𝐒𝐢𝐫𝐞𝐧 | 𝓟𝐫𝐢𝐧𝐜𝐞𝐬𝐚 𝓮𝐧𝐜𝐚𝐧𝐭𝐚𝐝𝐨𝐫𝐚

𝓟𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐨

❥ 𝐓𝐇𝐄 𝐁𝐄𝐆𝐈𝐍𝐍𝐈𝐍𝐆

𝐄𝐍 𝐄𝐋 𝐏𝐀𝐋𝐀𝐂𝐈𝐎 𝐑𝐔𝐁𝐈́, adentro de una lujosa pero sencilla habitación se escuchaban sollozos. Un llanto proveniente de una mujer que yacía acostada en una superficie de madera. Amarrada por sus muñecas al mueble con sogas. Múltiples mucamas entraban y salían con toallas blancas en manos, intentaban aligerar su dolor a su manera, se les notaba la preocupación en sus rostros. La mujer estaba en trabajo de parto.

—Cálmese, pronto estará bien— Rogó la partera, una abuelita que ya se le notaban las arrugas. Pero aun así, era la mejor haciendo su trabajo. —Respire señorita, ya casi— Susurró sintiendo como la cabeza del bebé se asomaba.

La embarazada sólo gimoteó como respuesta, le dolía, sentía que todo su ser colapsaría. Era demasiado joven para experimentar tal sensación, cerrando los ojos con fuerza hizo lo que se le mandó. La mujer era realmente bella, de cabello rosado y largo, poseyendo ojos que parecían cambiar de color.

—Señorita Ivonne...— La mujer escuchó como su nombre se decía, con apenas energía, giró su cabeza a la dirección donde percibió la voz. Y allí estaba, su más fiel y querida sirvienta. Sus ojos marrones estaban cristalinos, reteniendo lágrimas.

—A-Ana... Estoy b-bien— Murmuró casi en un tono inaudible, su voz era átona debido al cansancio, pero en su rostro se plasmaba una sutil sonrisa. Llevaba 4 horas ya en trabajo de parto, además sabía muy bien el porqué todos lucían tan desesperados.

La familia real imponía una maldición a su harem, una concubina nunca podía concebir a un hijo de ellos. Moriría al final si no recibía asistencia del mana del emperador. Y ella no fue tan afortunada, el emperador no se había aparecido ni por asomo. Solo había pasado la noche con ella porque era su deber.

"No moriré, al menos no hoy" Pensó Ivonne con determinación, sus ojos antes rosados se volvieron amarillos. Protegería a su niña de las garras del emperador, no podía dejarla a manos de aquel cruel humano.

Aunque la determinación se le fue instantáneamente al sentir un dolor desgarrador. Haciéndola gritar de nuevo, no quería que medio palacio supiera de su parto por lo que había estado conteniéndose los gritos.

—¡Señorita! ¡Ya casi!— Exclamó la abuelita tomando con sus manos vestidos con guantes blancos al bebé, medio cuerpo ya había salido. —¡Listo! ¡El bebé!

La partera ya estaba con el bebé en manos, este estaba recubierto de una fina capa de una sustancia pegajosa. Viendo eso, la partera pidió a Ana que se la llevara para lavarla. Ivonne solamente divisó como la mucamas se iba, con su niña en manos. Cansada, cerró los ojos con lentitud, esperando que alguien la despertara cuando trajeran a su bebé. Somnolienta, sintió como le quitaban las sogas que había estado entrelazados con sus muñecas, seguramente le había dejado marcas.