Prólogo.

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Las enfermeras siempre se han preguntado cómo es que aquel chico con aura serena y tranquila se quedaba completamente quieto cada vez que las agujas atraviesan su piel.

Todos los días tenía al menos tres convulsiones en las que se requería la fuerza de cinco guardias para estabilizarlo, sin embargo, aunque no le gustaba que nadie se acerque, tenía el completo dominio sobre su desagrado al contacto físico con el cuerpo médico.

Nadie conocía su historia, él mismo se había olvidado de cómo había llegado hasta ese punto en el que la vida no le importaba en lo más mínimo o si no hasta que ya estaba bastante incómodo con escenarios falsos en su cabeza.

Sus brazos lograban decir algo de su pasado por sí solos, si no fuera por la sociedad atrofiada allá afuera haciendo sus vidas cuando él era nuevamente atravesado por el metal induciendo toda clase de medicamentos para mantenerlo a flote o como los médicos mencionaban, lúcido del mundo real.

Solo era un día más, luego al fin podría respirar el oxígeno expulsado por los árboles de la capital, juntando toda su valentía y orgullo gracias a los días olvidados en ese lugar oscuro lleno de sillones viejos, botellas, latas y una que otra rata paseando por ese edificio abandonado a unas calles del centro con ese típico anuncio de "demolición: trabajo en proceso" el cual quedó oxidado con el pasar de los años.

Podría seguir adelante aunque tenga nuevas cicatrices bajo la tinta negra de sus tatuajes (que un día estuvo orgulloso por los antiguos dibujos impregnados en su piel a sus 15 años de edad) pero ya bastaba con haber conseguido salir de la escuela con 18 años completando los años académicos como no muchos solían hacerlo en la República de Corea, se consideraba un prodigio gracias a ello.

Preparándose mentalmente con el mayor esfuerzo en no volver a esas cuatro paredes blancas, comida insípida y únicamente ser vestido por un pijama de dos piezas a juego con las sábanas, mira a través del gran ventanal que cubre su habitación desde el techo a mitad de la pared, viendo a lo lejos como la gente corre de aquí para allá atendiendo las ambulancias estacionadas en emergencias, recordando que estuvo hace poco en una de ellas.
Divisando cómo los trajes quirúrgicos de distintos colores van en grupos a distintas direcciones por todo el campus clínico.

Aquel chico solo piensa en las posibilidades, las vidas que debe salvar esa gente aparte de la suya, todos lo conocen en ese lugar si no fuera por su pasado lleno de convulsiones a causa de la abstinencia incompleta que lleva luchando desde hace seis años, todos sabían de su paradero actual en su misma camilla de hace un mes, aquella ya la consideraban su habitación y nadie discutía eso.

Estaba pensando, siempre lo hacía, tenía un sinfín de cuestionamientos sin resolver, pero ninguno era capaz de recibir una sola respuesta en concreto y lo sabía, podría no salir de aquel círculo vicioso y lo sabía.

Pero de algo estaba seguro, ese no sería su final, no estaría postrado en aquella cama nuevamente como todos pensaban, daría lo mejor para superarse así mismo si su "actitud desinteresada con la vida" era lo único que lo sacaba de ahí.

Iba a lograrlo aunque le costara su propia existencia.





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