Dos familias enfrentadas

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Los Montesco y los Capuleto eran dos familias muy importantes de Verona, una próspera ciudad italiana. Desde muchos años atrás, las dos familias estaban profundamente enfrentadas. Incluso los criados de una y otra de maldecían cada vez que se encontraban por las calles de la ciudad.
     Un día, Benvolio, sobrino de los Montesco, vio peleando a dos criados de su casa con dos criados de los Capuleto. El jóven, que odiaba las peleas, intervino para intentar poner paz entre ellos.
—¡Parad! ¡No me obliguéis a usar la fuerza! —les dijo empuñando su espada en tono amenazante.
     En ese momento apareció Teobaldo, un Capuleto.
—¡Ayúdame a parar está pelea! —le pidió Benvolio.
  Pero Teobaldo, que era muy pendenciero, aprovechó la ocasión para enfrentarse a él.
—¿Y lo dices espada en mano? ¡Odio a todos los Montesco! —Gritó mientras se abalanzaba sobre Benvolio.
    Pronto acudieron familiares de ambos bandos, que se sumaron a la pelea. También llegó el señor Capuleto, acompañado de su esposa.
—¿Qué es esto? ¡Traedme ahora mismo mi espada!
—¿Una espada? ¡Mejor pide un bastón! —sugirió su mujer.
—¡Quiero mi espada! ¿No ves que el viejo de Montesco viene fanfarroneándose con la suya?
   Justo entonces llegó el príncipe Escala con su séquito.
—¡Súbditos! ¡Animales salvajes, eso es lo que sois! —les dijo el príncipe muy enfadado l—. Vuestras disputas estropean la tranquilidad de mi ciudad. Escuchadme bien porque no lo repetiré más: la próxima vez que os enfrentéis en las calles de Verona, ¡lo pagaréis con vuestras vidas! ¡Y ahora, marchaos todos de aquí!
    Montesco, su esposa y Benvolio fueron los últimos en irse.
—¿Dónde está Romeo? —preguntó la señora Montesco—. Me tranquiliza mucho que no participará en la pelea.

—Esta mañana me desperté muy temprano, no podía dormir —explicó Benvolio—;. fui a dar un paseo por el bosque, al oeste de la ciudad, y vi a Romeo. Me dirigí hacía él, pero cuando me vio se escondió entre los árboles. Pensé que querría estar solo y decidí marcharme sin decirle nada.
—Otros me han dicho que lo han visto llorando, muy temprano —dijo el señor Montesco—. Cuando sale el sol, vuelve a su habitación huyendo de la luz del día. Estoy preocupado por él.
   —¿Se sabe el motivo de su tristeza?
—preguntó Benvolio.
  —No nos dirá —dijo Montesco.
   Más tarde, Benvolio se encontró con Romeo en la calle y le preguntó qué le pasaba.
  —Amo a Rosalina, pero ella no me corresponde —confesó al fin Romeo.
  —Olvídala entonces. Hay muchas jóvenes hermosas en la ciudad.
—sugirió Benvolio.
—El que se queda ciego no puede olvidar lo que es ver, y yo no podré olvidar su belleza... No puedes hacer nada por mí —contestó Romeo despidiéndose.
Se alejaba cuando Benvolio le gritó:
  —¡Te ayudaré! ¡Si no lo consigo, estaré en deuda contigo!

Romeo y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora