Capítulo 13 | Dorian

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Mis dedos se deslizan por las teclas blancas y negras del piano, reproduciendo una melodía tan antigua que ha sido olvidada en aquellos que tienen una vida corta. No miro la partitura, pues la he tocado tantas veces, que sabría interpretarla con los ojos cerrados. Dejo que su sonido me envuelva y sea él el que me guíe, el que me lleva de la mano a través de las notas musicales.

Sé que Willa está llegando al apartamento, pero no permito que eso me distraiga.

Este piano fue una de las pocas cosas que pude rescatar de la devastación de la Corte Obsidiana. Parecía un milagro que hubiera resultado intacto de la destrucción de mi corte. Y menos mal, porque también es uno de mis objetos más apreciados; no por su precio, sino por su valor. Fue Bastian el que me enseñó cómo tocarlo.

El recuerdo de Bastian me distrae.

Mis dedos fallan y pulsan la tecla que no es.

—Estás perdiendo habilidades —expresa Willa, entrando en el apartamento.

Estiro y encojo mis dedos. Después me doy la vuelta y la miro. Me aseguro de que mi mirada muestre por dónde pienso que puede meterse su comentario.

—Tenemos que irnos —me recuerda.

Suspiro. Lo sé.

Me pongo en pie, echando un último vistazo al piano. En otro momento será.

Llego hasta Willa y coloco mi mano sobre su pequeño hombro. Midnight nos observa desde el sofá, con curiosidad. En esta ocasión, él se quedará aquí, pues no creo que tardemos mucho.

En un instante, el mundo se encoge y se expande. Siento como si alguien sacudiera mi estómago, y en un parpadeo, dejamos de estar en el apartamento. Aparecemos en el salón de un piso que está incrustado en la cocina, únicamente separado por una barra americana.

Dejo caer mi mano mientras observo las plantas moribundas. Están tan marchitas que las hojas han comenzado a caerse sobre el suelo.

—¿Anya? ¿Jasper? ¿Estáis aquí? —pregunta Willa, pero nadie le responde.

Todo está demasiado silencioso.

Esperamos un par de minutos, pero no ocurre nada.

—Aquí no hay nadie —dice Willa.

—Habrán salido —murmuro.

Qué mala suerte.

En ese momento, se oye el ruido de una cerradura y, a continuación, la puerta de la entrada se abre. Aparece una mujer rubia que guarda cierto parecido con Jasper, seguida de dos montañas de bolsas andantes. Imagino que debe ser su madre o algún pariente cercano.

—¿Hola? —pregunta ella, titubeante, al percatarse de nuestra presencia.

Las bolsas andantes hacen un esfuerzo para despejar su campo de visión y observar lo mismo que la rubia. La sorpresa baila en los ojos de Jasper, pero Anya... Ella mira con el rabillo del ojo a la que imagino que es la madre de Jasper y después vuelve a posar la mirada sobre nosotros. Con furia.

Las comisuras de mis labios tiemblan, intentando reprimir una sonrisa. Anya está enfadada porque ahora conocemos a esa mujer y piensa que podríamos hacerle daño. Prefiere mantenerla alejada de nosotros porque así ella estaría más segura.

—¿Dorian? ¿Willa? —pregunta Jasper, dejando las bolsas por el suelo—. ¿Qué hacéis aquí?

—Tenemos que hablar —respondo.

—¿Por qué no me dijiste que le habías dado a tus amigos una llave del apartamento? —inquiere la rubia en voz baja, en dirección a Jasper. No obstante, mis oídos de immortālis alcanzan a oír cada palabra como si ella estuviera a mi lado—. Me hubiera dado un infarto si hubiera venido a verte cualquier día y me los encontrase aquí. Pensaría que están roban o algo.

Un reino de oscuridad y escarchaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora