Capitulo III.

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Estaba por rendirme al sueño, mis parpados se sentian tan pesados como lo haría una tonelada de cemento, aún asi y a pesar de que mis fuerzas menguaban por la anestesia, seguía despierta, por el mismo sentimiento de que si cerraba los ojos y me dejaba caer al vacío para acallar el dolor, no volvería a despertar y estaba siempre presente cada una de las tantas veces que entraba a estas salas. Jalaba mis manos en un vano intento de moverme, pero lo poco de fuerzas que la medicina no se llevo eran aplacadas por las correas de cuero en mis extremidades, caderas y cuello.

Mi vista estaba nublada, como si viese a través de un cristal empañado por el aliento y mojado por la lluvia; aún asi podía mirar la silueta negra de un merodeador que se arrastraba de un lado a otro flotando entre controles y luces de color azul, aprendí lo suficiente mientras estuve aqui para saber que las funciones estaban configuradas en las maquinas antes de que fueran por nosotros y aun así el merodeador estaba modificandolo, lo que solo podía significar que iban a castigarme, pero no estaba, por primera vez preparada para ello, cosa no muy común.

El merodeador movió una palanca lentamente hacia arriba, los números iban en aumento:

«C3, C4, C5» y paró en «C6».

Solo podía mirar, con el corazón latiendo débilmente en mi pecho, cómo el compartimiento que guardaba la «araña» se abrió y el merodeador tomó el pequeño aparato mientras sentía como la mesa en la que estaba postrada se movía hasta dejarme en posición vertical y luego me giraba hasta quedar frente a un espejo, mirando a una desconocida que bien podría ser yo, o quizá no.

Estaba pálida, y me devolvía la mirada, parecía perdida, al menos así me pareció, quizá se debía a que estaba envuelta en la bruma de una semi-ceguera. Para mí en ese momento parecía un fantasma.

Me señaló con un gesto hacía arriba, a donde una cámara apostada en la esquina del espejo me vigilaba cual ave de rapiña y estaba atenta a mis gestos probablemente también a los de mi yo espejo, cuando rasgaron mi camisa por un orificio que había en la mesa a la mitad de mi espalda del tamaño de un balón de fútbol, me tensé cuando la superficie afilada acarició suavemente mi piel allí donde la tela había sido rasgada, en mis oídos latia el sonido de mi corazón de una manera cavernosa y le acompañaba el del susurro de la hoja metálica de lo que siempre he pensado que es un cuchillo.

El tacto frio de la araña se pegó a mi piel y trate de relajarme y cerré los ojos, como siempre, mis esfuerzos fueron inútiles, pues cuando el aparato empezó a calentarse y la anestesia parecia perder un poco de su efecto como siempre en esa parte del proceso, permitiendo que la sangre de mis venas se apiñara y corriera cual pura sangre, que mi respiración se haga pesada y mis latidos se escuchen tan ruidosos como cañones, mi cuerpo se agitaba cuanto podía intentando liberarse de aquella prisión aun cuando sabía que nunca lo lograría, por que de una u otra forma las ataduras son demasiadas y mis sentidos seguian hasta cierto punto atontados, aún así cuando las pinzas ardientes de la araña se abrieron paso por mi piel, nada me impidió gritar hasta la locura.

«...»

Kerstin se sentía desmayar de un momento a otro justo cuando la puerta se abrio.

Un encapuchado entró rengueando de manera notoria, profiriendo gruñidos que parecian mas propios de animales que de humanos y cerró la puerta tras de sí.

Estaba petrificada sin poder moverse, a punto de vomitar y con el corazón en la garganta. Supo que asi se sentía el miedo. Los gritos de la otra sala no habian sesado, en cambió seguían aún mas fuertes, rebotando en horrorosos ecos por todas partes, congelandole la sangre y alborotando su pulso.

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