Capítulo 04 | Primer recuerdo de ti.

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20 de mayo de 1950

"Y sin saberlo terminé guardando ese
pétalo porque me recordaba
al color de tus labios." 

El cielo estaba despejado, no había nubes y el sol parecía apenas quemar la piel de los campesinos que laboraban en sus tierras. Parecía ser un día bueno, cosa que alegró bastante al joven que asomaba su cabeza por la ventana.

Soltando un largo suspiro, salió al balcón y se sentó para fumar un cigarrillo en profundo silencio.

Había veces en las que deseaba saltar del segundo piso y descubrir si de verdad había una segunda vida como muchos afirmaban, pero, por el contrario, solo permanecía las horas y horas admirando la lejanía hasta que el sol se ocultaba tras los altozanos. Sunoo no tenía pensamientos suicidas, pero disfrutaba del placer que le daba imaginar eso, pues su imaginación siempre parecía volar en compañía de letras, dibujos y melodías.

Amaba la poesía, el arte y la incomprendida vida, pero aún así si le llegaban a preguntar que prefería más, él siempre escogería seguir en su campo de la medicina. No sabía porque, pero siempre pareció correcto.

Su hermano siempre le solía decir "Deberías dejar de sumergirte en el tabaco y las letras, lo único que te hace falta es un buen amor que te mantenga despierto por las noches."  Y Sunoo siempre se reía tras escuchar eso porque para él, el amar a alguien no era encantador, era solo un deseo banal que tenían las personas más aburridas y carentes de esencia propia.

A Sunoo le sobraba esencia, por lo tanto, no necesitaba nada para llenar el vacío inexistente de su corazón. Así estaba bien.

O al menos así era hasta que su hermano partió, dejando un extraño sentimiento de soledad en su vida.

—Sunoo —habló su madre desde el otro lado de la habitación, tocando y abriendo un poco la puerta para asomar su cabeza—. ¿Podrías bajar un segundo?

—Voy enseguida —respondió el pelinegro.

Se puso de pie y colocó la colilla en el cenicero junto a él, minutos después se encontraba bajando las escaleras hacia la sala en dónde escuchaba solo el sonido de la radio de fondo.

Encontró a su madre sentada en el sofá, sosteniendo una carta entre sus manos y sollozando de forma apenas audible. Fue cuando el pelinegro avanzó rápidamente hasta la mujer, sosteniendo sus mejillas con preocupación.

—Madre, ¿qué sucede? —preguntó alterado.

—Hijo mío... —susurró, pues las lágrimas comenzaron a salir con más prisa, impidiendo que la mujer articulara oraciones largas—. Mi querido hijo...

Lo siguiente que sintió Sunoo fueron los brazos de su progenitora rodearle por el cuello, mientras sus delgados y finos dedos le peinaban.

—Madre, ¿qué ha ocurrido? ¿A qué se debe su llanto?

—Mi querido Sunoo, qué inoportuno es esto —dijo la mujer—. Perdí a un hijo ya, no quiero perder a otro.

—¿Pero de qué habla? —Insistió el joven, correspondiendo el abrazo de su madre y esperando pacientemente a que ésta se separara.

—Ha llegado una carta del ministerio. Las cosas no se ven bien y están comenzando a reclutar hombres para la guerra. Ha llegado una a tu nombre.

La atmósfera instantáneamente se volvió un poco tensa. Sunoo sujetó la mano de su madre y le acarició los nudillos un par de veces. La mujer sorbía la nariz con angustia mientras miraba los ojos de su hijo, quién le sonrió de forma compasiva.

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⏰ Última actualización: Mar 08 ⏰

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