El novio de quién

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Severus sostenía con sus dos manos la mitad de su croissant embadurnado de mantequilla. Su estómago suplicaba por comida mientras él se aferraba a hacerlo más apetitoso untándole mermelada de fresa casera. Cuando se vio satisfecho, le dio un mordisco y suspiró: luego iría a las cocinas a agradecer a los elfos por hacer de sus alimentos un manjar, apuntó, aunque significara escuchar la risa enternecida de James y las burlas de Sirius al ver cómo Bobby y Nani llenaban sus brazos de sándwiches, postres y fruta de todo tipo porque según los elfos "su peso no era el adecuado"; sólo era de huesos delgados.

Pasó por sus labios una servilleta buscando disimuladamente a su novio entre los ruidosos gryffindors sin tener mucha suerte, los merodeadores acostumbraban llegar al comedor en los últimos diez minutos para arrasar con la mesa. Severus y Lily cruzaron miradas y se sonrieron juguetones, sabían que Remus en ese momento debía estar empujando los cuerpos de los chicos al suelo o, por defecto, estrenando su nueva botella de spray -cortesía del slytherin- y rociándoles agua fría.

—Snape —llamó Lucius con su cabello plata recogido en un moño y adornado con un listón verde—. Prueba esto.

Presuroso tomó un tenedor y depositó dos tocinos, un huevo estrellado con la yema todavía tierna y una tostada llena de aguacate en el plato de Severus. Narcisa prensada de su prometido rio. La casa de las serpientes sabía que su príncipe mestizo era tan pequeño y escuálido que, en ocasiones, algún profesor o alumno despistado lo confundía con un tercer o cuarto año, y como prefecto, el heredero de los Malfoy con -según él- indiferencia le brindaba al niño platillos con suficiente grasa sana. Nadie decía nada ante la rutina mañanera, pero los corazones de los slytherins y hufflepuffs cercanos se derretían al ver al de los ojos azules derramar dulzura hacia los ónices del sexto año.

Severus dedicó una sonrisa tímida de agradecimiento y comió todo, aunque el pan francés ya lo había llenado. Bebió de su zumo de naranja y salió corriendo de la sala con la excusa de haber olvidado su libro para Runas Antiguas. Estando en el pasillo ralentizó su paso y vagó curioseando los salones desérticos hasta que se vio jalado y acorralado contra la pared por alguien. Frunció su nariz y agitado alzó la mira para encontrarse con los carnosos y rosados labios de su novio, jadeó ansioso cuando este atacó los propios mordisqueándolos y chupándolos. Escapándosele un gemido introdujo la lengua dura envolviéndola con la del contrario y tragando sus salivas. Resoplaron chocando sus dientes cuando una sonrisa se les dibujó, con sus miradas vidriosas se alejaron en un intento de regularizar sus respiraciones.

—¿Cómo estás, cielo? —dijo depositando un beso en la punta de la nariz de Severus— Sabes a chocolate.

—Bien. Bebí un poco antes de venir.

James acunó en sus brazos más cerca al joven y sosteniéndole de la cintura lo levantó sintiendo como las piernas de su chico se aferraban a su cadera. Se pegó más, empujándole contra la pared. Ambos duros reprimieron sus voces cuando se restregaron con el otro, las telas del uniforme empezaban a incomodarles. James deslizó sus dedos por la túnica de Severus y resopló cuando este comenzó a lamerle y succionarle con avidez su lóbulo, presionándose y lengüeteando dentro de su oído. Desabrochó su pantalón sin dificultad, se introdujo masajeando su pene encima de la tela húmeda de líquido preseminal. Desesperado, se movió contra el trasero de su novio todavía cubierto, James abrió una de las puertas y, susurrándole un Fermaportus, se adentró a la habitación recostando a Severus en un escritorio viejo, le quitó en un rápido movimiento los pantalones y su ropa interior dejando al aire la hombría blanquecina. Abrió sus muslos y lo llenó de marcas húmedas y rojizas, su novio gimoteó tomando un puñado de su cabello acariciándole la raíz en una súplica muda que él obedeció inmediatamente, las manos de James masajearon sus nalgas separándolas deslizó su lengua desde los testículos hasta el ano rojizo que se contraía extasiado esperando la intromisión, se empujó contra él escuchando maravillado los gemidos ahogados de Severus. Jugó combinándolo con un suave masaje en el pene de su chico y el propio, al mojarse lo suficiente deslizó uno de sus dedos hacia la zona y se paró con las piernas temblorosas para ver el rostro enrojecido y la vidriosidad de los ojos de Severus.

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