Capítulo 34: Javier

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Abro la puerta de mi habitación apretando los labios. La oscuridad me sumerge por completo como un mar de tranquilidad. La única luz que se filtra por mi ventana y la puerta del balcón no está, cada cierto tiempo la luz de los faros públicos se desaparece y duramos días a oscuras.

Camino a tientas, despacio, hacia mi cama con el pedazo de papel en mis dedos. Me acuesto sobre la cama con la chaqueta de mezclilla de Hugo puesta y me llevo las manos al pecho, apretándolas. Presionando cada vez más y más fuerte en un falso intento de introducir su esencia en mi ser.

Habían pasado seis meses desde su muerte y aún seguía calándome los huesos el simple hecho de escuchar a una persona pronunciar su nombre.

Tenía miedo de leerla.

No sabía si sería lo mejor para mí después de todo este tiempo tratando de construir unas barreras que me volviesen fuerte sin su presencia a mi lado. Cualquier movimiento en falso y esas barreras se derrumbarían, al igual que yo. Me llevo una mano a mi costado izquierdo y me toco la marca de lo que alguna vez fue mi herida. La marca que me recordaba a cada instante el día de la tragedia en la que su cuerpo quedó suspendido contra el volante y mis gritos le pedían que despertase.

Pero ahora solo es una línea sin textura encima de mi piel.

Cómo ha pasado el tiempo, sinceramente.

Me quedo unos minutos recostado sobre mi cama sin saber qué hacer. Me sentía confundido. No sabía por qué Hugo me había dejado una carta de despedida si ni siquiera se había predicho su muerte todavía. Todo fue tan rápido. Quizá es solo que él sentía que en cualquier momento sería su llamada final y terminaría yéndose. No lo sé. Pero, ¿por qué Ari? ¿Por qué se la entregó a él y no a mí?

Ari... si ni siquiera se llevaban bien, o eso creo.

Me yergo y me siento en el borde del colchón.

Miro el trozo blanco de papel en la oscuridad y me pongo de pie. Camino hacia la puerta del balcón y me detengo unos momentos a mirar la estrella que le había señalado a Ari hace una hora en el jardín del centro.

«Así quiero que pienses en mí, como un vivero de estrellas porque creo fielmente que estamos hechos de estrellas, Javier, y que cada una de las estrellas nuevas que comiencen a formarse en esa nebulosa sean cada cosa tanto buena como mala que conformaban lo que fui en vida».

¿Y si esa estrella que señalé, que elegí, ha nacido de él?, pienso en un intento por controlar el enorme nudo que se me está formando en la garganta y me impide respirar con tranquilidad

Ay, Hugo....

El nudo que se instala en mi estómago y en mi garganta me raspa.

Abro con cautela la puerta del balcón y la fresca brisa de la noche me envuelve el cuerpo. Camino de puntillas hasta la barda de concreto y miro la calle por encima de ella. Está sola.

Fría. Oscura. Triste.

El sonido de los cláxones de los coches, el ronroneo de los tráileres de carga y el motor resonador de las motocicletas que cruzaban por la avenida a lo lejos de mi casa era la banda sonora del momento.

Y, hasta cierto punto, resulta estimulante escuchar todo el ruido de la humanidad, haciéndome recordar que la tierra no se ha quedado sola después de su partida, solamente yo.

Quizá algunas personas me juzguen por, posiblemente, ser demasiado dramático. Pero el día de mañana que pierdan a la persona que les hacía latir desenfrenadamente el corazón y provocaba vibraciones en todo el cuerpo van a entender lo que se siente realmente el dolor.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora