El sol nunca se ocultaba, por lo que era casi imposible contabilizar los días, o siquiera las horas, teniendo en cuenta que la gigantesca estrella nunca abandonaba el cenit. No obstante, la única habitante en ese extenso desierto tenía una forma práctica para delimitar el tiempo, por medio de sus hábitos de sueño, mas, y debido a la emoción que presuponía tener la certeza de que no estaba sola en el mundo, su sistema se desmoronó. Pasaba absolutamente todo el día tratando de averiguar el rostro del desconocido ente, intentando dibujarlo sobre las áridas paredes de su castillo. Nunca había visto otro ser humano, por lo que ella sabia podía ser la única y su misterioso amigo otro tipo de criatura, pero ella estaba segura de que él tenía que ser como ella, por lo que lo dibujaba teniendo como base su propia cara, cambiando un poco los rasgos, con un cuidado excepcional, como si la imagen hecha con sus manos pudiese cobrar vida.
Luego de tardes enteras con los ojos clavados en el techo de su alcoba, soñando despierta con el autor de la carta, la chica enfrentó uno de sus más grandes terrores, una pequeña idea que se le escapó de la mente en donde la tenía cautiva, temerosa de lo que podía provocar... ¿y si salía a buscarlo? Era casi un sacrilegio, no había abandonado su castillo desde hacía mucho, desde aquella última vez, terminando perdida en un infierno en el que el cielo se mezclaba con la tierra seca debido al nulo contraste que había entre ambos. Era muy arriesgado, y aunque no lo quisiera aceptar, había una pequeña posibilidad de que no hubiera nadie más, y el poema escrito en ese percudido papel, hubiese sido creado de la misma manera en la que el castillo, el sol, el mundo e incluso ella fueron creados.
Vagar por el abandonado terreno no era una opción, no al menos hasta que estuviese segura de la existencia de su compañero, por lo que sacudió esa idea de su mente. Sin embargo, tenía que haber algo que pudiese hacer para comprobar que el autor estaba ahí afuera, por lo que una pequeña chispa de ingenio surgió en su cabeza, le iba a contestar.
El cómo lo haría todavía no lo tenía resuelto todavía, pero eso no la detuvo. Sacó una de las hojas de papel resecas que guardaba en su viejo escritorio, les pasó la mano por la superficie entre extrañada y nerviosa, pues casi nunca utilizaba tal material y se sentía presionada a darle una buena impresión a su amigo por correspondencia. Tomó dos grandes bocanadas de aire por si las dudas y con un lápiz trazó el boceto de lo que sería una compilación de sus mejores retratos, tomando de referencia las paredes que la rodeaban.
Al cabo de un tiempo y terminando con la página un poco abrasionada y con virutas de borrador por todo el estudio, se sintió satisfecha con el resultado, sonrió como no había parado de hacerlo en los últimos días y corrió por la cajita de tizas para agregarle color. Todo iba a la perfección hasta que un crujido resonó en sus oídos haciendo que su atención recayera en el gis que se acababa de trozar al pintar los ojos de su modelo. El pedazo de tiza cayó abajo del párpado inferior dejando una diminuta mancha. La chica maldijo para sus adentros, juntando con la punta de sus uñas el causante de su error, parándose en seco cuando observó el dibujo con la pequeña marquita.
—No se ve mal—susurró dejando salir un suspiro.
Tomó el gis de nuevo pasándolo sobre la ceja del mismo ojo haciendo otro lunar y sus labios se arquearon satisfechos. Hizo algunos otros puntitos alrededor de sus labios y uno justo al costado de su nariz, lucía perfecto y estaba bastante contenta con la calidad de los trazos. Volteó la hoja con cuidado, intentando que los pigmentos no se desprendieran de la superficie, y del otro lado comenzó a escribir una carta.
No sé quién eres, ni siquiera sé si existes en realidad. Es difícil adivinar, a veces, leyendo tus versos, siento que tuve una epifanía y en realidad estoy ante algo de mi propia autoría. Pero aquí entre nos, quisiera que fueras real, poder platicar contigo, poder sentirte.
Con cariño, yo
Dejó el lápiz a un lado y se aventó hacia su cama, orgullosa de sí, pero con un último problema, ¿cómo le haría llegar su carta? Se levantó volviendo al escritorio, y luego de unos cuantos minutos lo averiguó. Tomó la hoja de papel y la dobló formando un avioncito de papel, dejando la cara del dibujo por adentro del artefacto.
Lo tomó entre sus dedos índice y pulgar, se acercó a la ventana e inhalando fuertemente, sopló para montar el juguete, lo soltó y éste se fue sobre su respiración. Se despidió de él y lo observó alejándose entre los ardientes rayos del sol.