Mordiendo el polvo

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Primero un golpe, luego otro y después... Después todo se puso negro. Me levanté como pude, viendo doble, con los ojos hinchados y la boca llena de tierra, pero El Turbo tirado en plena calle todo ensangrentado no estaba mejor que yo, eso seguro.

De pronto, la gente que se agolpaba a nuestro alrededor comenzó a desaparecer al sentir las primeras sirenas y yo no podía moverme, no podía dejar de pensar que algo faltaba, que algo no me encajaba en todo esto. A lo lejos, Alicia sola, llorando, me dio la pista que necesitaba. ¡Maldición! Es que estoy licenciado en gilipolleces.

Nada, que la volví a fastidiar y esto ya se está volviendo costumbre. Últimamente todo lo que toco termina hecho pedazos. ¡Qué porquería de vida es esta que no es vida, que no sirve! ¿A cuántos más tengo que perder para entender? Casi mato a ese tipo hoy y, por qué, para qué...

¿Será que de todas maneras no sirvo para mucho? ¡Cuántas veces voy a oír eso de que, este chico no tiene remedio! Agrr, ¡me voy a volver loco! Si es que los líos vienen a buscarme. Cada vez que pienso cómo él la miraba, cómo sonreía ella. Al final, ¿de qué rayos estaban hablando? ¡Esta mujer me va a llevar a la locura!

No es sano, amor así tan tóxico, tan posesivo, amor que asfixia, amor que ahoga, eso no es amor.

Esto que estoy viviendo es una mentira, ella lo sabe y no se lo merece. ¿Y yo?, yo me estoy enterando ahora. La quiero, de verdad la quiero, así que, por favor, no me juzguen. Pero, cómo cuidar de alguien si no se puede cuidar de uno mismo. ¿Hasta que punto se puede conocer a otro si uno no se conoce?

—¡Arturo! —me gritó Ali y su mirada de reproche me rompió en mil pedazos.

—Nena, yo quiero que sepas... me equivoqué... no me gusta verte llorar —balbuceé y mis incoherencias terminaron por sacarla de quicio.

-—¡Demonio de hombre, escucha, sólo por esta vez, escúchame!

La miré esperando insultos y listo para la patada que a estas alturas yo mismo me hubiera dado en el trasero. Pero ella, tan elevada, tan como es, tuvo que ponerse reflexiva.

—¿Sabes por qué me enamoré de ti? —me preguntó y sin esperar respuesta, aún llorando con la voz quebrada por la tristeza, continuó con ganas—Tienes coraje y una fuerza increíble sale de tu corazón contagiando a todos, eres buen amigo, fiel, decidido, noble, ¡quizá demasiado! A mí me enseñaste a tocar el cielo y contigo volé más alto que nunca. Perderme en tu mirada ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Has sido mi primer amigo, mi primer amante, mi primer amor y siempre, óyeme bien, siempre con una sonrisa tuya has logrado borrar mis días más oscuros. Entonces Arturo, ¿me quieres contar por qué te empeñas en hacer creer a todos qué no vales nada, qué sólo eres un idiota? No lo entiendo, te juro que no lo entiendo.

Terminó el discurso, frunció el ceño, me miró directo a los ojos y no vi amor, vi lastima, cariño tal vez pero no amor. Con esa mirada comprendí que debía crecer y empezar a vivir, porque con exámenes como esos es que uno se gradúa en la escuela de la vida.

—¡¡¡Gracias Ali por la lección!!!  —grité al vacío, pues ella ya no estaba. Sacudí mis pantalones llenos de polvo y sangre, limpié mi cara amoratada y mirando al frente, al resto del camino, por primera vez, en largo tiempo sonreí.

Viaje al corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora