《 Parte única 》

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Encontrarse con el mismo hombre varias veces: un error garrafal. No para ella, sino, para él.

La primera persona que medio cuidó de ella, que la ayudó y que también la traionó. ¿Se pensaba él que tendría escapatoria? Bajo su traje de sirviente encadenado, ahora seguía las órdenes de una adolescente de unos cuantos años menos que él.

Sentada en su trono, no parecía muy diferente a lo que Monaka en su momento fue, solo que esta usaba su singular silla de ruedas. O cuando Nagito Komaeda "cuidaba" a Los guerreros de la esperanza.

Nada parecía haber cambiado, solo la figura a la que servía. Touko se había ido con su amado Togami y tener que gobernar sola era algo que parecía poder hacer por su cuenta. Quizá la sangre de los Naegi era el de liderar a los demás. Quizá.

—Komaeda-kun... —llamó la más baja desde su trono.

—¿Sí, Naegi-san? —se acercó el mencionado a la contraria.

—¿Alguna novedad de lo que ocurre en Towa City? —su hermano le había dejado a cargo la reconstrucción de la ciudad, algo de lo que a regañadientes había aceptado. No se sentía para nada capacitada.

—Ya sabes lo lento que funciona esto.

—Lo sé... —soltó un suspiro pesado—. ¡No sé por qué mi hermano me nombró líder! Y-yo no sé liderar...

—Tonterías, ¡eres la esperanza de Towa City! ¡La que se enfrentó a Monaka y sus secuaces! —se notaba que tenía una sonrisa radiante.

—Es diferente liderar a tanta gente que ser compañera de Touko-chan... aunque no se bañara... —la falta de higiene en Touko era evidente.

—Ah, cierto. Hablé con la Fundación del Futuro y dicen que se pondrán cuanto antes con tu pequeño problema.

—¿¡D-de verdad!? —se había conseguido animar bastante—. ¡E-estoy deseándolo! —se dio cuenta de sus palabras—. Ah... Q-quiero decir... Que me alegra que vayan a encontrar la cura...

Apartó la mirada avergonzada, un poco sonrojada. Nagito, por el contrario, rio un poco, le parecía adorable su reacción.

Bajo esa fachada de niña adorable y nerviosa, por la noche era todo lo contrario y era cuando su pequeño problema se activaba. Tenía suerte si ninguno de los niños entraba, no quería que la encontraran de esa manera.

—K-Komaeda-kun...

Llamó al albino desde su cuarto, necesitaba ayuda con eso. La máquina de Kotoko y las hormonas de una adolescente era la peor combinación que pudiera haber.

Como si lo hubiera invocado, llamó a la puerta. Sabiendo que era él, gritó: —¡P-pasa!

El chico hizo caso y, como cada noche, entraba con una pequeña taza de té, que dejaba en la mesa de Naegi y cerraba la puerta con pestillo tras de sí.

—Siento haber tardado, Kotoko y los demás quisieron jugar conmigo más de la cuenta.

—N-no te preocupes... y-ya estás aquí...

Se abalanzó contra el muchacho y lo comenzó a besar con rapidez y desenfreno, era lo que su cuerpo le pedía. ¿Qué más daba la taza de té que recibía a media noche? Era una estratagema para que el albino la visitara, ambos lo sabían perfectamente.

Llevaban varios días haciendo eso. Una y otra vez, hasta que la chica bajaba de intensidad y su cuerpo se satisfacía. Pero, cada vez quería más y más y eso era lo que Nagito Komaeda le daba.

No había amor en un primer momento. No había nada de cursiladas. Komaru necesitaba a Nagito para satisfacerse por culpa de sus hormonas. En cambio, Nagito se servía como escalón de la esperanza. Si no podía tener un hijo con Makoto Naegi, la Gran esperanza definitiva, ¿por qué no con su querida hermana?

Él ganaba y ella también, ¿no era lo mejor? No obstante, el tiempo no jugaba en su contra: a saber cuánto tardarían en encontrar una cura la Fundación del Futuro. Solo era una cuestión de tiempo si llegaba primero el antídoto antes que el futuro hijo de Nagito.

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