Celo

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—No tardaré nada, las puertas y las ventanas están cerradas y no hay forma de entrar sin activar la alarma de robo, no se te ocurra abrir las puertas o salir a la calle— Le dijo Hannibal mientras se ponía el saco y tomaba su maletín de la mesa del comedor. Era viernes por la mañana, Will estaba extrañamente aletargado pero no había otra señal de la cercanía de su celo. Estaba sentado en pijama con las piernas flexionadas sobre la silla.

—No es mi primer celo, Hannibal—Respondió con impaciencia. — Haz lo que tengas que hacer, estaré bien.

— Es tú primer celo como mi responsabilidad. Me ocuparé de Franklin y volveré tan rápido como pueda, la Sra. Jones dejó comida en la nevera por si tienes hambre y hay...

—Hannibal, sólo vete ¿sí? Estaré bien, me daré un baño y me quedaré en cama, si tu paciente te necesita debes ir con él.

—Mi prioridad eres tú, William, desde hace dos semanas.

—Bueno, prioriza el que tienes que comprarme más camisas de 400 dólares y ve a trabajar, estaré bien. ¡En serio! Soy un niño grande...

Hannibal lo miró con impaciencia, y Will evadió su mirada, no había querido hacer una broma relacionada con su diferencia de edad, había sido una reacción espontánea.

—Bien, tienes mi celular, puedes llamarme en cualquier momento, no importa la situación ni la hora ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Hannibal no estaba de buen humor. Había enviado a su servicio a descansar y había pasado la mañana cerrando puertas y ventanas para asegurar que el flujo de hormonas no saliera de la casa. Sus vecinos más cercanos estaban a 10 minutos en auto, pero en los bosques cercanos era común encontrar montañistas y exploradores, saltar la reja no sería el menor problema. No podía correr riesgos.

Franklin lo llamó, víctima de su propia psicosis y en medio de una crisis que claramente no podía evitar, Hannibal deseo romperle el cuello. De todos los días en que podría quebrarse en medio de una reunión familiar había elegido justo el día que Will entraría en su primer celo como su esposo. Si bien no buscaba satisfacción de carácter sexual regularmente, era más aficionado a los placeres intelectuales, deseaba a Will como un colegial. No podía esperar a verlo finalmente bajar sus defensas y hacerlo suyo durante no uno, tres días seguidos. Mientras estacionaba su auto dejó salir un gemido de expectativa. Su esposo parecía estar bien, tal vez el celo llegaría más entrado el día, tenía que darse prisa.

Normalmente usaría una máscara de cuidadosa indiferencia para escuchar a su paciente hablar sobre su horrible infancia y su autoestima fracturada, pero hoy no tenía paciencia. Lo acompañó casi una hora hasta que logró hacer que detuviera su llanto, se aseguraría de cobrarle por cada maldita lágrima que había derramado sobre las mangas de su fino traje. Incluso su voz estaba lejos de esconder el timbre de impaciencia que normalmente sentía cuando atendía a Franklin. Aquel hombre era terriblemente vulgar, banal, aburrido de toda forma posible.

Cuando lo dejó, lamentablemente estable en compañía de sus familiares preocupados, era casi medio día. Su rostro permanecía inmutable, mientras conducía a casi el doble del máximo de velocidad por la carretera, pero en sus ojos brillaban el hambre y la lujuria. Casi se estrelló con el muro del garaje cuando estacionó el auto y subió los escalones que llevaban al interior de la casa olvidando por completo su maletín en el asiento trasero. Igual no contenía nada que pudiera serle de utilidad durante los próximos días.

Abrió la puerta y apenas pudo mantenerse en pie cuando el tufo de hormonas lo golpeó de lleno en el rostro. Jamás, ni en sus días de practicante, había sentido un aroma como ese. Inundo sus sentidos con una violencia que le obligó a aferrarse a la puerta para no caer. Era una combinación irresistible de la carga de hormonas que Will producía, y del mismo Will, vulnerable y doblegado a su naturaleza.

Manderley ( 2nda Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora