Oh, pecador, prepárate. Esta noche hay luna llena y los demonios de sangre vendrán por tu sucia alma.
🍷
Misha es un vampiro pura sangre que disfruta jugar con su comida. Él tiene un don especial, un olfato superior que le permite oler los pecados...
"Oh, pecadores, la luna está roja. Corran, corran, que los demonios de sangre salen a devorar sus almas podridas".
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Tenía hambre.
Sabía que fue mala idea salir de casa sin cenar.
Mario, el anciano gruñón que vivía en el 223, se veía muy apetecible esa noche con su chalequito de lana picosa en el elevador. Pero le habían prohibido explícitamente no comerse a sus vecinos. Y menos si eran de los que reciclaban y comían todo lo que sea verde. De esos quedaban muy pocos y había que preservarlos por el bien de la humanidad.
Fuentes: artículo 87 de la Constitución vampírica. Culo si no hacía caso.
Así que una vez más, ese maldito dinosaurio se salía con la suya.
O al menos hasta la próxima luna.
«Sigue reciclando, Mario, sigue salvando al planeta y saca la basura por mí», pensó para sí mismo mientras se distraía balanceando sus pies sobre una barandilla justo en el borde de la terraza de la antigua mansión de los legendarios Mortalli. Finos, muy finos.
Jugaba a intentar mantener el equilibrio con las manos extendidas. La idea de resbalar y caer al vacío le resultaba atractiva.
Solo quería matar el tiempo hasta que dieran las doce, una vez sonara la campana, sería un vampiro libre.
Un vampiro feliz.
Después de todo, era la hora de comer.
Misha se encontraba a solas intentando embriagarse con una botella de champagne rosa. Sabía a mierda, peor que sangre verde de algún ecologista. Pero era eso o zumitos de frutos rojos ricos en vitaminas C y perfectos para subir las defensas en el sistema inmunológico. Le había pillado el gusto en la última cena familiar.
Para su pesar, lo sacaron de la fiesta antes de que pudiera robarlos en la cocina y terminó exiliado en el techo luego de arrojar a uno de los camareros desde el quinto o sexto piso solo por negarle sus dulces. Nada nuevo para él. Decían que tenía un problema y debía bajarle a su azúcar. Pero ellos no podrían entenderlo. Ni a él ni a su insana obsesión por endulzar su vida. Los necesitaba para no recaer.
