Epílogo.

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La estela de la sangre aún quedaba en los ropajes de Mina

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La estela de la sangre aún quedaba en los ropajes de Mina.

Envuelto en sudor, mientras la adrenalina corría por su cuerpo y apresuraba su paso.

Un cuerpo cayó, con un sonido certero y la sangre salpicó en el momento que ella había cortado la garganta de aquel hombre, quien herido de muerte, murió.

Era un día... Particular.

El cielo estaba envuelto en un rojo intenso, había gritos por doquier y la ciudad.., no, el mundo entero se sumía en un estado de muerte y caos.

Sentía el poder recaer en ella, sus iris envueltos en un halo rojo demostraba aquello.

Sin mucho esfuerzo y rápidamente llegó a lo que ella llamaba hogar. Tuvo que entrar por una de las ventanas, saltando como si hubiese sido dotada de una súper fuerza y elasticidad increíble.

Llegó al cuarto que compartía con Nayeon, e inmediatamente dos pequeñines corrieron a ella, chillando de felicidad.

— ¡Mamá! — gritaron ambos, sujetándose a las piernas gruesas.

Mina se inclinó hacia ellos, depositando un par de besos en sus mejillas y revolviendo los cabellos.

— Ey — llamó ella. — ¿Están bien? — ambos asintieron.

Ella les sonrió y alzó la vista, topándose con la gran cama matrimonial que había en la habitación, y sobre ella una castaña que sostenía un bulto entre sus brazos.

La gentuza afuera parecía no dar el brazo a torcer.

Todos estaban muriendo, los ríos y mares se habían convertido en aguas de sangre. Los animales perecían, y en esos momentos, donde el fin del mundo finalmente había llegado, las personas tan solo se echaban la culpa; unos a otros.

Ladrones aprovechaban y hurtaban las tiendas, sin saber que pronto la muerte les esperaba. Había otras personas asesinando cruelmente a otras, arrebatándoles la vida y con ella, las esperanzas.

Muchos, decían que todo aquello se debía a ellos, porque eran demonios y debían de ser aniquilados. De allí su insistencia en atravesar la puerta principal para llegar al interior de la mansión.

Mina avanzó hasta Nayeon, juntó sus frentes y dejó un beso en la frentecita del bebé que tan solo tenía tres días de nacimiento.

— ¿Todo bien? — preguntó Nayeon, sabiendo lo que ocurría y todo lo que aquello conllevaba.

— Es hora, mi amor — fue lo único que dijo.

SeoYeon y JooHeon acudieron al llamado de su madre, y los cinco se juntaron sobre el colchón.

Un aro de luz les rodeó, era rojo y destellaba en luces amarillas y naranjas. Era fuego, que no les quemaba, al menos no a ellos.

Mina miró atentamente a Nayeon, sonriendo y dejando un suave beso en sus labios.

— Te amo — fue lo último que se escuchó en la habitación.

En el momento que Nayeon había contraído matrimonio con Myoui, su alma había quedado enlazada a la de ella. Y Mina en realidad pertenecía a aquel lugar al que muchos llamaban Infierno.

Y cuando la gentuza logró entrar, ellos ya habían desaparecido, dejando la estela del fuego que pronto comenzó a arder más y más, llevándose así consigo a todas aquellas almas pecaminosas que no hubieran dudado en asesinar al matrimonio y a sus hijos.

El mundo era cruel y despiadado, todos pecaban día a día y no había ninguna sola persona que estuviera libre de aquello. Por eso, y por aún más nadie merecía seguir viviendo.

No cuando lo único que lograban era pervertir el mundo y destrozarlo, más y más.

Pronto, el río en llamas cobró vida y quemó todo a su paso. Mientras la lluvia de fuego azotaba fuertemente a los pecadores más carentes de corazón. Las lágrimas terminaban en lo que alguna vez fueron casas llamadas hogares, y los cuerpos vacíos se consumían entre su propia maldad.

Y si las personas que rogaban por salvación tuvieran la oportunidad de culpar a alguien, sus dedos acusatorios señalarían a Myoui Mina.

Quien había nacido para acabar con todo aquello, pues no por nada era llamada el anticristo.

Fin.

Fin

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born for evilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora