5. El almacén

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Para el medio día, todos en el edificio se habían ido

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Para el medio día, todos en el edificio se habían ido.

Nadie se quedaba a pasar la hora de la comida en el lugar, bueno, solo cinco chicos se encontraban en la azotea, amontonados en una pila de cuerpos frente a la puerta del almacén, tratando de escuchar algo proveniente de adentro.

Ahuecaban las manos en torno a sus orejas y se apegaban a la madera, empujándose entre sí para conseguir suficiente espacio y captar cualquier sonido.

Por alrededor de cinco minutos todo era silencio casi absoluto, a excepción de los muy bajos murmullos entre los cinco curiosos, hasta que...

—Oh vamos, así... lo haces bien cariño...

—¿De verdad?... ¿quieres que continúe?...

—Oh si, por favor... mmmm... m-más fuerte...

Y sonidos de chasquidos, como si alguien estuviera dando o recibiendo besos húmedos y muy calientes, golpes secos como si las pieles chocaran en un desesperado afán por mezclarse en una sola.

—Eres tan bueno Mile...


—Mmmm... mmmm... ahhhh...

—Estoy tan cerca... ahhhh

Jadeos, traqueteos y algo cayendo al suelo como un ruido sordo. Cajas esparciéndose por el suelo, tal vez.

» Los cinco hombres en la azotea se miraban estupefactos, anonadados, sorprendidos, pasmados por lo que escuchaban. Incluso Jeff, el más interesado en que aquello sucediera, estaba pálido ante la impresión.

—Oh sííííí... un poco más, por favor... mmmmm...

Un gruñido, y luego silencio.

Trotaron todos a paso rápido hacia el interior del edificio y una vez dentro, los cinco se vieron entre ellos por un momento, antes de que Jeff saltara riendo y haciendo un pequeño baile de la victoria por lo que acababa de pasar. En definitiva, acaba de ganar su apuesta y era el jodido hombre más feliz del continente y sus amigos serían hombres pobres por los próximos tres meses, porque sí, Jeff Satur iba a cobrar hasta el último maldito centavo de su bien planeada jugada.

Lo pensó y lo analizó durante meses. Observando el comportamiento de aquel par y en cuanto se presentó la oportunidad de las apuestas, él iba a sacar todo el provecho posible.

Bajaron hasta el sexto piso y tomaron sus lugares, unos triunfantes, otros aún en shock y un par entre besos que ya no tenían por qué darse a escondidas.

Después de unos quince minutos, Apo Nattawin y Mile Phakphum entraban por la misma puerta en dirección a su cubículo.

Ropas desliñadas, sonrojos mal disimulados y cabellos revueltos a medio peinar, ¡ah! Y una Tablet entre las manos de Apo, fuertemente sujetada.

Un día más de trabajo finalizado, en la más grande empresa de delivery xpress del país. 

𝕰𝖛𝖎𝖎 𝕭𝖑𝖚𝖊 ʚĭɞ

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