luces de bienvenida

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Rio Cuarto era demasiado chico para los sueños de grandeza del joven Pablo Aimar.

Pablo soñaba con perderse en palabras, en estrofas, en poemas arrancados del corazón y servidos al plato, así que un 5 de marzo de 1964 armó su valija y se mudó a la ciudad de la furia con su máquina de escribir y plata ahorrada. Román, un amigo que se hizo allá en el '59 en unas vacaciones con su familia y con quien se mantuvo en contacto todos estos años, le alquilaba una habitación en su departamento cerca de la 9 de Julio.

Merodeando por las calles bonaerenses y enredándose en humo de pucho mientras chocaba hombros con desconocidos en las avenidas, Pablo camina acompañado de un bandoneón distante hacia la dirección escrita en la palma de su mano en lapicera negra, el único color que usaba.

"Román, soy Pablo," dice una vez que le atiende su amigo el largo timbrazo que tocó, quien dice un simple ' bajo' y lo envuelve en un abrazo lleno de nostalgia cuando se ven cara a cara luego de tantos años.

"Boludo no cambiaste nada vos," Román le alborota el pelo, sus rulos ahora más desarreglados que antes.

Su amigo le muestra el pequeño departamento, el baño a medio pintar, la cocina llena de tazas sin lavar y su cuarto ya desarreglado. Pablo se siente en casa.

"Mira, ya se que el lugar es medio una bosta, pero es lo que hay," ambos ríen en unísono, Pablo negando con la cabeza y la sonrisa más grande de su vida. Su sueño estaba comenzando de la mejor manera.

"Es perfecto, boludo, te juro que ya estoy emocionado."

"No te vayas a robar todas las estrellas del cielo que ya tenes la mayoría en los ojos mirando maravillado este pedazo de mierda, eh."

Román también es escritor, un narrador experto que escribe como si no hubiera un mañana. Pablo ama eso de él, su convicción e imparable hambre de más. Le recordaba a sí mismo y le confirmaba por qué podía considerarlo su mejor amigo.

Pasan las horas y ambos charlan con mates de por medio, actualizandose desde la última vez que se escribieron. Román le cuenta sobre sus hazañas recientes con su grupo de amigos, los que le promete presentarle mañana mismo. Los describe como locos, vagos escritores con sueños igual de grandes que los de Pablo y este mismo no puede estar más emocionado de por fin conocer a gente igual de pasional por el arte que él.

Luego de horas de viaje y más de charla Pablo comienza a sentir como sus ojos se cierran solos, y al darse cuenta Román lo echa a patadas hacia su nuevo cuarto.

Tiende las sábanas y se cambia su ropa, acostándose sobre el colchón viejo y sintiendo como le comienza a caer la ficha. Está en Buenos Aires, a kilómetros de su Río Cuarto, de su familia, de su casa, pero no puede estar más feliz en este momento. Siente lo cerca que está de las estrellas, de todo lo que anheló por tanto tiempo.

Sus dedos cosquillean con ganas de escribir sus sentimientos, derramar su primer día en la ciudad en una hoja amarillenta de su diario, pero el cansancio le gana y rápidamente cae en los brazos de sus sueños dentro del mismísimo sueño que está por cumplir.

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"¡Pablo!" es lo primero que escucha al despertar, abriendo los ojos para encontrarse cara a cara con un Román recién salido de la ducha, "hermano dormis como un tronco, te estoy tratando de levantar hace diez minutos."

"Tenía sueño," la mente de Pablo funciona a medias mientras se saca las lagañas de los ojos, confundido por el sueño aplastante de anoche, "¿Pasó algo?"

"Pasó que ya son las tres y media de la tarde y a las cuatro le dije a los pibes que íbamos al bar."

Pablo recalcula, su embobamiento matutino (o bueno, tardino en todo caso) le nubla un poco las cosas hasta que recuerda el acuerdo de conocer a los amigos de Román en el bar donde se juntan siempre a tomar café negro como el alquitrán y medialunas igual de dulces que las caricias de medianoche.

En cuestión de minutos ambos están listos para salir, Pablo despierto al 90% luego de lavarse la cara y cambiarse de ropa lo más rápido que pudo. El bar no está lejos, a unas 6 cuadras de su nuevo hogar.

"Caminas lento vos, eh," señala Román una vez que están camino al punto de encuentro, Pablo unos pasos más atrás intentando alcanzarlo.

"Flaco me despertaste hace media hora, no esperes que camine a la par," rezonga con humor, trotando para ponerse a su lado.

"Más vale que te despiertes, Pablito, hay que tener paciencia y atención para entender a estos monos."

"¿A qué te referís con eso?" ahora la intriga le pica como una picadura de mosquito en el tobillo.

"Son muchachos... particulares, raros, pero tengo el presentimiento de que te van a caer bien. Son buenos tipos, solo que medio..." Román hace un círculo con su dedo al lado de su cien, incitando una risa de Pablo.

"A mi me gustan así," y Pablo no miente cuando dice eso, realmente le gusta la gente así de espontánea y bohemia, igual de locos que él.

"No serías amigo mío sino," encogiéndose de hombros Román le toma el brazo y básicamente lo empuja dentro del bar frente a ellos, uno con una pinta atorrante y descontracturada.

"¡Eh, Román!" exclama un desconocido al verlos pasar por la puerta, un hombre de ojos claros con un cigarrillo colgando de sus labios.

Román lo saluda igual pero por su nombre, Walter, quien lo abraza mientras se acercan a la mesa con algunos hombres más.

"Les traje al nuevito," la manía de Román con despeinarle los rulos no tenía fin, y lo hizo por milésima vez desde que llegó ayer, "Pablo, estos son los vagos de los que te hablé. Vagos, este es mi querido amigo Pablo."

Escaneando a cada una de las caras frente a él una en particular le llama la atención, un hombre de facciones fuertes y pelo azabache que le regalaba una sonrisa con sus finos labios que contenían un pucho entre sí. El hombre se quita el cigarrillo de la boca y golpea levemente el filtro con un dedo para deshacerse de las cenizas sin dejar de mirarlo ni un instante.

Pablo está anonadado, es el hombre más atractivo que vio en su vida.

Luego de saludar a cada uno de los integrantes el cordobés toma el unico asiento libre, el que estaba justo a la derecha del chico sin nombre por el momento.

"Pablo," dice ese mismo, como si estuviera probando como suena su nombre con su voz gruesa, "Me hablaron mucho de vos, soy Lionel."

Lionel le extiende su mano libre, grande y con dedos adornados por un par de anillos. Pablo la toma y siente electricidad correr por sus venas, se siente vivo.

"Espero te hayan dicho solo cosas malas," Pablo le devuelve una sonrisa, la suya un poco más tímida pero aún así genuina.

"Al contrario, me contaron que tenés el talento que tanto nos falta," la risa pequeña que suelta Lionel es suficiente para hacer que Pablo se sonroje levemente, es grave y adictiva. No quiere dejar de escucharla nunca, "Y esto no me lo dijeron, pero tengo la sospecha de que esta es tu primera vez en Buenos Aires, ¿no?"

Pablo se nota confundido en ese momento, sin entender cómo pudo haber adivinado.

"¿Y eso cómo lo dedujiste?"

"Tenes los ojos llenos de luz," Lionel se encoge de hombros como si fuera obvio, "y esas luces son las que solo podes robar la primera vez que paseas por calle Corrientes."

Se le acelera el corazón, tomado por sorpresa por lo rápido que el hombre frente a él pudo leerlo y por la sinceridad de sus palabras, las cuales son poéticas de una manera cotidiana.

Lionel le sonríe una vez más y rápidamente vuelve a ponerse otro cigarrillo en los labios que prende al instante antes de incorporarse a la charla que están teniendo sus amigos del otro lado

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BUENO HOLA vuelvo y les dejo mi joyita que arranco en ao3

1964 // aimar x scaloniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora