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Jungwon aún recordaba la sensación de emoción y temor que lo invadió la primera vez que puso un pie en el vecindario. Después de que su familia se mudara allí por cuestiones de trabajo de su padre, las primeras semanas habían transcurrido sin incidentes. El vecindario era tranquilo, ordenado y con calles limpias, todo lo que su familia deseaba para comenzar de nuevo.
Sin embargo, había algo en ese lugar que parecía fuera de lugar. A lo lejos, en la cima de una colina cubierta de hierba alta y desordenada, se alzaba una casa roja que destacaba como una mancha en un paisaje perfecto. Era una estructura antigua, con ladrillos oscuros y ventanas que, aunque enmarcadas por hermosas molduras de madera, siempre parecían estar cerradas o cubiertas. Nadie hablaba de ella, como si su mera existencia fuera un tema prohibido.
El primer día que Jungwon se dio cuenta de la casa, sintió una extraña sensación, como si lo estuvieran observando. Aunque no estaba lo suficientemente cerca, una brisa fría sopló sobre él y le hizo temblar. A partir de entonces, empezó a caminar más seguido por las cercanías, inventando pretextos para pasar por la casa. Cada vez que lo hacía, no podía evitar la sensación de que algo lo atraía, un magnetismo que lo empujaba a ir más allá de su curiosidad.
Una tarde, cuando el cielo comenzaba a tornarse de un tono anaranjado, decidió subir la colina. La casa, desde esa perspectiva, era aún más imponente. Parecía una especie de fortaleza, ajena a todo lo que la rodeaba, como si el tiempo no hubiera pasado por allí. Se acercó despacio, el sonido de sus propios pasos sobre el pasto seco era lo único que rompía el silencio. De repente, en una de las ventanas del piso superior, vio algo moverse. Una sombra, fugaz pero inconfundible, lo miraba desde las cortinas.
Detuvo su andar y entrecerró los ojos gatunos para enfocar mejor. Era una chica, con el rostro pálido, el cabello oscuro cayendo sobre sus hombros, y lo que más lo perturbó: una sonrisa. No era una sonrisa amistosa ni abierta, era más bien una leve curva en los labios que transmitía un secreto. Algo en ella lo atrapó al instante, y aunque debería haberse dado la vuelta y marcharse, dio un paso hacia adelante.
Jungwon levantó la mano en un saludo tímido, pero la chica no respondió. Siguió mirándolo por un momento más antes de desaparecer detrás de la cortina. Una sensación de vacío lo invadió de inmediato, como si al irse, se hubiera llevado con ella toda la vida de la escena. Él respiró profundo, intentando calmar los latidos acelerados de su corazón. Su mente no pudo evitar vagar rápidamente en la advertencia que uno de sus compañeros de clase le había dado:
—No te acerques a esa casa —le había dicho Riki, un chico de su escuela, serio—. Nadie lo hace. Es... diferente.
Esa advertencia, lejos de disuadirlo, solo había encendido su curiosidad. ¿Qué era lo que tenía esa casa? ¿Por qué nadie hablaba de ella? Y, sobre todo, ¿quién era la chica que vivía allí?
El sol se puso rápidamente, cubriendo el cielo de tonos oscuros. La casa se hundió en sombras, volviéndose aún más imponente bajo la luz tenue de la luna. Jungwon se quedó un rato más, observando desde el borde de la colina, antes de darse la vuelta para irse.
No había llegado muy lejos cuando escuchó un ruido. Se giró de inmediato. La puerta de la casa roja estaba abierta. Jungwon parpadeó, desconcertado. La puerta, que momentos antes había estado cerrada, ahora parecía invitarlo a entrar.
Miró a su alrededor, pero no había nadie cerca. Ningún sonido provenía del interior de la casa, solo el leve crujido del viento meciendo las ramas de los árboles cercanos. De pronto, una voz suave, casi imperceptible, llegó a sus oídos.
—Peek-a-boo...
El corazón le dio un vuelco. La voz parecía provenir del interior de la casa. Sentía que lo llamaban, como un susurro desde lo más profundo de su mente. Sin poder controlarse, dio un paso hacia la puerta abierta, y luego otro, hasta que cruzó el umbral.
El interior de la casa era extraño, una mezcla de lujo antiguo y abandono. Las paredes estaban cubiertas de retratos enmarcados, que al acercarse, resultaban extrañas: las fotos mostraban a chicos jóvenes, todos en su adolescencia, algunos de ellos vestidos con ropa que parecía de hace décadas. Y entonces lo vio. Uno de los retratos mostraba a un chico que se parecía inquietantemente a él. Mismo corte de cabello, misma mirada. Pero eso era imposible, ¿verdad?
De repente, escuchó un suave crujido detrás de él. Se giró bruscamente, y allí estaba ella: la chica de la ventana, de pie frente a él, con una sonrisita amable.
—Hola, Jungwon— Dijo con voz dulce.
¿Cómo diablos sabía su nombre?
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PEEK A BOO ─── sewon
Fanfiction谷 .˙𓈒 ❝es curioso cómo muestras estar aterrado, pero en realidad, es tu insaciable curiosidad la que te atrae a este punto sin retorno, cielo. al final, siempre fuiste esclavo de tu tentación y deseo infinito por descubrir lo que hay más allá❞ (...