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Eran las cortinas escasamente oscuras. Eran tan claras y traslúcidas, aún más su blancura, haciendo pasar los suaves rayos solares, que ahora empañaban su tierno rostro.

Tenía la costumbre de dormir con un delgado y pomposo camisón blanco, algo que usual y ciertamente poco aceptado, pero también más aceptado en comparación si lo hubiera hecho un beta o alfa.
Se les permitía la feminidad, pero no a tal grado de sobrepasar a una mujer omega.

Era un omega, claramente, y tomado a primera vista como el perfecto estereotipo del omega hogareño, sumiso y delicado.
Era tan de lo que se esperaba de un omega creado para aparearse y este mismo te esperara con un delantal en la puerta de tu casa, con un cucharón en la mano y listo para servirle la cena a su alfa. Nada más, eso era lo que esperaban de un omega como lo era Misaki.

Y se lo recordaban tanto que en una época, Misaki lo creyó, y no podrían adivinar lo mal que se sintió el pequeño.

Por suerte eso era un desagradable recuerdo en el omega. Terminó aceptando su esencia femenina, suave y delicada, porque no tenía nada de malo serlo, lo malo y cruel era negarse a si mismo para complacer a los demás.

Él era así, aun si constantemente lo confundían con una chica, él aún creía firmemente que este era él, y no tenía ningún error como para cambiar su yo.

Terminó por distraerse de su profundo sueño por los chillidos de alguien, solo por ellos era capaz de irrumpir su sueño pesado, porque si fuera por otros no habría caso alguno.

Seguido por unas suaves huellitas que jalaban las delgadas sábanas, dejó a la intemperie y a la vista, su lechoso escote, sin mencionar sus delgados brazos cubiertos por dos tiras de listones, eran las tiras de su camisón.

Amaba la feminidad, y el tiempo le hizo aceptar su verdadera esencia.
Así se sentía feliz y libre.

El constante empuje de las huellas contra su cuello, le hicieron tomar claridad del tiempo, por ello solo se deslizó por el tormento de almohadones y concluyó estirando sus esbeltos brazos para arriba, y para terminar dio un bostezo y un suave gemido cansado. Se notaba aún su somnolencia.

Ya no importaba, porque cuando su visita se dirigió a su querida Bonnie, solo terminó aclarando mucho más su mente. Era hora del desayuno de sus pequeños compañeros de vida.

— Solo sé que me pase algunos minutos hoy. — brotó una diminuta risa, mofamdose, por notar la ya latente desesperación de Bonnie por alimento. Esa gatita era muy exigente, pero cualquiera con hambre lo haría. Misaki solo terminó por soltar otra suave sonrisa, pero esta vez con compresión y cariño. —¡Comprendo, comprendo! Hora del desayuno, pequeña Bonnie madrugadora. Si, Bonnie, es todavía muy temprano.

Para más dicha de Misaki, le dio uno que otro toque en la nariz rosada de Bonnie, casi rozando la burla. Le encantaba burlarse de sus pequeños.
Bonnie, inconsciente de esto, solo pedía alimento a tiernos maullidos.
Era realmente dócil la blanca gatita.

Seguido, ahora, de un energético ladrido, un pequeño saco de lanudos y rebeldes hilos blancos, desorientaron a Misaki, pero este no hizo más que hacer emerger una, aún más, energética carcajada. Cuánto amaba a ese chico, Alejandro.

Ellos eran sus más exaltados compañeros, porque Misaki tenía la sospecha de que ademas el estar llenos de pelos, ellos compartían algo mucho más especial, su vínculo y su pasado.
Fueron rescatados. El uno al otro.

Ah, pero si a Misaki le pregutaran de escándalo, sin duda mencionaría a aquel otro dúo: Lona y Roberto.
Plumas.

— Calma. Siempre tengo un sueño regular, y nunca me pasó su hora de desayuno. Lo juro. Ustedes saben eso. — un energético Alejandro no se detenía a tranquilizarse, era un tormento, verdaderamente. Era adorable.

¿El destino está escrito?   || Misaki x Asami Donde viven las historias. Descúbrelo ahora