¡Extra!

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A Diana le decían que lloraba por puras tonterías

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A Diana le decían que lloraba por puras tonterías. Algo de cierto había en tales acusaciones. Aquella noche en la que había terminado Estrella de Oriente por quinta vez, una película de hace mucho tiempo, Diana se lamentaba por no haber conocido jamás a Ingrid Sandman, una actriz elegante y sofisticada.

De manera que, en medio de una laguna de tristeza, ella se echó a la cama. Abrazó su cobija y la acarició, mientras imaginaba que era un abrigo de mink que usaría su ídolo. Lloró y lloró hasta que se perdió en el fantástico mundo de los sueños.

O eso creyó.

Porque, de pronto, escuchó a lo lejos una musiquita como de orquesta. Olía a tabaco. Además, las paredes de su recámara ahora lucían pálidas y ostentosas, en blanco y negro, y sobre la realidad pululaban manchas oscuras. Todo a su alrededor tenía un ligero temblor. Parecía que ahora vivía en una especie de mansión.

Las puertas se abrieron y apareció Ingrid Sandman, en persona.

—¿Ya te levantaste, querida? —preguntó la mujer, con una voz imponente—. Vamos, no tengo todo el día.

Diana se levantó, pero notó que ella aún estaba coloreada.

—Bah, no importa. Solo tócame, ven.

Hizo caso. Ahora su cuerpo también perdió la coloración.

Ingrid no soltó su mano. Una vez que Diana se había vuelto parte del entorno, salieron a lo que pensó sería el pasillo. En lugar del resto de la mansión, aparecieron en un vagón de tren en movimiento. Pero el campo que se podía ver a lo lejos era más bien una pantalla. El traqueteo del tren era también artificial.

—¡Aquí es donde tú y Harry Morgan Clinton resolvieron el caso de la mujer asfixiada!

—Muy bien, muy bien. —Se volvió hacia ella—. Te propongo un juego, querida.

—¿Qué es? ¿Qué es? —preguntó Diana con la emoción de una niña—. Si adivinas la siguiente película, tú podrás escribir una en la que salgamos juntas.

—¡Perfecto!

Caminaron a lo largo del vagón y sortearon a meseros, caballeros y demás personas bien caracterizadas, quienes las saludaron con mucha cortesía.

—Primera pista —dijo Ingrid—. ¿Qué es lento, pero siempre llega?

—Eh, no sé, ¿el cartero?

—Ni de cerca. —La actriz se rio, pero no se mostró cruel—. ¡La justicia! Secreto en la corte.

Ingrid corrió la puerta que conectaba un vagón con otro y ambas llegaron a lo que era un salón tribunal, con altos muros y ventanas que se extendían hasta el infinito.

Ahora sus voces tenían ecos.

—Segunda pista: ¿qué envejece y embellece?

¡Loma Tranquila!

—Bueno, esa te la puse fácil.

La sujetó de los hombros. Ahora, frente a ella, Diana notó lo hermosa que era.

—Tu turno. ¿Qué historia vas a escribir conmigo?

Una sonrisa de orgullo apareció en el rostro de Diana y, de la mano, echó a volar junto con Ingrid. El color regresó, el mundo se volvió de caricatura y a su alrededor se dibujaron gigantescas flores.

Todo era alegría para Diana. No lloraría nunca más.

Ahora tu historia me pertenece [Corto] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora