Capítulo 5: Reflexiones antes de una ducha.

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¡Buenas gente! Como podrán ver, sigo viva y no morí.
Publico esta MINI actualización que en realidad son las primeras dos páginas de un capitulo que originalmente tiene treinta (aunque seguramente lo parta en dos más pequeños), pero quería dejarles algo, más que nada como prueba de vida. Mi intención es actualizar el resto pronto, pero como este pedacito queda en medio del anterior y lo que sigue, me pareció que se podía intercalar, y de paso cortar un poco con el drama en el próximo capítulo. Este es un poco dramático 😬 no es lo más dramático que puedo escribir pero sí lo que me permite mi cabeza ahora mismo.

Dicho esto, espero que lo puedan disfrutar, empatizar un poco con esta criturita (cuyas miserias ire describiendo más adelante si no me fallo a mí misma 🤣), y recordar bañarse 🛀.

Por ahora nada más, excepto claro agradecerles enormemente por su paciencia y apoyo, que es el responsable de que yo quiera seguir escribiendo.

Con amor, yo ~
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Penélope dejó salir un suspiro. Suavemente, destensó los hombros y se encaminó al espejo que colgaba sobre el lavamanos. Se miró en él, girándose, para crear una imagen detallada de la que era en ese momento.

Se miró la ropa, vieja y gastada. Se remangó un poco la camiseta y observó su espalda otra vez, estaba bastante magullada. Algo le dijo que a Chris no le iba a gustar nada eso, y que, seguramente, empezaría otra vez con los emplastos extraños como vio que a veces los adultos hacían cuando otro se lastimaba.
Otro. Ella no. Ella había aprendido a dejar que se cure todo solo, y sobre todo a aguantarlo, porque, si no lo hacía, sabía que no iba a venir nadie a cuidar de ella.

Hasta ese momento. Recordar la forma en la que Chris la había tratado la hizo sentir reconfortada otra vez. Le había curado con total delicadeza, y si bien había dolido, ahora apenas sentía los cortes de pies. Hasta cuando se había molestado la había seguido curando con suavidad, en vez de gritarle, empujarla, o, al menos, hacerlo de mala gana y haciéndole sentir un poco de dolor a propósito. No, él no había hecho nada de eso. Incluso la había perdonado cuando se lo pidió y le volvió a dar la mano.

No entendía por qué le dolía pensar que estaba molesto con ella, si, las pocas veces que alguien la había curado, era así como la trataban regularmente, riñendola y descuidando su necesidad de contención. En cambio, la forma de actuar de Chris se sentía tan bien... Por primera vez en mucho tiempo, Penélope sintió deseos de estar con alguien. Quería que él volviera. Quería salir de ese baño para correr a su lado. Ya no quería estar sola. ¿Pero qué estaba diciendo? ¿Se había vuelto loca? De pronto y sin quererlo, imágenes de todo su pasado y repentinamente figuras cuyos rostros a duras penas podía reconstruir, comenzaron a aparecer en su mente. Sintió que las memorias se arremolinaban sobre ella, asfixiándola, y creando un hueco de angustia en su pecho, en una sensación tristemente familiar, de la que había sido víctima más veces de las que le gustaba reconocer.

Sacudió la cabeza para apartar el pensamiento, y volvió a poner su atención en el espejo. Se colocó una mano sobre la demacrada mejilla y suspiró. Se la estiró y se miró a ambos lados del rostro. Se agarró la cara con ambas manos y se miró bien. Estaba muy pálida, y sin embargo, estaba sucia. Tenía toda la cara manchada, con manchas más pronunciadas aquí y allá, con tierra adherida a ellas. Se distinguían mucho los surcos que habían abierto las lágrimas, y se veía que estas habían ensuciado más su rostro, seguramente al frotarse contra la camiseta de Chris. Se la había ensuciado, bonito recuerdo le había dejado.

