Prólogo

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- ¡Joder! ¡Déjenme salir!- golpeé con frustración la celda en la que me encontraba encerrada.

Sin previo aviso, las lágrimas comenzaron a salir como cascadas de mis ojos, había perdido la cuenta de las veces que me he desgastado llorando desde que llegué a este lugar. -Ya se los dije, ¡no he hecho nada más que ayudarlo!-.

Me tomé de los extremos de mi cabello y jalé de los mismos, ¡qué asombroso! Logré salir de un calvario arriesgando mi vida, para que me metieran a otro; golpeé repetidamente la pared de concreto con mis puños y mis pies, como si eso fuera a ayudarme a salir de aquí.

-¡No saldrás hasta que me digas quien eres, y porque y como, mi hijo estaba herido contigo!- aquel señor con barba exclamó furioso. Lancé un grito de frustración y le di la espalda. De hecho, la forma en como había llegado a este lugar era bastante peculiar...

Necesitaba encontrar un lugar para habitar lo más rápido posible, sabía que no pararían de buscarme hasta encontrarme, y eso no lo permitiría, de ninguna manera volvería a ese infierno.

Agradecía que seguía viva con cada paso que daba, me quedaban muy pocas balas, 2 flechas y un cuchillo realmente pequeño, ciertamente nadie me aseguraba que saldría ilesa de todo esto; sin embargo, en estos momentos, era lo que menos me importaba.

Pero lo que más lamentaba era no haber ingerido algo de comida después de abandonar el lugar, mis tripas rugían como si tuviese un león dentro de mi, debía cazar algo lo más rápido posible.

-Me estoy muriendo de hambre, ¡Dios mío!- miré hacia el cielo con fastidio, aunque sabía que nadie escucharía mis plegarias.

Aunque dichas plegarias parecían haber sido escuchadas, pues entre el bosque se escucharon algunos crujidos de ramas.

Mi corazón se aceleró y sentí la adrenalina correr por todo mi sistema, esta sería la primera vez que cazara por cuenta propia y sin ningún estúpido asegurándose de que no cometiera una indiscreción.

<<Gracias Señor>> me dije mentalmente.

Saqué mi arco y una flecha del pequeño bolso que cargaba sobre mi espalda y apunté hacia donde se había escuchado aquel ruido, no perdía nada con intentar, al fin y al cabo si era un animal, tendría algo que comer y si era una de esas personas podridas, lo mataría.

Suspiré y dejé que la flecha se dirigiera a su destino sin siquiera preguntarme si fallaría.

Un grito desgarrador resonó por todo el bosque.

-¡No! Mierda- exclamé al caer en cuenta de la estupidez que acababa de cometer.

Fui corriendo hacia donde la flecha había caído y cuando llegué, vi tendido a un chico sobre las ramas, casi desangrándose y con mi flecha clavada algo cerca de las costillas, digo, no soy doctora ni nada, pero al menos se en dónde se ubica cada órgano interno del cuerpo, incluso, recuerdo que antes de esto, asistía a la escuela con un promedio excelente, sin duda me estoy saliendo de tema.

Resoplé de frustración y me regañé mentalmente, ¡Dios, que imbécil soy!, y la única forma de salvarlo sería volviendo a aquel calvario.

No, no, no y no, por supuesto que no haría tal cosa, pero si no actuaba rápido, este chico inocente moriría por mi culpa.

Lo levanté del suelo reuniendo todas mis fuerzas, aún estaba consciente, pero no creo que sepa algo de lo que esta pasando.

Immortals; Carl Grimes (Próximamente) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora