Rocío
Hasta en cuatro ocasiones había sonado la alarma del móvil, y hasta cuatro veces la había apagado. Era una rutina: lanzar el brazo a la mesilla y pulsar el botón lateral de arriba, así se posponía automáticamente diez minutos. ¡Qué maravilloso placer oírla! Con ella comenzaba otro día de mierda en mi maravillosa vida, u otro maravilloso día en mi vida de mierda. No sé qué es más Mr. Wonderful. Entiéndase la ironía de mi alegría por levantar la cabeza de la almohada y forzar a mi cuerpo a apoyarse sobre las piernas, o dejarme escurrir hasta el suelo y que el que se encarga de alertar a mi sistema de supervivencia se dignara a poner en funcionamiento cada uno de mis músculos. Tampoco hacía falta moverlos todos, con los básicos me bastaba.Me giré e hice la estrella de mar, ventajas de dormir sola en una cama de 1,50. Cuanto más espacio para todo, mejor. Algo en mi cerebro hizo clic y me obligó a abrir los ojos.—¡Mierda!, que hoy sí que es el mejor día de mi nefasta vida. Me levanté volando y corrí literalmente hasta la cocina. Metí la cápsula dentro de la cafetera y coloqué una taza, volví a la habitación y me puse la ropa casi en volandas. Me miré en el espejo para peinarme, me costó, pero me fijé en que se veían las costuras de la blusa.—Estupendo, del revés, para que te dure otro mes.Me acordé de mi hermana diciéndome aquello con voz de pija, los hombros altos y la espalda recta. Reí. Qué artificial. La avisaría con un mensaje una vez que hubiera llegado. No era necesario dar más información de la necesaria.Miré el reloj.—¡Mierda, mierda, mierda! Hoy no puedo llegar tarde. Por lo general, solía llegar tarde a los sitios, no demasiado, pero rara vez llegaba puntual. No lo hacía aposta, el tiempo se ponía en mi contra y corría demasiado. Eché agua fría en el café. No quería dejar una caja de leche abierta y tampoco me quería quemar el paladar. Cepillarme los dientes era un lujo que no me podía permitir. Cogí la maleta, la mochila y el bolso y, mientras con una mano echaba la llave, con la otra intentaba sacar de la mochila colocada a la espalda la cajita de caramelos de menta. Esos que solía consumir cuando pasaba la noche acompañada. Echar un polvo nada más despertarse con el pozo cantando por bulerías no era plato de buen gusto. Una pequeña pastillita con forma triangular barría cualquier rastro de inframundo humano y dejaba paso al olor a sexo vespertino que conseguía más efecto que cualquier café cargado de bar.—Llego tarde, llego tarde, llego tarde —me repetí estresada.Solo faltaba que la puerta del garaje no se abriera o que pillara un atasco de mil demonios en la autovía. Ninguna de las dos cosas sucedió. Si lo mismo hasta iba a tener suerte y llegaría en hora. Ya me imaginaba corriendo con la maleta, la mochila a medio colgar, el bolso arreándome golpazos en la entrepierna, los pelos libres mecidos por el aire y encrespados por el sudor de recorrerme media terminal a la velocidad de Usain Bolt, intentando entrar por la puerta del avión como el que consigue pasar por debajo de la persiana de un local a punto de cerrar. Suspiré y puse la música todo lo alta que soportaban mis oídos y pisé el acelerador. Carril central, carril izquierdo.—¡Venga!, tienes el carril derecho libre, no tapones —grité.Me puse las gafas de sol, saqué morritos y la prepotencia básica para hacerme Guadalajara-Barajas en treinta minutos, como una vez publicitó una campaña de turismo de mi pequeña ciudad. Treinta minutos. Reí sabiendo que me marcaba un reto. «Vamos a por el primero del día».Miré los datos del vuelo en el móvil mientras esperaba la cola para entrar al parking. Volar iba a tener que volar, pero antes de subirme al avión. Como me cerraran la puerta de embarque, era mujer muerta, porque me daría algo antes de que me matara Jorge. Busqué el mostrador de facturación como un niño busca el puesto de algodón de azúcar en una feria. No, por el olor no, por el color. La muchacha me avisó de que en diez minutos cerraban. Definitivamente, iba a morir. Llegué al control y le eché morro al asunto.—Disculpe, disculpe, mi hijo ha salido corriendo y se ha metido sin mí. Necesito llegar a él, es adolescente, entiéndanme. —Mientras sorteaba a la gente que esperaba que iba apartándose a un lado sin saber muy bien qué pasaba exactamente—. Este es capaz de coger otro vuelo distinto solo por joderme. Discúlpenme, ¿me permiten? —Sonreí a una pareja que me miraba con desprecio. Repetí la excusa y empatizaron con mi nueva inventada situación dejándome pasar delante de ellos. Nada más superar el arco, corrí por los pasillos con la mochila medio caída y recibiendo bolsazos en el culo, como ya había previsto, me giré y les dediqué una sonrisa a los que habían colaborado con la causa.—¡Espere, espere, espere!El azafato se volvió extrañado cuando cerraba la puerta. La abrió automáticamente, me tendió la mano y le mostré el billete.—Por poco, señorita.Y tan poco... Metí el bolso en la mochila y corrí por el brazo metálico que lleva hasta el avión. Asiento 23 B. Me senté entre una mujer con cara de simpática y una chica que se agarraba con fuerza al reposabrazos y miraba por la ventanilla con la cara contraída.—Buenas —saludé. La mujer me sonrió y la chica ni me miró—. Como sigas apretando te vas a traspasar la carne con los huesos. El avión comenzó a moverse por la pista y elevó el morro. La chica de mi lado se contrajo de tal forma que hasta me asusté. Le agarré una mano y la apreté con fuerza. —Tranquila, esto es como una montaña rusa, primero sube, se menea a derecha e izquierda y después baja —intenté ironizar para tranquilizarla.—Y después caemos en picado y morimos.—¡Qué exagerada! Estoy convencida de que el piloto es un buenorro de esos que cuando se quitan la camisa consigue que las bragas se bajen solas y anden por la habitación. —La chica rio negando—. ¿Crees que la providencia divina nos privaría de esa visión por espachurrarlo contra el suelo? —Sonrió y me miró divertida—. Soy Rocío.Apreté su mano con cariño.—Soy Sara. Perdona, tengo miedo a volar en avión.—No va a ser a volar en pelícano —ironicé.—Cualquier cosa que sea volar, realmente, avión, helicóptero o pterosaurio. —¿Y qué haces aquí?—Mi marido está en México grabando. Es fotógrafo y algunas veces tienen que cubrir rodajes. En una locura de esas que me dan, he creído que era buena idea montarme en un cacharro de estos y darle una sorpresa.—A lo mejor la sorpresa te la llevas tú cuando llegues y lo veas comiéndose la boca con otra. —Frunció el ceño y negó convencida.—No, él no.—Pues, chica, ya te ha tenido que apetecer mucho montarte aquí para pasarlo mal durante horas.—Creo que estoy embarazada y no quiero, bueno, no puedo hacerme la prueba sin él. Necesito que lo sepamos a la vez y que me abrace y me diga que no va a pasar nada y todo va a ir bien.—No sé si darte la enhorabuena o el pésame. ¿Sabes que existen las videollamadas?Rio y sacó el móvil. Toqueteó y me mostró la pantalla.—Jodo, ¿ese es tu marido? —Silbé—. Pufff, nena, este sí que hace que se te escapen las bragas. —Rio—. Entiendo que esa es vuestra hija y ahora habéis ido a por el segundo. Es guapa, tiene un poco de los dos.—Sí, además tiene la tranquilidad de su padre y la insensatez de su madre. Mala combinación. —Sonrió con ternura—. ¿Tú qué haces aquí? —¿Yo? A ver cómo te lo resumo sin que parezca esto una trama de serie b... Me destierran, mi ex, bueno, mi crush, mejor dicho, mi jefe, me destierra. —Abrió los ojos expectante—. Es largo de contar, básicamente se enteró de algo que no le gustó un pelo, se rebotó, me montó el pollo en el despacho y me dijo que hiciera las maletas que en menos de una semana tenía un viaje de ida sin fecha de vuelta. Y como no es retorcido el pendejo, me manda a Guadalajara, a la otra Guadalajara, «para que te sientas como en casa», me dijo con una chulería que le habría quitado con un morreo de esos que te caes para atrás, pero no estaba el horno para bollos...—¿Eres de Guadalajara? Yo también —dijo orgullosa—. Yo me quedo en Ciudad de México, si tras más de once horas de avión tengo que hacer trasbordo, me da algo.Durante horas hablamos de nuestra ciudad, de los colegios a los que habíamos ido y las discotecas por las que habíamos salido. Buscamos enlaces que nos unieran de alguna manera, porque en Guadalajara, al final, nos conocemos todos o tenemos alguna persona en común. Resultó desconcertante saber que Carmencita Dinamita, aquella profesora de física y química que nos hizo adorar la asignatura, era su madre. Se rio al saber el mote que le pusieron alumnos de promociones anteriores y confirmó que le venía como anillo al dedo.Al rato se levantó al baño y aproveché para leerme la revista tipo ochentera que había en el asiento. Pero los minutos pasaban y Sara no volvía. Un par de turbulencias movieron el avión de lado a lado y me imaginé a la pobre chica sentada en el váter con un miedo que la habría anclado a la taza. Me levanté sonriendo a la mujer que se sentaba a mi otro lado. Habría como unas cinco personas esperando para entrar al baño. Por lo bajinis se quejaban de que el que estuviera dentro llevaba demasiado tiempo. Me hice hueco como pude hasta llegar a la puerta.—Disculpe, señorita, pero llevamos un rato esperando, debería ponerse a la fila —me dijo una voz grave con un ligero acento mexicano.Me giré para observar con condescendencia al dueño de esa voz. Un morenazo me atravesaba con sus ojos oscuros. Tenía la mandíbula cuadrada, pero mi mirada fue directa a sus labios, rosados y carnosos. ¡Madre! Seguí viajando por su cuerpo. Musculoso, aunque no demasiado, fibroso en estado justo, llevaba una camiseta negra pegada a su cuerpo y unos vaqueros ajustados que le marcaban la pierna. Pufff. Levanté los ojos hasta los suyos. Su ceja levantada y su media sonrisa me confirmaron que el escaneo había resultado demasiado cantoso.—¿Te gusta lo que ves? —Y tanto. Qué polvazo tenía—. Por cierto, llevas la blusa del revés.Me la quité poco a poco, saqué pecho, había que aprovechar el momento. Sus ojos se clavaron en mi sujetador blanco de encaje con transparencias. «A ti sí que te gusta lo que ves». Le di la vuelta a la blusa y me la puse. Lo miré con prepotencia y lo vi apretar la mandíbula. «Fuego, fuego», me dijo mi cuerpo; «agua, agua», grité en mi interior. —Ahí dentro está mi compañera de asiento —reaccioné como pude, pues los calores me empezaban a subir por el cuello—. Hace rato que se levantó y tiene miedo a volar, puede que le haya pasado algo. —Frunció el ceño preocupado. «Joder, qué guapo con el ceño fruncido»—. Perdone —me dirigí a la azafata—, ¿podría abrir la puerta? Puede que le haya pasado algo a la chica.Se acercó a un cajón, sacó una especie de llave, la acercó a la cerradura y abrió la puerta, la aparté y entré con prisas. Sara estaba sentada sobre la taza del váter, vestida, lo que me extrañó, y con los ojos cerrados.—Sara —la zarandeé con cuidado—, Sara, reacciona.Nada, su cuerpo se mecía con el movimiento que yo producía, no se le movían por sí mismas ni las pestañas. —Permíteme.El morenazo me apartó con su mano. ¡Madre de Dios!, qué mano. Que me recorra el cuerpo y se me clave en el medio, por favor.—Hay que mojarle la nuca.Busqué algo que mojar, pero no encontré nada.—No hay nada que empapar. —«Bueno, sí, mis bragas».—Pues intenta que no sea tu blusa.—¿Mi blusa? Quítate tú la camiseta, yo ya he enseñado demasiado.—Tus ganas.Y tanto... Me mojé las manos y se las pasé por el cuello. Nada, no reaccionaba. La llamé en varias ocasiones más. En aquel cuchitril el morenazo y yo nos rozábamos demasiado.—Quita, que me agobias. —Lo empujé y retiré de Sara. Levanté levemente la cara de esta y le arreé un bofetón.—¿Qué haces, loca? —se exaltó.—Yo qué sé, lo he visto en una peli, así se espabilan.En ese momento el avión dio una sacudida y juro que no sé cómo, pero su cuerpo se apoyó sobre el lavabo y el mío aterrizó sobre el suyo. Su aliento se metió en mi boca como si un dementor me estuviera absorbiendo el alma. ¿Pero qué tipo de magia era aquella? Para rematar la jugada, un olor que provenía de su cuello me llegó entre respiración y respiración. Olía a hombre, a hombre rico, pero no rico de tener pasta, sino de saber a gloria, de toma pan y moja y repite. He de reconocer que se me hizo la boca agua y, sin poder controlar mis impulsos, pegué mis labios a los suyos.—¿Esto también lo has visto en una película? —su voz me atravesaba y sus manos se posaban en mis caderas.—Sí, en folla como puedas.Rio escandalosamente. ¿También reía bien? ¿Dónde estaba la tara? A todo esto, Sara seguía sentada en el váter sin conocimiento ni causa. El avión volvió a moverse y fui yo quien acabó contra la pared y su cuerpo aprisionando el mío. Mis manos acabaron en su pectoral, aunque deseaban subir por su cuello y colarse en su pelo. Sus ojos se clavaban en los míos, desprendían fuego. Vi cómo su cabeza se ladeaba levemente y sus labios se juntaban con los míos, su lengua se hizo hueco y buscó la mía. Lo que yo decía, sabía como la maravillosa ambrosía. Noté un cosquilleo en mi entrepierna y una humedad difícil de disimular. ¡Qué mierdas! Subí mis manos por su cuello y coloqué mis dedos cerca de su oreja. Gimió y yo creí derretirme. Alcé las caderas hacia él y noté su erección. ¡Oh, por favor! No era el mejor sitio para tirarme a un tío, y menos con aquella chica delante, pero en ese momento solo pensaba en bajarme los pantalones, levantar la pierna y esperar la embestida, porque estaba segura de que empotraba tan bien como besaba.Cortó el beso y me miró con tanta intensidad que a punto estuve de hundir su cabeza en mis tetas.—Y esto, señorita, es de la película «olvídame, si puedes».«Engreído, prepotente, buenorro que me comería, entra en mí y grábate a golpe de twerking sobre mi entrepierna». Pero no lo dije. Me mordí el labio sensual y me retiré cuando oí débilmente la voz de Sara. Él se peinó nervioso, de reojo vi cómo se recolocaba el paquete.—Sara, ¿estás bien?—Sí, me he mareado un poco, me llevas al asiento, ¿por favor?La levanté con cuidado. Se echó la mano a la cabeza y después a la tripa, dudé si el mareo venía de una mala turbulencia o del supuesto embarazo. —Haznos hueco, ¿no ves que esto es muy estrecho? —Se apartó con una sonrisa taladrándome con esos cañones negros. Pelo negro y ojos negros, la más maravillosa oscuridad me acababa de atrapar—. Por cierto, soy Rocío.—Miguel.
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Toma un billete y a volar
Romance¿Sabes ese momento en que crees que tu vida es tranquila y te ves capaz de manejarla? ¡Já! La mía, de una semana para otra, cambió radicalmente. Me fui de Guadalajara a Guadalajara y tiro porque me toca. En realidad, me tiraron, pero metidos en la a...