Soy débil, mi amor, y sigo esperando

1.2K 135 23
                                    








"A lo mejor yo sé bailar bachata, ¿tú sabes bailar bachata?"

"No, yo no miento".





"¿Jefe?"

La cabeza de Spreen se levantó y abrió con sorpresa los ojos. Mariana estaba de pie torpemente en la puerta de entrada a su oficina en la pollería, viéndose entre incómodo y preocupado. Es la primera vez desde que trabajan juntos que lo ve así de nervioso en sus presencia sin que se llevara a cabo alguna clase de estafa o negocio —o asesinato—. Y Mariana respeta —o teme— lo suficiente a Spreen para asegurarse de no mostrar ningún signo de debilidad frente a su jefe, para mantener el profesionalismo.

El oso lo analiza, sintiendo que algo se agarra de su corazón y lo aprieta, tentándose a arrancarlo completamente de sus costillas. Spreen fuerza a tragar el bulto alojado en su garganta.

"¿Qué querés, Mariana?", dice Spreen cuando finalmente se las arregló para empujar las palabras más allá de sus dientes y se arrepintió inmediatamente al notar el accidental tono hostil con el que salieron. Todo su cuerpo se siente entumecido. Su cerebro ni siquiera registra el dolor que está siendo causado cuando sus uñas se cavan en la palma de la mano.

Y Mariana, pese a esto, solo parece más preocupado que asustado.

"Solo...", pausó dejando caer su mirada al suelo, como si estuviera reelaborando sus palabras. "Solo venía a checarlo, que todo estuvieran bien".

"Estoy perfecto, como podés ver. Chau", y nuevamente no intentaba sonar así de hostil pero a este punto tampoco le importaba lo suficiente como para corregirse.

Mariana le disparó una mirada, y por un segundo parecía que iba a insistir con que no era así, pero se mantuvo boca cerrada en el último segundo. "Lo que usted diga patrón. Yo, eh -, ya iré cerrando que ya es bien tarde".

"Hmm", se limitó a decir y desvío su atención a una esquina del cuarto donde está el ramo de flores que debe dejarle a Juan, sin percatarse de la angustiada mirada que le lanzó su amigo y empleado.

Y si agarraba con temblorosa fuerza una bandana roja contra su pecho, tratando de encontrar algo del hechicero que aún perduraba en su memoria, al menos nadie estaba ahí para burlarse de él.



Cuando el hechicero y guardián de las dimensiones murió, el mundo lloró por él; cuando Juan Cubito murió, una parte de Spreen murió con él. El dolor no es sólo un dolor, sino una agonía como ninguna cosa que él haya previamente conocido.

Por un momento, piensa que nada viene después. ¿Qué puede suceder después de que el sol se haya puesto por última vez? Debería estar suspendido en el tiempo, atrapado en un dolor que abarca todo. No le parece justo el mundo corra mientras él sigue estancado en un pesar que se niega a reconocer y no comprende el por qué lo afectó tanto.

Juan. Y piensa cómo es posible que pudiera recordar su nombre cuando los primeros meses de su encuentro apenas pudiera recordar su existencia. Es la única palabra que conoce ahora.

Spreen cree que han pasado días, pero no está del todo seguro. Podría haberse acercado un mes, pero le gustaría pensar que no ha pasado tanto tiempo. Rara vez había abandonado su oficina en la pollería, reacio a sacrificar la seguridad que proporcionaba. La vida de un empresario como él estaba destinada a ser solitaria y no debería angustiarlo, y por ello mismo no luchó contra ella. No lo había hecho antes y fue demasiado tarde cuando se propuso hacerlo; ahora habían muchos menos motivos para ello.



Son Tanizen y Noni quienes lo encuentran en el Santuario, arrodillado junto a la tumba abierta que había cavado.

Los ramos de incontables flores que había sembrado florecían a todo color.

Soy débil, amor, y sigo esperando - SpruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora