| Capítulo 1 |

66 6 0
                                    

Al caer la noche, los invitados se metieron a la casa y yo me quedé afuera, en el patio

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Al caer la noche, los invitados se metieron a la casa y yo me quedé afuera, en el patio.

Fui en busca de una botella, había varias casi llenas sobre la mesa de licores, también un pastel y unos cuantos paquetes de cigarrillos. Cuando me decidí por el tequila, todo lo demás lo dejé intacto. Conseguí algunos limones en rodajas, otros partidos a la mitad, aunque estaban algo secos. Me encogí de hombros y los agarré, también llevé un caballito conmigo para servir la bebida allí. Caminé hacia el jardincito donde se hallaba una pequeña fuente con cántaros tallada en piedra. Encendí las luces del lugar y después conecté la fuente. Tomé asiento en uno de los equipales, para después colocar todo lo que tenía en las manos sobre la mesa. Entonces, me preparé para empezar a beber.

Pasaron las horas, no sé exactamente cuántas, pero lo noté porque el cielo se veía más oscuro. Mis ojos estaban pegados a la misma foto que días atrás me había puesto en tan mal estado. Esa foto que no dejaba de torturarme con su lejanía. Estaba ahí, la veía, la sentía, la palpaba tantas veces me permitían mis dedos, podía olerla, apreciarla y maltratarla a mi antojo, pero no significaba nada. ¿Qué valor podía tener para mí? Ninguno. Solo me transmitía furia, tristeza y una mezcolanza de emociones que me oprimían en lo más adentro. Me estaba enloqueciendo. No podía soltarla, mis manos se retenían a ella con fuerza, la presión de mis dedos solo conseguían arrugarla más. Quería dejar mis huellas en su rostro, en su sonrisa, en su cabello azabache y en sus fuertes brazos, hacerla completamente mía y no guardarla nunca más en la soledad de mi cartera. Un grito interno empezó a desbaratarme los sesos y mi pecho apenas si sentía los latidos del corazón. Todo me llevaba al mismo sitio, a la misma camilla de hospital, una y otra vez. No sabía cómo salir de ahí. No quería darme por vencida. Mi mente a veces me decía «regresa, regresa, vuelve», porque de verdad quería alejarme de la crueldad de mis pensamientos, pero ¿qué clase de cordura le podía quedar a una mujer como yo? Una mujer que no tenía rumbo, que se había quedado sin sueños ni aspiraciones y se dejaba llevar por un círculo vicioso lleno de ocio y procrastinación. Una mujer como yo, que se absorbía por una vaga vida que le hacía ahuyentar los pesares momentáneamente. No podía escribir nada, porque prefería gastar mi tiempo pensando. Ni una sola letra lograba teclear en mi computadora. Todos mis archivos y mis cuadernos seguían en blanco.

Escribir era una tortura. Crear era un tortura.

Me sentía vacía.

Inhalé aire. Una bocanada. Dos bocanadas. Inhalé más. No puedo asegurarlo ahora, pero quizás así fue, quizás quería desgastarme la vida con esa insípida atmósfera que me acorralaba. Llevar hasta el límite a mis pulmones y entender cómo se puede sentir uno cuando está tan cerca de la muerte. ¿Qué sintió él? Esos gritos. Esa falta de oxígeno. Estar postrado en la cama durante días sin poder reír, hablar o respirar correctamente. Sentir que cada día que pasa es una despedida. Necesitaba comprender esa angustia. Su angustia.

Sí, no quería darme por vencida. Pero en serio lo extrañaba mucho. Estaba harta de querer intentar hacer realidad mis anhelos. Era imposible. Él no iba a volver y yo jamás iba a poder entender su dolor.

El hueco de mi cabeza me sofocó, así que le di otro trago a mi tequila y me repuse.

Cerré los ojos.

—Elisa —me llamó mi madre.

Mi madre, mi querida madre que me había acogido en su casa tras lo sucedido. Ella tenía una voz tan tranquila, cada palabra suya era como una dulce caricia. Siempre me gustó su voz cuando decía mi nombre, tenía un tono grave, aunque sutil. Sin embargo, por más falta que me hacía su compañía, en ese momento realmente no quería escuchar a nadie. Su presencia me desconcertó, no debía estar ahí para vigilar cada paso que yo daba. Debía ir a disfrutar su día, con sus amigas, con personas que pudieran hacerla sentir bien, que le dieran el protagonismo que ella merecía por su cumpleaños 60. No conmigo.

—Ya todos se fueron, mija —comentó.

Saqué mi teléfono del bolsillo de mi sudadera y eché un vistazo al reloj. En esa etapa de mi vida a pocas cosas le prestaba atención, no sé si era porque le restaba importancia a todo o en verdad era porque mi cabeza estaba tan colapsada de ideas y recuerdos que me resultaba muy difícil atender a la realidad. Pero el horario de esa noche, cuando vi a mi madre recargada en la pared y su mirada estaba puesta en mí y en la botella y en la fotografía, lo recuerdo muy bien: 02:46 a.m.

Cuando me di cuenta de lo tarde que era, quise disculparme con ella, pero me interrumpió enseguida.

—Está bien, cariño —aclaró—. Ándale, sírveme uno.

Agarró uno de los equipales y se sentó a un lado mío. Así que le hice caso y, sin decir ni una sola palabra, logré soltar la foto. Luego acerqué un caballito para servirle la bebida. Se lo di. Ella le dio un trago, lo saboreó sin hacer ningún gesto. Después, ambas nos llevamos un limón a la boca y exprimimos un poco de su jugo con los dientes, dejamos el jugo del limón por debajo de nuestra lengua y lo mantuvimos ahí hasta que le hizo compañía otro sorbo de tequila, mezclamos los sabores y tragamos. Al tomarlo, sentí que un ligero ardor recorrió toda mi piel y llegó hasta la punta de mis orejas, que se tornaron rojizas, al igual que mis mejillas. Mis ojos se cristalizaron. Respiré hondo. Ella solo me sonrió.

Estábamos ahí, mi madre y yo, con una botella de tequila José Cuervo a medio acabar. Envueltas en una frazada para que la baja temperatura de la noche no nos pudiera afectar a la mañana siguiente.

Ahí permanecimos juntas, en silencio, por no sé cuántas horas más.

Ahí permanecimos juntas, en silencio, por no sé cuántas horas más

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Ansia y SedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora