que podía en casa, su profe de música era exigente, todos invertían tiempo y dinero.
Siempre había gente que no lo valoraba, los vecinos de la escuela cada vez que practicaban les gritaban: ¡Toquen en otra parte la cachimba se su madre! O ¡Ya van de nuevo con su tronadera!
Cosas así.
Aaah, pero vieránlos el mero 15 tomando fotos y videos.
Hipócritas.
Dejando eso de lado, lo importante es que saliera bien, su primer año fue un éxito y surgió uno de sus grandes amores, la música.
Y el último, el Día de los Santos, celebrada el 1 de noviembre.
El bejuco anuncia la venida de los difuntos.
Eso le dijo su mamá una vez que venían de adornar a su papá, los bejucos florecen por esas fechas. Mario admiraba esas plantas, a pesar de la quema, el veneno y la basura, el bejuco no moría, surgía de quién sabe dónde con flores de distintas formas.
En eso días mucha gente se reúne para limpiar la tumba de sus seres queridos y pintarlos, el cementerio de su gente es colorido, es alegre, algunos los pintan con el color favorito del difunto, la familia se une para adornar con flores naturales o de plástico, en la entrada hay vendedores de comida: garnachas, enchiladas, pollo dorado, papas, tortas, granizadas, atol, chuchitos, tamalitos de chipilín o de elote, etc. Unos iban a comer junto a su difunto para no perder la tradición de los abuelos.
También era temporada de viento y con ellos... ¡los barriletes!
Se juntaba con sus primos y hacían en conjunto sus barriletes, siempre estaba al que le quedaba mejor, obviamente, no era él.
Los hacían con varilla de coco, papel china, cono de hilo y pegamento. A Mario le quedaban decentes. En las meras tardes iban al campo de fútbol que estaba cerca y los volaban, se reunían más gente, entre guiritos que iban a lo mismo y los mayores que sólo miraban.
Mario no tenía mucha suerte para elevar su barrilete, se le atoraba en las ramas de los palos, le pedía a Julián, hermano de Daniel, que le hiciera el favor.
Aunque sus barriletes nunca podrían competir contra los Barriletes gigantes de Sumpango, esos eran, son y serán una belleza, un culto al arte guatemalteco, uno que desea poder ver.
Su tierra era bella, pero su sociedad no.
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