Se acercó al espejo y se miró los ojos. Estaban lagañosos y debajo de ellos había bolsas y ojeras muy marcadas. Se tocó las mejillas, hundidas, al igual que todo su rostro huesudo. Se alejó un poco y vio que su rostro en total tenía un tinte enfermizo. Se miró las manos a continuación, y las vio igual de sucias, salvo, claro, por la palma y el dorso de la mano derecha, que era la que Chris le había curado. Las uñas estaban sucias, llenas de tierra debajo de ellas. Las manos, la piel y los dedos estaban resquebrajados por el frío que había estado soportando desde que el invierno había comenzado. Las tenía llenas de llagas y ampollas. Había raspones en los dedos y en los nudillos.

Se miró los brazos, flacos, con las venas azules surcándolos hasta llegar a las manos. Se los recorrió suavemente con los dedos. Eran suaves, aunque tenían raspones. Había cortecitos aquí o allá. Se tocó también el vientre por encima de la camiseta. Estaba tan delgada. Ahora entendía la cara de Chris al verla.

Se miró los pies descalzos. También los cruzaban las venillas azules y también tenían raspones y llagas. Las partes que Chris no había limpiado estaban completamente negras y endurecidas, al punto tal de que podían llegar a pasar por cuero. Se veían mal, muy mal, y pensar que aquel sujeto los había estado tocando y limpiando, sin asco. Se inclinó un poco y estiró su mano hacia el dedo más pequeño de su pie izquierdo. Lo tocó con las puntas de sus dedos y luego lo apretó un poco entre el pulgar y el índice. Lo movió con ellos y sintió que, junto con él, a razón del músculo que ambos dedos compartían, se movía en anular a su lado. Abrió y cerró los dedos del pie y vio como la pequeña deformidad se movía indefensa en el aire junto con los otros cuatro dedos. Sonrió ante esto y luego volvió a apoyar su pie en el piso, observando cómo su dedo no llegaba a tocar el piso, encimado como estaba a su dedo anular. Los separó para hacer que se apoyase en el piso, y cuando lo consiguió, negó con la cabeza al ver que se separaba antinaturalmente del resto al hacerlo.

Sonrió otra vez al pensar que Chris, desde la perspectiva que había tenido de sus dedos no había notado ese pequeño desperfecto que tenía. Lo miró un poco ceñuda, como si, por hacer eso, el dedo tomaría el tamaño normal que su otro meñique tenía, o bajaría a su lugar, o dejaría de ser deforme. Al ver que nada de eso pasaba, lo dejó en paz y volvió a mirarse en el espejo.

Se llevó la mano a las hebillas que sostenían el moño para deshacerlo, pero no pudo. Temblorosos como estaban, sus dedos se enredaban en el cabello. Se clavaba las puntas, se daba tirones, se le resbalaban las yemas. Las bajó frustrada, indispuesta a soltarse el pelo. No podía hacerlo. Recordó que Chris se lo había tocado y se estremeció. ¿Cómo lo había dejado? No sabía, pero eso no pensaba dejar que volviera a pasar.

Dejó el pelo en paz por un momento y, con furia, se sacó la camiseta y la hizo un bollo. Se la acercó al rostro y la olió. En seguida el aroma la atacó. La soltó en el suelo y tosió un poco. Pensar que Chris la había abrazado y besado con ese aroma. Olía a sudor y a rancio.

Se observó el pecho descubierto y vio como su piel blanquísima resaltaba cruelmente cada hueso que podía asomar. Luego se miró la espalda morada otra vez y se estremeció. Finalmente, viendo el agua correr, se quitó los pantalones y se introdujo en la ducha. Esperó sentir el agua fría, pero cuando la tocó, notó como estaba agradablemente tibia. Se relajó tanto y tan de golpe que casi se cae.

De hecho, no sabía por qué tanta sorpresa, si, al fin y al cabo, lo había visto abrir el agua caliente, y con lo pesado que se veía que era ese tipo, era más que obvio que no iba a dejar que se duchara con agua fría.

Respiró profundo y, llevándose las manos al cabello, se lo soltó con furia. Con tal de no vérselo, ella podría resistir llevarlo así. Sólo un momento.

Se escurrió debajo del agua y cerró los ojos. ¿Qué estaría haciendo en ese momento Chris?

Welcome to my lifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora