「t r e s」

326 55 3
                                    

Antes que nada, me gustaría disculparme por la larga ausencia, mi estabilidad mental se fue a la basura y tardé en terminar este capítulo más de lo que me habría gustado.

Lionel se esforzó por no romper nada, consciente de que cualquier destrozo en aquel lugar debería ser limpiado por Guillermo, maldijo mentalmente al boxeador mexicano y también a sí mismo por lo imprudente que había sido

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Lionel se esforzó por no romper nada, consciente de que cualquier destrozo en aquel lugar debería ser limpiado por Guillermo, maldijo mentalmente al boxeador mexicano y también a sí mismo por lo imprudente que había sido.

Guillermo, por su parte, miró vacilante la mesa frente a él, nunca se había considerado un tipo particularmente empático, pero juraba que podía sentir el odio y desagrado que Lionel tenía hacia Saúl.

—Ni se te ocurra aceptar nada que provenga de ese tipo —le advirtió Lionel una vez logró reprimir su ira, no usó su voz de mando, sin embargo, el otro sintió la ineludible necesidad de obedecerle.

Tomó la botella ante la atenta mirada del argentino, caminó hacia el baño y vertió su contenido en el lavabo, volvió apenas unos segundos después y colocó la botella vacía sobre la mesa. Lionel dejó su propio vaso justo al lado, murmurando un «gracias, puedes retirarte» que, de no ser por lo silencioso de aquel espacio, Guillermo no habría podido escuchar. Obedeció, de nuevo, llevándose los recipientes y el dinero dejado por Saúl, estaba seguro de que su gerente estaría feliz en cuanto recibiera aquella generosa propina.

Salió de la habitación en cuanto el otro recibió una llamada y apenas unos pasos fuera se encontró a Rogelio, quien al parecer ya llevaba un rato esperándole cerca de la puerta.

—¿Sigue ocupado el señor Cuccittini?

—Su reunión terminó, pero recibió una llamada —respondió, entregándole la propina—. Dijo que podía retirarme.

Una sonrisa creció en el rostro del mayor mientras contaba uno a uno los billetes, al terminar le quitó las demás cosas de las manos.

—Le diré a alguien más que se encargue del resto, puedes marcharte.

Guillermo asintió, cambiando su rumbo al área exclusiva para el personal del establecimiento, para cambiarse de ropa, tomar su mochila y volver a casa. Procedió con lentitud, el reloj en su muñeca le indicaba que habían pasado ya casi de tres horas desde su hora habitual de salida y dos desde la hora en que debería haber estado en su casa; no había nadie esperándolo, al menos no físicamente, pero aquel cambio en su rutina no estaba considerado dentro de sus planes, por lo que no llevaba su medicación consigo y la cabeza comenzaba a dolerle.

Se dispuso a salir del bar, se despidió amablemente de sus compañeros y en cuanto estuvo fuera suspiró con pesadumbre mientras caminaba hacia la parada de autobuses, consciente de que el último había pasado a las once con treinta y no habría otro hasta las cinco de la mañana. No podía decir que aquel hubiera sido un mal día, simplemente las cosas no estaban sucediendo como tenía previsto. Sacó su celular del bolsillo para descubrir que estaba apagado, recordó entonces que olvidó cargarlo, miró a ambos lados de la calle casi desierta, considerando sus opciones; podía volver y pedir que alguien le llamara un taxi o tomar una larga caminata nocturna.

One More Time 「Mechoa」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora