Parte 1

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Bosques de Gales. 1761.

Una tribu gitana se escondía tras las profundidades de los bosques, en Gales. Tenían miedo de los ingleses y los veían como opresores que amenazaban a su gente, pero además de ello, buscaban con todos sus recursos mantenerlos alejados de su aldea.

Tras la fuga de sus compañeros en Escocia, ellos habían tomado la misma iniciativa, huir de Inglaterra lo más lejos posible, pero sólo pudieron llegar a estos bosques.

Llevaban ya tiempo asentados allí, el suficiente como para poder recuperarse de los traumas que habían vivido siendo esclavos, reconstruyendo por completo sus costumbres, aunque también tenían deberes con sus dioses.

Una niña de 7 años observaba con entusiasmo cómo las personas de su tribu se preparaban para una celebración. Hacía tiempo que no los veía tan alegres como ahora.

Ayudaba a sus mayores con los preparativos cuando vio a lo lejos a unos guerreros llegando de una aventura, le sorprendió lo fuertes y poderosos que parecían ser y lo seguros que se veían de sí mismos. Eso la dejó fascinada.

Aquella pequeña se escabulló entre los arbustos, sólo para ver más de cerca a tan formidables guerreros, los cuales la llenaron de gran inspiración.

Ella deseaba ser tan fuerte y valiente como ellos.

—¡Yaque! —Escuchó el llamado de su padre y decidió ir a donde se encontraba—. ¿Dónde estabas, pequeña?, te estaba buscando.

—Papi, vi a unos hombres fuertes por allá, ¡Se ven increíbles! —La niña hablaba emocionada, como si acabara de encontrar un gran tesoro, a lo que su padre rio, pensando que sólo se trataba de una gran admiración—. ¡Quiero ser como ellos!

Eso último desconcertó bastante a su padre, las mujeres no eran tan fuertes como para ser unas guerreras.

—¿Estás segura?, es peligroso —Pero la pequeña Yaque asintió de igual modo, no le importaba el peligro, sólo quería ser más fuerte.

—Claro que sí —Yaque ayudó a su padre a cargar algunas cajas para demostrarle su fuerza pero luego se distrajo con varios niños que estaban jugando—. ¡Yo también quiero jugar! —Dejó la caja sobre una mesa para ir a jugar con sus amigos.

Los niños jugaban a algunos juegos tradicionales cuando al ver que los adultos llevaban comida y las dejaban en unas mesas se extrañaron bastante, eran las ofrendas para los dioses pero, ¿Los dioses podían comerlas?

—Chicos, ¿No se les hace extraño que ofrezcamos comida a los dioses y ellos no puedan comerlas?, son seres espirituales, sería muy extraño —Habló Yaque inocentemente, a lo que los niños asintieron dándole la razón, les parecía muy raro que unos seres espirituales pudieran comer comida física.

—Es que hay un dios que se deja ver y es como nosotros —Habló una niña que estaba con ellos—. Mi madre me dijo que el dios del inframundo tiene cuerpo y que come como nosotros, pero es el más temible, ella dice que da miedo —Los niños se sorprendieron al oírla hablar de ello.

—¿En serio? —Los demás empezaron a hacerle preguntas, pero Yaque estaba confundida, seguía pareciéndole raro que un ser espiritual tuviera cuerpo, no podía ser posible, o al menos, eso sólo lo sabría al llegar la noche.

La oscuridad invadió el lugar, las estrellas brillaban y la luna estaba en su punto más alto, todos celebraban y elevaban oraciones a sus dioses espirituales.

Todo parecía ir de maravilla, aunque Yaque sintió el miedo de algunos a medida que se hacía más tarde, apilaban las ofrendas sobre una gran mesa y llenaban los jarrones del mejor vino que tenían, pero todos estaban asustados, les temblaban las manos e iban más deprisa.

Sueños de guerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora