Jeon Jungkook observaba con atención la dársena oeste del puerto, ese desangelado lugar que era refugio de toda clase de criminales con un aura tan oscura que desafiaban a la propia noche. Hacía años que la policía se había desentendido de esa parte de la ciudad, confiando en que la ley no escrita del ‘Ojo por ojo’ imperase también en ese aciago paraje. Se frotó las manos, en un inútil intento de calentárselas, y miró a su compañero, Min YoonGi, que permanecía hierático, con la gorra cubriéndole medio rostro. La escasa iluminación hacía casi imposible distinguir cualquier movimiento a menos de cincuenta metros de donde se hallaban, lo que estaba complicando la tarea de seguimiento que tenían en marcha.
—¿Estás seguro de que vendrá, Jeon? —preguntó YoonGi, con voz ronca.
—Sí —contestó, subiéndose las solapas de su marinero, con gesto tenso. Ese malnacido tenía que aparecer de un momento a otro, y tenía que hacerlo porque ya no aguantaba más. Estaba agotado, saturado y hastiado de toda esta maldita misión. Apenas había dormido, comido o siquiera visto a nadie más que a sus compañeros de la comisaría durante el largo año que llevaba siendo la sombra del agente de policía Jung Hwa. Esa noche, si todo salía conforme al plan establecido, obtendrían la prueba definitiva que demostraría que ese traidor era el principal informador del clan de los Romenev, un grupo húngaro dedicado a introducir cocaína adulterada en Europa y Corea.
Apoyó los antebrazos en la parte superior del volante, y posó el mentón sobre ellos, tenso, estudiando, observando, haciendo lo que mejor se le daba. Esperar a que la presa saliese de su madriguera. Y era bueno en lo suyo. Pese a que tan solo tenía veintiocho años, llevaba desde los veinte en la policía secreta, el área más exigente y dura del cuerpo policial. Suspiró, y miró hacia el frente, rogando que nadie supiese por quién hacía todo esto.Era su secreto, su vida, y de nadie más. Golpeó rítmicamente sus labios con el dorso del puño, y clavó la vista en la espectral silueta del buque abandonado con la impaciencia anclada en cada poro de su piel. Todo estaba demasiado tranquilo, y eso, esa engañosa calma, ese traidor sosiego que precedía a la tormenta, eran los culpables de que hasta el último vello de su cuerpo se erizase. Hizo crujir el cuello, intentando serenarse con el sonido de las olas golpeando con suavidad los costados de los barcos, y el continuo murmullo de la minúscula espuma de mar que se formaba. Escuchó con atención un par de minutos más, pero apenas sirvió de nada. Los pensamientos, las sospechas y las dudas empezaban a acumularse en su cabeza, ya a punto de explotar. ¿Por qué Hwa se estaba retrasando tanto?¿Les habría descubierto? Miró hacia su compañero, que parecía estar pensando lo mismo que él, y ambos encajaron la mandíbula casi a la vez, con los nervios crispados. Era imposible que los hubiese detectado, eran sombras, espectros. Se pasó la mano por la mandíbula, rascando su fina barba de tres días, a punto de decir algo, cuando un murmullo de motor lejano fue aumentando su volumen, y una silueta de un Seat León de color azul apareció en mitad de aquella neblina, como si lo hubiesen invocado. El coche de Jung Hwa. El J.H había llegado.
—Maldito bastardo —escupió, mientras su cámara disparaba la primera salva de fotografías que entregaría esa misma noche a Kim NamJoo, Jefe Superior de Policía Nacional, como prueba definitiva de la implicación de Hwa. El coche se detuvo frente a uno de los buques, y una figura apareció en lo alto de la escalerilla, mientras la respiración de los policías se detenía. Era el mismísimo Eunwoo , el jefe del clan. Intercambiaron una fugaz mirada, llena de preocupación.
Que el jefe supremo del grupo criminal estuviese allí solo tenía una lectura, y era que este cargamento no sería uno más, no. Era el último que interceptarían antes de desaparecer para siempre. Se miraron, intercambiando el mismo pensamiento. La situación acababa de dar un giro inesperado que requería cambios de planes. Urgentes cambios de planes. Sin pensárselo, extendió la mano hacia la guantera del coche, tomó el teléfono, y marcó una sola tecla. Los tonos empezaron a sonar al otro lado, mientras la impaciencia se convertía en el tercer ocupante del vehículo.
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Eres Mi Infierno
NouvellesSí que quiero otro -susurró él, con voz sensual, sin dejar de mirarla, y entonces, ocurrió. Una chispa. Un fugaz y contundente pellizco golpeó el interior de ambos, y dejaron de respirar a la vez. ¿Qué estaba pasando?¿Qué era...qué era ese fuego?¿Qu...