Balsero

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Fue una noche dura. ¡Cómo olvidarla! El niño, ajeno a todo, dormía en su cuna, Elena, mi mujer, lloraba junto a mamá mientras papá se paseaba nervioso por la habitación y la abuela musitaba rezos a todos los santos. ¡Pobre abuela a la que no veré más!

A las dos llegaron los muchachos y no quedó otra que despedirnos. Los miré por última vez, eran mi gente, lo único que tenía en el mundo y yo los estaba abandonando. Me sentía basura pero, la verdad, no veía otra salida. Elena tomó mi brazo.

-Voy contigo hasta la playa Andrés-me dijo. Yo sólo asentí. A esa hora ya no podía hablar.

La madrugada era fría ¡Maldita madrugada que no entiende de abrazos, ni de familias rotas, ni del miedo a lo desconocido! Madrugada que también reprocha y duele. ¡Qué parecía eterna hasta que, cerquita del mar, comenzó a amanecer! Hubiera preferido que siguiera oscuro, nada me pudo preparar para la escena de horror que contemplaban mis ojos.

La playa llena, la gente gritando histérica, otros en silencio con la mirada perdida, niños llorando sin saber por qué, los periodistas acechando en busca de la noticia.

Conté nervioso 40 embatcaciones maltrechas en las que se subían hombres, mujeres y niños rumbo a un futuro incierto, buscando alivio a una realidad demasiado dolorosa. Eran de gomas de camiones y botes caseros hechos de lata e impulsados por viejos motores. Pero la gente escondía sus miedos y se agarraban fuerte simulando una sonrisa, se aguantaban de la esperanza y las ganas, aún sabiendo que muchos nunca llegarían.

Era el 5 de agosto de 1994 y la crisis de los balseros estaba comenzando, ese día, sin mirar atrás, me fui de Cuba, ese día, en aquella playa, algo en mí se rompió para siempre.

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Qué estas palabras nos ayuden a recordar a las familias cubanas que vieron partir a un balsero.

Viaje al corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora