Llevo dos días en Londres y he sido incapaz de salir de mi dormitorio. Me habría gustado tener mi propio apartamento, pero no puedo permitírmelo. El sueldo apenas me llegará para sobrevivir, pero este es mi sueño y no voy a renunciar a él. Me ha costado sudor y lágrimas ser empleada en Ediciones Atwood. No voy a rendirme por tener que compartir piso con dos desconocidas.
A un primer día de trabajo terrible, tengo que sumarle la lluvia. Mudarme a Londres y esperar que el sol brille es demasiado pedir. Busco en mi bolso, esperanzada рог encontrar un paraguas, sin éxito.
El humo de un cigarro me obliga a alzar la vista. Estaba tan sumida en encontrar una solución que no he notado la presencia del hombre que está a mi izquierda.
Él parece tan absorto como yo. ¿En que estará pensando? Apenas le veo la cara, así que no puedo fijarme en lo que dicen sus ojos. Soy de las que piensa que una mirada puede decir más que unas meras palabras y los de este desconocido gritan que deje de mirarlo como una psicótica. Va a pensar que soy una acosadora. ¿Y cómo no serlo? Tiene una mirada que atrapa y unos labios tan carnosos que no puedo evitar morderme los míos.
Las comisuras de sus labios se alzan hasta convertirse en una sonrisa. ¡Y qué sonrisa! Me sorprendo devolviéndole el gesto presa de su embrujo. Porqué así me siento. Embrujada, presa de un conjuro. Y aquí no ha hecho falta palabra mágica ni pócima secreta. Ha bastado una mirada.
—Deja que te acompañe, llueve demasiado.
Madre mía, que voz. Acabo de tener un orgasmo. Aquí y ahora.