No llegué a nacer

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Yo no tengo nombre. No llegué a nacer.

Mis padres, Neil y Kazumi, se conocieron en Japón hace 9 años, en una de esas historias de amor que crece con las adversidades. En su caso, hubo demasiadas.

Eso les llevó a mudarse a Sussex, Inglaterra, la tierra de mi padre. Se casaron y vio la luz mi hermano Sam.

Con 3 años, Sam sufrió un accidente de coche y quedó tetrapléjico. Mi familia se sumió en una desesperada reorganización.

Hubo que cambiar de trabajo, de casa, de hábitos y, por supuesto, de planes.

Mientras los problemas los unían, mi nacimiento fue aplazado en varias ocasiones.

Yo tampoco quería nacer en medio de un cenagal.

Sin embargo, la meningitis entró por la puerta y mi hermano Sam enfermó. Días después falleció.

Me puse a preparar todo: había llegado mi momento. El duelo pasaría y yo nacería. Sería feliz y deseado, me dirían guapísimo e incluso podría viajar a Japón.

Pues tampoco: después de tres días de encierro, mis futuros padres decidieron recoger lo que serían mis juguetes y meterlos en una mochila.

Vistieron el cuerpo inerte de mi hermano Sam y salieron de paseo.

Era verano. El sol brillaba y se cogieron de la mano.

Iban en silencio, buscando un lugar apartado.

¿Era el momento de ser engendrado? ¡Pronto sería alguien! Tendría nombre, casa, familia, cariño...

Tampoco.
Había un teléfono junto al acantilado. Lo ignoraron. Yo intenté gritar y no me oyeron.

De la mano, con mi hermano en una bolsa y mis juguetes en la otra, dieron un paso al frente y se despeñaron.

Ni gritos ni despedidas. Decidieron seguir el camino que había marcado Sam y me dejaron aquí: sin nacer. En la sala de espera de los que nunca nacimos.

¿No será usted quien adopte mi alma? 

No llegué a nacerWhere stories live. Discover now