Capítulo 11: De Javier para Hugo

37 11 4
                                    

Desde el Hospital General de Zona No. 2, Aguascalientes, Ags. 2020.

Hay personas que tienen una conexión algo peculiar con la naturaleza, se fusionan con ella a tal punto que parece ser que son uno solo. Tú, Hugo, eras una de esas personas. Recuerdo que en nuestro trayecto de regreso de nuestra pequeña escapada a Calvillo te detuviste nuevamente a mitad de la carretera sin decir nada, solo mirabas hacia enfrente mientras la música se reproducía en las bocinas del auto.

Claramente te pregunté qué sucedía, pero solo tomaste una bocanada gigante de aire y cerraste los ojos.

—¿Cómo quieres que te recuerde la gente cuando mueras, Javi? —Preguntaste tras varios minutos de silencio que se me antojaron eternos.

La cuestión me tomó por sorpresa porque tú no eras de esos chicos que pensaban en el futuro, no. Tú eras de esos que vivían el presente sin importar las consecuencias de tus acciones porque decías que solo se vive una vez, y que es nuestro deber hacer que esa única oportunidad de vivir valga demasiado la pena.

—Pues... no tengo idea, si te soy sincero.

—Ya...

Guardaste silencio un momento, un momento en el que no supe cómo actuar así que solamente me acerqué a ti y coloqué una de mis manos en la que tenías sobre la palanca de velocidades. Me miraste.

—¿Tú? ¿Cómo quieres que te recuerden? —Inquirí en un murmullo apenas audible.

Te relamiste los labios y dijiste:

—Quiero que, al mirar al cielo y al ver la estrella más brillante de todas, pienses en mí —suspiraste y no pasé por alto el sentido en que pronunciaste tus palabras. No decías que querías que otras personas pensaran en ti, dijiste que querías que yo fuera quien pensara en ti, como si te estuvieras despidiendo de alguna manera de mí.

Y no fui consciente de ello hasta ahorita, Hugo, que estoy relatándote esto.

¿Será que es cierto eso que dicen que las personas sentimos cuándo nuestro tiempo está llegando al límite?

Parpadeé varias veces y giraste tu mirada hacia la mía.

—¿Has oído hablar de esas nubes gigantes de polvo y gas que hay en el espacio?

Asentí.

—Las nebulosas, ¿no?

—Ajá —tu expresión se relajó—. Quiero que pienses en mí como una nebulosa.

Fruncí el ceño.

—Pero... ¿no provienen de del polvo y gas que dejan las supernovas?

Te encogiste de hombros, riendo.

—No tengo la menor idea, pero he escuchado que hay algunas nebulosas donde se comienzan a formar nuevas estrellas, y que por eso se les conocía como...

—Viveros de estrellas. —Te interrumpí.

Si te soy sincero, me sorprendía bastante que supieras este tipo de información porque no eras muy fan del universo como lo era yo. Sin embargo, en mi interior sentí una extraña calidez al saber que posiblemente habías empezado a aprender cosas del universo para entender mi afición por el mismo. Aunque solamente era una suposición, claro, nunca me lo confesaste ni hice el intento de preguntarte.

—Exacto —sonreíste—. Así quiero que pienses en mí, como un vivero de estrellas porque creo fielmente que estamos hechos de estrellas, Javier, y que cada una de las estrellas nuevas que comiencen a formarse en esa nebulosa sean cada cosa tanto buena como mala que conformaban lo que fui en vida, ¿me explico?

Asentí.

—Así que una nebulosa... —Dije con un suspiro y tú asentiste, orgulloso—. Guau, Hugo, me diste un knockout con tu respuesta.

Una pequeña risa brotó de tus entrañas.

—Ah, ¿sí?

—Sí.

—¿Qué ibas a responder?

—Que quería que me recordaran colocando solamente una foto mía en un altar de muertos el primero de noviembre con mi comida favorita —soltaste una carcajada estruendosa, y giraste tu cuerpo hacia el mío para tomarme de las mejillas con ambas manos—. No sé, ¿tú cómo me recordarías?

—Como un magnetar.

—¿Andamos muy estelares hoy, no crees? —Comenté con sarcasmo.

—Un poco, sí —te encogiste de hombros, sonriente—. Pero te recordaría como un magnetar porque tienes un campo magnético extremadamente fuerte. Tanto que toda la suerte del mundo reside en ti y la compartes con quienes te rodean. Atraes, Javier, atraes todo lo bueno a las personas.

Sin decir más, y sintiendo los latidos desenfrenados de mi corazón acompañados del sonrojar de mis mejillas tras tu declaración, me besaste y fue lo que faltaba para que el día mejorara totalmente. 

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora