capítulo ii.

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Musicalización: MONEY
LISA (BLACKPINK)

"My money moves, money I choose
Celine my shoes, walking on you".

Eran cerca de las dieciseis menos veinte cuando Jae-ri cruzó por las abarrotadas calles de la ciudad, sosteniendo el teléfono pegado a su oreja izquierda en lo que restaba de una hambrienta conversación de la cual cualquiera se perdería en intentar comprender de que podría tratarse. Sin embargo, todos iban demaciado ocupados como para tener siquiera algo de tiempo en concentrarse en aquella presencia que ponía el pie izquierdo sobre el derecho con rapidez, y luego el derecho sobre el izquierdo.

– Repíteme, ¿quién ha muerto? – cuestionó, en un murmullo que pareció un grito desde el otro lado de la linea, porque la calló – ¿Y cuándo será esto? – preguntó, aguardando unos instantes por una respuesta – ¿Dónde quieres que vaya ahora? Bien.

Cuando fue momento de separar el teléfono se su oreja, llevó aquella mano al bolsillo del abrigo trench largo, color gris, y por dentro cuadriculado, que casi no llegaría a verse salvo por que Jae-ri lo llevaba abierto, con el cuello doblado hacía afuera. Era largo hasta por debajo de las rodillas, apenas permitiendo lucir el pantalón de vestir negro, pero las botas blancas sin eran perfectamente accesibles para los ojos curiosos que se posaran sobre ella.

No se llevó una mano hacía el cabello para revolverlo con enojo, como en esa ocasión estaba enganchado con un gancho negro en una maraña de hilos chocolatosos que formaban formas extrañas cuando los mechones que no había recogido correctamente eran empujados por el viento. Solamente sacó su mano izquierda del bolsillo para acomodarse el par de lentes negros enormes de mujer que no dejaban traspasar su mirada a nadie más, como esod vidrios de los autos, donde nadie puede observar hacia adentro, y sin embargo, siempre parece haber alguien dentro que está siguiendo con la mirada a quienes pasan.

El resto del camino siguió así; con las manos en los bolsillos, la barbilla alta, y la boca herméticamente cerrada, sin nada que decir aún, mientras llegaba hasta el puerto. La sal del mar que quedaba prendida a las maderas del puerta y las piedras que lo bordeaban desprendía un olor peculiar, que solamente podría ser descrito como oler a mar. O agua con sal. Jae-ri se detuvo frente a las piedras, observando la marea retener el mar unos instantes, y luego lo soltaba con brusquedad, golpeando el camino de piedras cerca de la orilla. El camino empiedrado de todo el puerto, salvo por una callecita de arena, lo alejaba de la ciudad, pase a estar a nada, y también complicaba el paso los días de lluvia.

Esa tarde, por suerte, no el pronóstico no anunciaba lluvia. El día acabaría tranquilo y soleado hasta el ocaso, y cuando la noche callera sobre Corea del Sur habría un manto pleno de estrellas. Nada de calor abazallante como la noche hace dos días, ni el fresco que apareció el la madrugada anterior, sería cómodo para dormir con una sábana, como a Jae-ri le gustaba, y sin tener que preocuparse por despertar transpirada o en busca de un acolchado.

– ¿Qué necesita Mu-jin?

– Estoy aquí para ver una vieja amiga, es todo – dijo Tae-ju. Llegaba de traje, como iba a casi todos lados, un saco negro, al igual que los pantalones de vestir, los zapatos lustrados y la camisa blanca impecable.

– No creo que me hallas llamado solo por eso – le aseguró Jae-ri, sacándose los lentes, y sin despegar la mirada de él dobló las patas (de los lentes) y los enganchó en el bolsillo del abrigo –. Han de necesitar algo de mi.

Tae-ju suspiró. Bajó un instante la cabeza, y luego volvió a levantarla antes de asentir, no había muchas vueltas para darle a aquel asunto, y aunque no estuviera de acuerdo con la llegada de esa muchacha, debía aceptarlo sin más, y cumplir con el pedido de Mu-jin.

angel eyes, my nameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora