capítulo vii.

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Musicalización: Show Me How, Men I Trust.

"Show me how you care
Tell me how you were loved before
Show me how you smile
Tell me why your hands are cold
(Show me how)".

El ruido que Ji-woo oyó al cerrar la puerta del auto fue tenso. Tomó el cinturón de seguridad, áspero sobre la palma de su mano, lo estiró lo suficiente y lo abrochó, apretándole las entrañas que se revolvían dentro de su carne y su piel. Había caído el manto celeste por el horizonte, derritiéndose bajo la mirada fragorosa de una luna menguante que, a pesar de no ser el enorme globo de halo luminoso, había logrado ascender con admirable vigorosidad por un basto terreno celestial.

Pil-do fue designado conductor, y ella no presentó ningún reproche, siquiera asintió, tan solo tomó sitio en el asiento del conductor y pegó su mirada al cristal, ojeando la calle, una que poco a poco dejaban atrás, y se sumian en la encerradura de un lúgubre sitio apenas bien iluminado. Duró algunos metros más, pero el estacionamiento principal contaba con lamparas de luz tibia bajando hasta un pavimento poco agraciado. Hye-jin se abtuvo de hablar, pues no había nada que decir, pero Pil-do no paraba de enviarle miradas de soslayo, como buscando algo en ella, algo que evidentemente sospechaba, pero no hallaría pronto, solo, quizá, si ella fuese a confesarlo algún día. Su secreto tibio, guardado en las profundidades de su mente, de sus deseos, de su carne frivola, arremetió una vez más y cada tanto contra ella.

Su semblante se mantuvo de la misma forma, los labios sin apretujarse de sobremanera, los ojos distraídos, la respiración suave y constante. Permanecía, de alguna manera, lejana a su propia figura en aquel asiento. No odiaba a Pil-do, al menos no de manera especial, pero se ausentaba en ella un profundo conocimiento de algo que él desconocía. Ella era, profundamente, fiel a Mu-jin, al hombre que le había devuelto a su vida un sentido. La venganza, la pasión de la justicia, saciarse de un sentimiento de ira que renacía una y otra vez dentro suyo. Le había afianzado una lealtad ciega e indiscutible hasta aquellos días. Mas, de dicha forma, era lo que él sentía por aquel mundo, donde una brecha tan ligera como el hilo con el que se arregla una remera, los mantenía separados. Ella fiel a un mal hombre, pero él era fiel al culpable de que hubiera requerido arraigarse a eso, a un mundo crudo, cruel, devastador, repleto de puñaladas.

Pero Ji-woo no sentía rencor hacía él. No de alguna forma.

Pasó un felino por el costado del estacionamiento. Un gato, ya adulto, blanco y negro, muy elegante. Le recordó a Jae-ri. Hizo una mueca, algo similar a una sonrisa, el eco de lo que aquella fue algún día, que las olas del mar se llevaron, que el viento, la arena y las gaviotas vieron por última vez. Como Hye-jin no recordaba haber emanado muchas sonrisas, durante cuatro años le pareció que el rostro le pesaba muchísimo más, incluso si durante algún tiempo su cuerpo había sido más liviano, la piel más blanca, como amarillenta, enfermiza, los huesos notables, pero resultaba aquella mirada algo lejana. La pequeña Ji-woo, débil, pobre y solitaria, rencorosa, abandonada, se veía así, como enferma. Ahora lucía diferente, más fuerte. Había ganado peso, pero no se notaba, porque entrenaba con tanta frecuencia que enseguida aquello se transformaba en músculo. Y como no tenía muchos amigos, ni mucha ropa especialmente bonita, no había forma de darse cuenta de ello.

El auto se estacionó. Pil-do permaneció allí dentro mientras ella se desabrochaba el cinturón y bajaba, rodeando el capo. Se hubiera marchado, sin más, no fuese como si ella quisiera despedirse, o esperase acaso que le deseara suerte, pero se mantuvo allí cuando lo notó abrir la ventanilla y asomar la cabeza. Pil-do palpo el auto, sacó un poco de mugre, que enseguida se trasladó a su mano, y que él quiso sacarse de encima dando unas palmadas. Jae-ri hubiera desesperado. Hubiera bajado antes de subir. Hubiera hablado de como Tae-ju jamás haría todo eso que hacía Pil-do.

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⏰ Última actualización: Oct 18, 2023 ⏰

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