Capítulo 1: El catastrófico día

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El reloj marcaba las 6:45 p.m., y la casa estaba bañada por la cálida luz del atardecer. En la sala, Stella organizaba los cojines del sofá mientras Nicole permanecía de pie, con los brazos cruzados y una expresión de enfado evidente en su rostro.

—Mamá, por favor, no es tan complicado. Solo quiero ir a la fiesta. ¡No estaré sola! —Nicole intentaba sonar calmada, pero su frustración la traicionaba.

Stella respiró hondo, dándole la espalda mientras terminaba de acomodar un marco de fotos en la repisa. Era la misma discusión que habían tenido tantas veces.

—Ya te lo dije, Nicole. Es tarde, no sé con quién estarás, y no voy a arriesgarme. Mi respuesta es no.

Nicole golpeó el suelo con el pie. —¡Esto es ridículo! Todas mis amigas van a estar allí, mamá. ¡Todas!

Stella se giró para mirarla directamente, tratando de mantener la calma. —No me importa lo que hagan tus amigas. No estoy hablando de ellas. Estoy hablando de ti, de lo que creo que es mejor.

El tono sereno de Stella no hizo más que encender la furia de Nicole. —¿Mejor para mí? ¡Esto no es por mí, es por ti! Siempre tienes miedo de todo. ¡Por eso papá nunca está contigo cuando más lo necesitas!

Stella se quedó inmóvil. Las palabras de Nicole la golpearon como un puñetazo. En realidad, Stephan estaba fuera esa noche por trabajo, pero escuchar a su hija usar su ausencia como un arma la dejó sin aire por un momento.

—No metas a tu padre en esto —respondió Stella, intentando que su voz no temblara.

—¡Claro que lo meto! Porque él entiende. Él no me controla como tú. ¡Tú solo haces mi vida miserable!

—¡Basta, Nicole! —La voz de Stella se alzó con una firmeza que rara vez usaba. Nicole nunca la había visto así. —No voy a cambiar de opinión. Sé que ahora me odias por decirte que no, pero algún día entenderás que lo hago porque te amo, no porque quiero arruinarte la vida.

Nicole rodó los ojos y dio un paso atrás. —¿Amarme? Esto no es amor. Esto es control. ¡Te odio! —gritó antes de girarse y correr escaleras arriba.

Stella cerró los ojos, permitiendo que el silencio llenara la sala. La palabra “odio” retumbaba en su mente como un eco interminable. Nunca pensó que escuchar eso de su hija dolería tanto.

Intentando calmarse, tomó su abrigo y su bolso. Necesitaba salir, aunque fuera solo por unos minutos.

El supermercado estaba casi vacío, con apenas unas cuantas personas comprando a esa hora. Stella recorrió los pasillos lentamente, llenando el carrito con productos que no necesitaba: una caja de cereales que Nicole solía amar cuando era pequeña, una botella de vino que no pensaba abrir esa noche, un pequeño ramo de flores.

Mientras pagaba, las palabras de Nicole seguían resonando en su mente. ¿Había sido demasiado estricta? ¿O Nicole estaba perdiendo de vista todo lo que hacía por ella?

Guardó las compras en el auto y se sentó al volante, mirando el ramo de flores en el asiento del copiloto. Quería llevar algo bonito a casa, algo que simbolizara la esperanza de que las cosas mejorarían.

La carretera de regreso estaba oscura, iluminada solo por las luces del auto. El silencio, que normalmente era relajante, esta vez se sentía opresivo. Stella conducía despacio, perdida en sus pensamientos.

Fue entonces cuando lo vio.

Un camión emergió de la curva a toda velocidad, invadiendo su carril como un monstruo imparable. Las luces eran cegadoras, y el rugido del motor parecía devorar todo a su paso.

—¡No, no, no! —gritó Stella, girando el volante con desesperación.

El auto patinó en el asfalto húmedo. Todo sucedió en segundos: el chirrido de los neumáticos, el crujido ensordecedor del metal al doblarse, los vidrios estallando como si fueran estrellas explotando. El auto giró y giró, hasta volcarse de lado.

El ramo de flores voló por el aire, sus pétalos esparciéndose como lágrimas en la oscuridad.

Cuando el vehículo finalmente se detuvo, el mundo quedó en silencio. El motor humeaba, y el olor a gasolina invadía el aire.

Unos minutos después, los faros de otros autos iluminaron la escena. Las personas comenzaron a detenerse, bajando apresuradamente de sus vehículos.

—¡Dios mío, es horrible! —murmuró una mujer mientras se acercaba con cautela al auto volcado.

—¡Alguien llame a emergencias! —gritó un hombre, sacando su teléfono.

Otro hombre se agachó junto a la ventana del lado del conductor, golpeando suavemente el cristal roto. —¡Señora! ¿Puede escucharme? ¡Aguante, ya viene la ayuda!

Dentro del auto, Stella estaba atrapada entre los restos. Su cuerpo estaba inmóvil, sus ojos apenas abiertos. Los sonidos de la gente eran ecos distantes, confusos. Intentó hablar, pero no pudo.

Su mente, aunque nublada, solo pudo aferrarse a un único pensamiento: Nicole…

Las sirenas rompieron el silencio de la noche, acercándose rápidamente. La multitud se apartó mientras los paramédicos llegaban con camillas y linternas, trabajando con rapidez para sacar a Stella de los restos.

—Está viva, pero necesita atención inmediata —dijo uno de ellos, su voz firme pero preocupada.

El camión permanecía detenido a unos metros, con su conductor sentado en el suelo, las manos temblando mientras intentaba explicar lo sucedido a un policía.

Cuando la ambulancia partió, las luces rojas y azules iluminaban la carretera desolada. Las flores que Stella había comprado estaban dispersas en el pavimento, marchitas por el impacto.

En casa, Nicole seguía encerrada en su habitación, con música alta para silenciar el mundo exterior. No sabía que, en ese momento, su mundo estaba a punto de cambiar para siempre.

(...)

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