¿Qué si iría a tomar ese café? Por supuesto que no. Lou Dallas era una tonta, pero no le gustaba que nadie le jugara sucio, y mucho menos que le ganara una partida. Debía planear otra cosa para conseguir el libro, o más bien, debía planear otro robo. Era más que evidente que allí no podría ir nuevamente hasta que pasara un buen tiempo, porque a pesar de que me hubiesen descubierto, también me daba un poco de miedo ese chico, y el porqué de no denunciarme.
Salí de la librería a toda máquina, dando fuertes pisadas en los pequeños charcos de agua que se habían formado sobre la acera. Miré hacia atrás y divisé la pequeña librería de color marrón, protegida con un toldo a rayas rojas, con su puerta y sus ventanas de cristales templados y su pequeña campanilla dorada en la puerta, sentí nostalgia, y el corazón se me apretó aún más cuando mi mirada bajó hacia el pizarrón que había en la entrada, justo delante de la puerta:
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Aquella imagen me daba vueltas en la cabeza una y otra vez, como si de un caleidoscopio se tratase, haciendo que me sintiera mal por lo que acaba de hacer, sin embargo, no era algo que pudiera controlar, no era una ladrona, juro que podía controlar mis instintos, mi naturaleza, pero no podía dejar de la lado la misión que tenía, la misión que quería.
Abandoné aquel lugar con un poco de tristeza en mi corazón, la lluvia cesó sin embargo no me quité el chubasquero amarillo, solo seguí caminando sin rumbo, mirando la humedad de las aceras y el ajetreo del puerto. Los pequeños botes salían del puerto con sus pescadores hacia mar abierto, con la esperanza de volver con el morral lleno a casa.
Los turistas hacían paradas en cada sitio interesante que veían, preguntando cosas a los dueños de los locales, y haciendo fotos una y otra vez con sus celulares caros y sus cámaras profesionales. Las holandesas paseaban orgullosas con su ropa holgada, debido a que eran los únicos meses en los que existía menos frío y podían darse el privilegio de vestir camisas de manga larga y pantalones acampanados, los holandeses elegantes, llevaban siempre esmoquin, sin importar el frío o el calor, yo, sin embargo, siempre tenía frío, como si de la punta de un iceberg se tratara.
Me senté rendida de cansancio mental en un césped que se encontraba justo detrás del centro comercial, jugueteé un poco con los cordones de mis botas, y saqué de mi pequeño bolso tejido, un cuaderno gris para anotar mis próximos pasos, tenía que hacerlo rápidamente, pues mi madre siempre decía, que lo que no se escribía, terminaba por olvidarse.
La tapa del cuaderno era rígida, y cuando caía el sol sobre ella, brillaba un poco, el bolígrafo de tinta azul hizo el resto, quedándome así un poco más tranquila. En dos días haría el robo, pequeño, pero certero, esta vez no habrían equivocaciones.
Mi estómago rugió y sentí que era hora de ir a por el próximo café. Me levanté del césped y mis pantalones quedaron un poco húmedos a causa de la lluvia de la mañana. Hice caso omiso a ello y me dirigí hacia el interior del centro comercial, me escabullí entre el bullicio y la gente atolondrada, para llegar al Starbucks más cercano.
Me costó un poco llegar, puesto que había muchas personas acumuladas en el lugar, y verdaderamente, la gente me daba un poco de... ¿Cómo decirlo para que no suene tan mal? ¿Asco? Sí, la gente me daba un poco de asco, es decir no las odiaba, pero me molestaba un montón cruzarme con desconocidos.
En el café solo había dos personas esperando fuera, así que me acomodé en una de las sillas del exterior, para esperar mi turno. El aire era un poco más cálido dentro del centro comercial, y mi cuerpo agradecía eso. pasé por el umbral de la puerta de cristal y pedí al chico detrás de la barra, un Mocca Latte con chocolate doble, él asintió y anotó el pedido, ofreciéndome un asiento dentro.
Acepté su sugerencia y me senté donde se encontraba la mesa más próxima. El café llegó pronto, pero antes fue interrumpido por una de las únicas personas de este sitio que no me causaba asco, Jules Britt, mi mejor amiga.
Llegó corriendo hacia mí, y casi hace que el camarero derrame el café encima de mí, pero a ella no le importó la situación que podría provocar, solo corrió hacia mis brazos y me abrazó, rodeándome con sus flacas manos.
—Pero Lou. ¿Por qué no me avisaste que estarías aquí? Hubiera venido mucho antes, y además podría haber traído a Hael y a Nate.
Hael y Nate eran nuestros otros dos mejores amigos, o bueno, eso creía.
—Yo es que, no tenía pensado venir, solo pasaba—mentí.
Ella se acomodó en la silla que se encontraba a mi lado y sorbió de mi café que aún se encontraba intacto sobre la mesa. Reí a causa de que podía ser una chica muy espontánea.
—¿Qué es? —señaló el café—. Está muy rico, pediré uno igual que este—me preguntó mientras llamaba al camarero agitando su mano en el aire.
—Un Mocca Latte con chocolate doble—asentí y ella terminó por pedirle lo mismo al camarero.
Me miró de reojo y entrecerró los ojos. Jules Britt siempre sospechaba cosas de todo el mundo.
—¿Por qué no estás en el trabajo si es muy temprano? —preguntó mirando su reloj.
El café de Jules llegó, y me dio un poco de tiempo para inventarme una excusa no muy elaborada.
—Me sentía un poco agobiada, sabes que ese trabajo no me gusta para nada. Solo me mantengo ahí por... —fui interrumpida por Jules.
—Por el dinero, sí ya lo sé, pero tienes que encontrar motivación en algo de lo que haces, sacar algo bueno de ese trabajo.
Quizá tenía razón, pero quizá no quería hacerlo, quizá solo quería seguir robando libros.
—Vender flores no es algo que me apasione realmente, así que mucha inspiración no encuentro en ello.
Ella sorbió de su café y me miró con un poco de tristeza, Jules era una persona muy alegre, y cuando se afligía, se le notaba mucho en el rostro, sobre todo porque sus expresiones la delataban. Curvó una sonrisa fingida y abrió la boca para articular unas palabras.
—Solo piensa que cuando tengas el dinero suficiente podrás cambiar de trabajo—intentó animarme, pero solo consiguió afligirme aún más.
Me terminé mi café y me puse de pie para pagar la cuenta de ambas, acción que fue interrumpida por un manotazo leve de Jules, evitando que pagara y haciéndolo ella. Le regaló su mejor sonrisa al camarero y luego se dirigió hacia mí y me abarcó con los brazos, de una manera, que solo ella sabía hacerlo.
—Todo estará bien Lou, recuerda, Lights will guide you home, and ignite your bones, and i will try to fix you.
—And i will try to fix you— repetí tras ella, y se escabulló tras la puerta de cristal.
Llegué a casa, con un poco de frío, pues ya comenzaba a enfriar luego de mediodía, y me metí al baño para ducharme con agua caliente, me desnudé y dejé la ropa tirada por el suelo de madera, cuando me sentía un poco mal, solía hacer desastres sin razón aparente. El agua caliente recorría mi piel, moldeándola, como si cada gota que caía significara una parte de mí que se rompía, me sentía rota.
Lou Dallas se sentía rota, y triste, y sola, Lou Dallas tenía miedo, y se sentía agobiada y estresada, y no encontraba razones para ello, aunque, quizá no del todo.Nota de la autora:
Perdonen por no publicar ayer, estaba muy atareada y lo olvidé por completo, así que aquí les traigo el capítulo correspondiente. ¿Conocen esa canción? Coméntenme qué canción les gustaría que incluyera en el libro❤️
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El Síndrome de Erasmus ©️
Teen Fiction"Los clichés son solo una forma que tiene el mundo de demostrarnos que la vida es menos injusta, pero todo esto es mentira. Todo el mundo es una gran mentira" Existen personas que son tormentas y no lo saben, se refugian tanto en la lluvia que tiene...