Cᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴜɴᴏ

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I. La historia que nunca se contó.
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TODOS LOS CEMENTERIOS eran lugares para escépticos

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TODOS LOS CEMENTERIOS eran lugares para escépticos. La palabra clave es: eran. Dejaban de serlo en el momento que te fijabas adecuadamente en las tumbas sin nombre o las estatuas sonrientes, en el aire comprimido que te hacía caminar a un ritmo inusual y cauto.

Agnar lo sabía, él estaba cerca por algún lugar, el aire se hacía más pesado. Caminó a través de las tumbas, los mausoleos familiares y los nichos, rebuscó entre los susurros de los fallecidos que le hablaban al oído cuando pasaba firmemente por el frente de su epitafio. Sintió cuando la presencia que buscaba salía como un tren bala del cementerio, corrió intentando llegar a tiempo.

—¿Qué busca el señor?—el sepulturero había salido de su pequeña caseta y lo veía con ahínco—¿Necesita el número de tumba?

Agnar lo vió, erguido y con ojo avizor, volvió a palpar el aire.—Disculpe ¿No ha salido nadie antes que yo? Un hombre de mi altura y peso, pero más construído.

El sepulturero negó. Dió vuelta a la boina entre sus manos.

—No, señor. No ha salido nadie, lo hubiera visto, tal como lo he visto a usted antes de partir.—dudó—De cualquier manera, si son tan parecidos... ¿Cómo podría yo saberlo?

Agnar asintió, con comprensión y amabilidad, dejándole al viejo hombre unos billetes en mano, le dió un apretón y salió por las portezuelas de metal del cementerio.

Al salir la densidad en el aire dió un volantazo violento y Agnar ya no sentía lo pesado del ambiente, como decía, los cementerios eran lugares para cautos, tierra santa que lo único que poseía de santa no era más que el nombre. Allí la muerte y sus responsables se paseaban a sus anchas, haciendo festín de un lado para el otro. Por eso no quería encontrarse allí, pero vaya cabezota con el que se fue a meter.

Para aquella cosa había hecho novillos, para irse a juntar con el lastre de su especie, si lo viera su padre... ¿Diría que estaba siendo justo, o todo lo contrario, pensaría que iba por malas andanzas? Con él nunca se sabía, penalizaba cosas que solo él entendía cuál era el crimen, algo que Agnar admitía plenamente, pero no dudaba de su juicio. Nunca.

Casi nunca.

Se apretó la nuca con despecho y lanzó un improperio en voz baja, a pesar de que no era el lenguaje que prefería usar. Con cansancio se rascó el brazo y masajeó sus ojos, verdes como la esmeralda, parecían cansados y difusos.

Avanzó unos cuantos metros y salió a la calle principal del pueblo, Agnar sintió de nuevo la presencia que llevaba todo el día cazando-como un juego de gato y ratón-, entonces con desespero, movió la cabeza en cualquier dirección y lo vió a través del cristal del restaurante.

Sintió como su cuerpo se estremecía de enojo, casi iracundo.

Estúpido Armani Zollahov, haría que los ángeles de la muerte fueran por él la próxima vez que estuviera en el cementerio, haría que los súcubos lo torturaran hasta el cansancio que su especie no podía padecer, más importante aún, metería su cabeza en aquel plato de pasta y lo disfrutaría más que todo lo anterior.

Marble Hornets: Ambrosia.®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora