Hay un pequeño pueblo en medio del campo, lejos de las grandes ciudades del país, con casas pequeñas y edificios escasos de paredes externas color claro y fallas eléctricas todos los fines de semana. Es un sitio donde todo el mundo conoce a todo el mundo; solo hay un supermercado y todos los jóvenes estudian en las mismas escuelas, porque finalmente no hay de dónde escoger.
Jisung no se cree diferente a los demás, sin embargo a veces le gusta creer que se parece a Aladdin: siempre mirando la ciudad desde lo alto de un balcón, acompañado de su único y fiel amigo peludo, Pay, un gatito anaranjado que todas las noches se escabulle por la ventana rota de su habitación solitaria.
Juntos observan hacia afuera, trasnochando hasta las tantas de la madrugada, cuando por accidente Jisung cierra los ojos y de pronto al abrirlos de nuevo ya es de día. El sol está en su punto más alto, deben ser pasadas las doce: va tarde a la escuela.
Ya tiene quince años y debe ser completamente responsable de despertar a tiempo, pero le cuesta mucho hacerlo: Jisung no tiene forma alguna para saber con precisión la hora a la que debe despertar y correr.
Se estira, se pone los zapatos y sale al comedor, donde su familia siempre lo espera en silencio. Nadie habla: son silenciosos o quizás lo son sólo con él. No se dan los buenos días, pero Jisung se despide con la mano.
Sabe que están decepcionados.
Lo entiende, es decir... Va tarde, pero nunca ha faltado a su promesa de estudiar, única cosa que sus padres siempre le pidieron antes de aquella guerra fría que se cierne en casa. Jamás ha faltado a sus clases, incluso si es de lo más complicado del mundo.
Toma de la cocina algunas de las baterías desechables de la última semana y las guarda en su bolsillo, caminando hasta la habitación de sus padres para saltar por su ventana, que es un poco más grande que la suya.
Pasa que Jisung hace bastantes años perdió su copia de las llaves y no piensa dejar la puerta de la entrada abierta. Y está bien, bueno, encontró facilidad en saltar de techo en techo hasta la avenida central.
Se asoma bajo el auto rojo abandonado en la esquina y encuentra su mochila de hombro color verde militar, aunque rasgada y sucia por doquier. Como sea, nunca se atrevería a tirarla: es de los únicos regalos que alguna vez su padre le hizo, ya hace casi una década.
Hace su camino de siempre, rodeando la ciudad para que ningún conocido lo vea pasar, y se desvía en el supermercado para introducir las baterías en una máquina que a cambio por su buena obra ecológica le da algunas monedas. Sonríe al tenerlas en la mano y sigue caminando, guardándolas bien en un bolsillo secreto de su maletín.
— Llegas tarde — le dice la guardia cuando lo mira llegar, negándole la entrada al instituto, manteniendo cerrado el portón.
— Yo sé, pero... Usted sabe: no vivo muy cerca — se excusa el pequeño castaño, jugando con su propio cabello en reacción a la ansiedad que le da pensar en no llegar a su siguiente clase. Sin embargo, la chica no parece tener piedad en él. No le da ni un poquito de lástima y sólo se cruza de brazos. - Por favor...
- No vives a tres horas del instituto, Han Jisung: el pueblo se recorre de extremo a extremo en cinco minutos caminando.
- Quince minutos - corrige el adolescente.
- Está bien: ve a darle cinco vueltas y nos vemos aquí a las doce y media. Entonces te dejaré pasar.
Jisung suspira, fingiendo que se ha dado por vencido. Se da la vuelta y camina algunos metros, escuchando que la mujer ríe victoriosa, pero Jisung se da la vuelta y corre velozmente para saltar la reja, dándose más prisa cuando ella comienza a perseguirlo adentro.
Jisung se ríe cuando ve que la ha perdido, intentando recuperar el aliento en una de las esquinas del corredor principal del cuarto piso: el nivel solitario de la escuela. Esas aulas prácticamente no se usan para nada.
Prácticamente porque todos saben que algunos alumnos las aprovechan para pasar el rato entre clases, ya sea fumando, coqueteando o molestando, siendo la tercera opción el infortunio del joven solitario.
Tiene la suerte de encontrarse el sitio vacío: aún sus compañeros deben estar en alguna clase, no lo sabe muy bien; o quizás por una vez todos decidieron almorzar en el comedor.
Sea cual sea el motivo de su buena suerte, elige esconderse en un aula cualquiera por si acaso, esperando que la mujer de hace un rato se haya rendido. Puede comprobarlo al mirar por la ventana y entonces camina hasta uno de los cestos de basura en el pasillo.
Mira que hace poco cambiaron las bolsas y maldice internamente al encontrarlos vacíos. Quizás hoy no tiene más opción que gastarse el dinero de las baterías en comida de una de las máquinas del comedor, pero a toda costa desea evitarlo. Ese dinero es para comprar más baterías: no puede gastarlo en alimentos, por lo que decide bajar al nivel tres para buscar en esos cestos.
Intenta que nadie lo vea, pasando por debajo de las ventanillas que dan hacia las aulas, y consigue algunas sobras que guarda en su mochila. Aún no tiene mucha hambre, por lo que - debido a la aparente situación de escasez en sus centros de suministro - elige guardar el pan y las migas de comida frita hasta sentir que no puede más.
En algunos minutos, la campana que indica el inicio del receso suena en cada esquina del instituto, poniéndolo a temblar y dándole como primer instinto la energía suficiente para correr hasta los baños más cercanos, esperando no haber sido notado por nadie, pero pronto escucha pasos fuera de su cubículo individual.
— Jisunggie~ — canturrea alguno de esos matones. Jisung cierra los ojos y tapa sus orejas, solo esperando a que suceda aquello que jamás es capaz de evitar.
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white noise - minsung
General Fiction[☺︎] Los lobos adoran cazar; si tienes la mala fortuna de toparte con uno cara a cara, corre antes de convertirte en su presa, y no dejes de correr porque es seguro que no pararán hasta terminar con cada parte de ti. L...