FRÍO

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— voy a matar a todo lo que tu amas y después te voy a matar a ti, Luzu —

Se sentía tan solitario en aquella enorme habitación, tantas cosas que habían pasado en pocos días, cada uno de los héroes lo habían estado evitando desde el inicio de su alcaldía.

Comenzó proyectos que ayudarían al pueblo con el único fin de calmar su atormentada mente, tal vez así verían que el no era alguien malvado y volverían a acercarsele... ¿Verdad?. Llamó a arquitectos a su oficina, invitó profesionales para el diseño, movió contactos para encontrar el mejor material y terreno, y poder construir finalmente infraestructuras capaces de aguantar las inclemencias del tiempo, la furia de los dioses y las "bromas" sin gracia de los otros héroes.

Poco a poco veía el pueblo cambiar para bien, se sentía orgulloso el día que iniciaron las construcciones como si de un padre a un hijo en su primer día de escuela, todo iba por buen camino, ya veía en su mente a la primera y más grande biblioteca de Karmaland que abriría a más tardar en medio año.

Y cuando ya estuvo su primer proyecto en marcha, pudo volver a casa en paz, extrañaba tanto a su patito.

Camino sin escolta por el pueblo escuchando sólo críticas de sus habitantes tan descontentos por sus acciones; que la biblioteca era demasiado grande, que el color de los materiales no les parecía correcto, que una biblioteca no era necesaria y era mejor obtener un casino en su lugar, que la obra tardaba demasiado, que el alcalde subiría los impuestos por una obra inútil que nadie pidió... ¿Porque nadie estaba contento con lo que hacía?.

Aumento el paso con la mirada fija en su camino saliendo por fin del pueblo, el aire fresco del bosque le dio una calma que jamás pensó tener.

El viento frío sopló haciendo volar su característico pelo estilo emo, al fin se sentía en calma.

— no pensé que este lugar fuera tan pacífico — le gustó, caminar con la luz de la luna en lo alto y las estrellas iluminando el camino, sin duda aquella sería su actividad favorita desde ese día.

Ya no tenía que pensar en nada, no habían enemigos, no había traición, no estaban los pueblerinos o las obras tan problemáticas, aunque tampoco estaba y no estaría Quackity. Al fin era sólo él quien importaba, después de calmar su corazón al fin se sintió con fuerzas para volver a esa casa que antes compartió con el menor.

Estaba por abrir la puerta, ya sacaba la llave de sus bolsillos cuando notó la luz de la sala encendida, llevaba días sin visitar ese lugar, alguien estaba dentro.

Tomó mucha precaución, sólo tres personas podrían entrar a su casa sin despertar la irá de los dioses; Vegetta, Titi y... Quackity.

Abrió en silencio la puerta y levantando una pala en alto se alista para atacar al primero que se pusiera frente a él. Caminó barriendo con su mirada de rincón a rincón hasta encontrar unas alas doradas, esas plumas que tanto había extrañado ver por su casa.




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