Todo en la mansión Panthomhive estaba en orden, era un día común como cualquier otro, pero la llegada de una singular chica pondría todo de cabeza en un abrir y cerrar de ojos.
Sebastian Michaelis se encontraba intrigado por aquella chica de tan pec...
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•Narrador - Omnisciente•
Habían pasado un par de minutos desde que perdió la consciencia, estaba completamente desorientada, lo último que recordaba era estar hablando con Ciel sobre la carta de su madre y luego este se había enojado, luego había aparecido ese mayordomo. Enseguida sintió como sus manos temblaban, de solo recordar su mirada profunda, intimidante y tenebrosa quería correr, tal vez no había sido buena idea venir hasta aquí.
Pronto se dio cuenta de que se encontraba recostada en una cama, por lo que miró el lugar, se encontraba en una habitación bastante común, pero seguía sintiéndose un ambiente extraño. Se levantó con cuidado para no marearse y se dirigió a la puerta, pero al tratar de abrirla, no logró nada, estaba cerrada con llave desde fuera.
—Maldita sea...
Siguió tratando de forzar la puerta, pero no había caso, esta no se abriría por nada del mundo. Le tocaría quedarse allí encerrada por quien sabe cuanto tiempo más, ahora deseaba no haberse despertado tan pronto.
Terminó por rendirse y volvió a la cama, sentándose en esta con frustración. Comenzó a pensar en una forma de tratar de salir de allí, notando la gran ventana que había en un lado de la habitación. Se levantó nuevamente y fue a esta, logrando abrirla con facilidad.
"Parece ser que no pensaron en todo"
Celebró y salió al balcón, notando que estaba en un segundo piso. Maldijo en voz baja y buscó alguna forma de bajar, por suerte habían unas enredaderas a un lado del balcón, no se veían del todo fuertes, pero era su única opción para poder escapar, así que se preparó, quitándose los zapatos y tirándolos por el balcón hasta el suelo.
Comenzó a subirse al barandal, y al estar ya mentalmente lista, se sujetó con precaución a una de las enredaderas, estas logrando soportar su peso por el momento. Así comenzó a bajar muy lentamente, bajando un milímetro cada 10 segundos, hasta que ocurrió lo inevitable, la enredadera cediendo y dejando caer a la chica violentamente. Un grito algo ahogado salió y se preparó para el impacto, cerrando sus ojos enseguida, pero el golpe no llegó. En su lugar, cayó en unos fuertes pero delicados brazos que ahora le sostenían cual princesa, y luego, una voz profunda pero calmada habló.
—Oh, señorita Atwood, debería de tener cuidado cuando trata de escapar bajando por enredaderas, podría haberse hecho daño...que suerte que e estado aquí para amortiguar su caída
Al abrir sus ojos, se encontró con la sonrisa calmada de quien recordaba, se llamaba Sebastian, quien le sostenía en estos momentos. No pudo no sonrojarse un poco por la posición y la cercanía, pero enseguida notó en lo que estaba pensando y quiso alejar los pensamientos de inmediato.
