𓁋 CAPÍTULO 4 - El camino del Amenti 𓁋

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Duat / Amenti, Inframundo egipcio.


El camino era largo y parecía no tener fin. Thutmes sentía que llevaba una eternidad sobre el Mesektet, la barca sagrada en la que Anubis iba al mando sobre las Aguas Primordiales, aunque sabía que la verdad era que apenas estaba en el inicio de su larga travesía hacía el Campo de los Juncos. 

El agua era tranquila, pero inquietante, rodeada de nada más que penumbra la cual hacia que no pudiese apartar de su cuerpo la espeluznante sensación de que en cualquier momento algo saldría de entre ella y le atacaría. Thutmes sabía que su camino hasta llegar al paraíso no sería fácil y que en más de una ocasión querrían e intentarían devorar y destruir su alma, por lo que si no luchaba, jamás volvería a ver a su amada Halima. 

Era algo que simplemente no se podía permitir. Era por esto por lo cual había intentado quitarse la vida, para verle, abrazarle y pasar junto a ella toda la eternidad, aunque claro, aún le inquietaba la idea de que tuviese algún efecto negativo el que haya llegado al Duat por ese medio. Quizá le tacharían de cobarde e impuro de corazón, pero Thutmes estaba seguro de que había sido una buena persona durante el transcurso de su corta vida y deseaba que eso fuera más fuerte que lo que había cometido, porque aún así, lo había hecho nada más que por amor.

Llevado un largo camino y donde para su sorpresa aún no se habían topado con nada amenazador, Thutmes quería hablar y preguntarle muchas cosas a Anubis. Sabía que no le era permitido hablar no más de lo necesario, pero aunque lo necesitase no lo podría hacer, puesto que Anubis no habría llevado a cabo el ritual de la apertura de la boca y con ello aún se encontraba imposibilitado para emitir palabra alguna.

— ¡Hemos llegado! —habló Anubis con voz estridente, haciendo que Thutmes se vuelva hacia él. Frente a ellos se presentaba una gran puerta, parecía edificada en su totalidad por oro macizo y se encontraba decorada con muchas piedras preciosas de todos las formas y colores. — ¡Abridme las puertas! —dijo ferozmente.

—Responde antes, ¡oh alma! ¿Quién eres? ¿A dónde vas? —se escuchó una voz, tan cercana que parecía susurrarle al oído y a la vez pareciendo tan lejana como si venía desde cientos de kilómetros de donde se encontraba Thutmes.

— Yo, Anubis, guardián y señor de la necrópolis... Dios de las almas perdidas y los desamparados. ¡Dejadme entrar! —contestó.

— ¡Oh, mi Señor! —habló otra voz —Sabemos quien es usted, Señor protector y guía de los difuntos... Pero el alma que le acompaña, Señor, queremos saber su nombre —dijo con voz amenazadora.

—No se les está permitido escuchar su nombre —dijo Anubis inmediatamente con la misma fiereza con la que le habló aquella voz. —¡Abrid las puertas y dejadme continuar mi camino!

— Mi Señor, usted puede continuar si así lo desea... pero debe entender... no podemos dejarle pasar si no escuchamos su nombre —volvió a intervenir la primera voz que habló hace un momento. —Nadie quien no haya pronunciado su nombre ante los guardianes de las puertas puede continuar su camino hacía el Juicio de nuestro Señor Osiris

Thutmes lo sabía, sabía que era imposible continuar si él no daba conocimiento de su presencia por su propia boca. Deseaba abrir sus labios y hablar, pero simplemente no podía.

UNA VIDA ENCONTRÁNDOTE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora