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Las luces estaban prendidas. El llanto, el olor y la ropa en el suelo nos indicaron a donde ir.

Sana estaba en el suelo de la cocina. Su blusa estaba desgarrada y apenas servía para cubrirse, era lo único que llevaba. Sus piernas desnudas estaban dobladas contra su pecho. Estaba en posición fetal, ocultando su rostro con unas manos llenas de sangre.

—¡Dios, Sana! —exclamé antes de correr hacia ella. Algo en el suelo, me hizo tropezar. No caí, pero sí me hizo ver qué fue lo que me hizo dar el traspié. Felix ya se le había acercado. Él, su padre, tampoco tenía pantalones. Su rostro estaba contraído por el dolor y la sorpresa. Su último movimiento había sido cubrirse una herida en el pecho. Aquel hombre había sido el mismo que me pidió ver a su hija en la calle cuando bajé de mi auto con comida. El padre de Sana miraba al techo con una expresión llena de sufrimiento. Su miembro flácido aun brillaba.

—un disparo en el pecho —dijo Felix —Ya sabemos qué es lo que escuchó la señora Kim.

Retomé el camino hacia Sana y me arrodillé a su lado. Me abrí mi camisa roja de cuadros no me importó quedarme sólo con mi brasier deportivo y se lo coloqué sobre los hombros. Ella temblaba. Su rostro enrojecido era un mar de más que lágrimas.

—Sana Sana —le susurré — Debemos irnos.

Ella negó con la cabeza.

—Se va a enojar si no me encuentra cuando despierte.

Miré a Felix. Él negó con la cabeza. Debía llevar veinte minutos muerto.

Sana levantó la mano que tenía escondida entre las piernas y levantó un arma. Con cuidado se la quité, no intentó resistirse.

—¿Qué pasó? —preguntó Felix desde la sala, donde el cadáver parecía no dejar de mirar hacia arriba.

Ninguno, ni padre ni hija, tenía pantalones. Ella tenía el resto de la ropa rota y, por lo que alcanzaba a ver, marcas en los brazos y una mejilla hinchada. Al tipo todavía le brillaba el miembro con los líquidos de ambos cuerpos. Con eso podía suponer que su furia se había convertido en violencia sexual contra su pequeña. El problema era saber cómo esa violación terminó en muerte para él.

—Dejó su pistola en el suelo cuando terminó. Pensé que no moriría —dijo Sana con voz apresurada, antes de volver a llorar.

Entonces todo esto ocurrió con aquella arma, pensé. Dios. Todo se volvía más horrible.

Fue entonces que un auto se estacionó afuera de la casa. Vimos las luces y escuchamos las puertas abrirse y cerrarse. No era la policía obviamente. Volvimos a levantar las pistolas.

—¿Tu papá esperaba a alguien? —pregunté.

Sana se limpió la nariz con el dorso de su mano.

—Dijo que me usaría por última vez antes de que llegaran los tipos a los que les debía mucho.

Felix tomó aire y señaló a las escaleras con la cabeza. Asentí, buena idea.

—Ve a tu cuarto. vístete y no salgas a menos que te digamos lo contrario.

Me vio sacar el arma y fue suficiente para convencerla. Se puso de pie y se dirigió a las escaleras. Felix la siguió con la mirada por un segundo, antes de buscarme de nuevo. Yo también tomé aire. Estábamos por entrar a una situación muy peligrosa. Que supiéramos, el padre de Sana no le debía al señor Jingsu.

Escuchamos a un par de personas brincar la reja de afuera y dirigirse a la puerta que dejamos abierta. Los dos que aparecieron eran desconocidos para mí, pero Felix bajó el arma al verlo.

Violencia & SexoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora