2 A este se le mueven las orejitas

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Rocío

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Rocío

Bajé del avión e hice el trasbordo yendo detrás de Miguel. «Migueeeel», reí en mi cabeza. La voz de la película Coco no paraba de retumbar de lado a lado. Escáner para arriba, escáner para abajo, vaya culo, pedía mano e hincada de yemas. Se paró en seco y me miró fijamente.

—Deja de mirarme que me desgastas, y no estoy solo para ti.—Serás descarado, Migueeeeeel —dije a carcajadas y seguí mi camino.Tras un par de horas más de vuelo aterrizaba en la otra Guadalajara. Suspiré de camino a la cinta transportadora. Encendí el móvil al que llegó un mensaje avisando de las tarifas de las llamadas y del tráfico de datos.—¡Madre! Tengo que comprarme con urgencia un móvil aquí, no me puedo permitir una llamada internacional. Busqué si había alguna red wifi disponible, pero el aeropuerto no tenía. Para colmo necesitaba entrar en mi correo y buscar el e-mail en el que venía la dirección del hotel que con mucha compasión y amabilidad me proporcionaba Jorge. Véase de nuevo la ironía. Mi maleta salió a lo lejos de la cinta transportadora, era la única que no iba precintada, obvio, casi ni llego a embarcar... Tiré de ella con desgana y la arrastré hacia la salida.—Disculpe, señorita, ¿me podría acompañar?Un policía me agarró del brazo y me llevó con él hacia una salita.—¿Qué significado tiene aquí el verbo acompañar? Porque no me ha dado opción —repliqué una vez dentro de la habitación.—¿Me podría enseñar su documento de identidad?Busqué en el bolso y saqué el pasaporte.—Gracias, señorita —movió la primera hoja—, Albarrán, Rocío Albarrán. —Asentí—. Le hemos traído hasta aquí porque...La puerta se abrió de par en par y Migueeel apareció con presencia.—Buenas tardes, soy Miguel Fonseca. ¿Qué sucedió?—Buenas tardes, licenciado Fonseca. La señorita ha sido retenida por estar en posesión de sustancias ilegales.—¡¿Cómo?! ¡¿Qué dice?! ¡Yo no llevo nada! ¡Puede abrir la maleta si quiere! Vamos, hombre... ¿Qué necesidad tengo yo de traer droga de España? En todo caso llevármela.—Cállate —me susurró Miguel al oído.Y otra mojada de bragas... Estaba por sacar unas limpias de la maleta y cambiarme allí mismo, claro que como estuviéramos en esa sala mucho rato y siguiera tan pegado a mí, tendría que ir a hacer la colada o a comprar directamente.—Precisamente a eso nos disponíamos, señorita. ¿Puede hacer el favor de abrir usted misma la maleta?Bufando de malas maneras lo hice y un señor gordo con bigote mexicano, al más puro estilo tomate Orlando, comenzó a sacar todo lo que había dentro de muy malas formas. Me tapé la cara cuando entre dos dedos sostuvo uno de mis sujetadores. De reojo vi que Miguel levantaba una ceja.—No creo que eso sea necesario, se está violando la intimidad de la señorita —comentó.—Sí es necesario, caballero, precisamente en este tipo de prendas es donde suelen guardar las sustancias.—Usted es un viejo verde —espeté.Miguel me dio un codazo mientras el del mostacho procedía a sacar mis bragas. Estupendo, con Miguel delante. Hala, todo mi ajuar al descubierto. Pero la cosa no se quedó ahí porque, aunque no habían encontrado nada aún, ni lo harían, el amable taponcillo de bigote ándale, procedió a seguir rebuscando. Y ahí llegó el mejor momento. Puso encima de la mesa dos bolsitas de tela. «Que no las abra, por favor, que no las abra». ¿Y qué pasó? Que las abrió... ¿Y qué sacó? Pues mi satisfoller y mi consolador con orejitas. Vi a Miguel tragarse una carcajada mientras yo no sabía por dónde andármelas.—Están limpios por si los quiere usar. Este tiene once velocidades —señalé el primero—, y a este se le mueven las orejitas, un gustazo. —Levanté las cejas varias veces y puse voz melosa.—De acuerdo, señorita —el policía que llevaba la voz cantante tragó saliva—, puede volver a colocar las cosas dentro e irse, debió de producirse un malentendido.—¡Tócate los huevos!, vosotros me lo sacáis todo y ahora lo tengo que recoger yo... El señor del bigote me miraba de otra forma un tanto repugnante y preferí darle la espalda. Puag, puag, puag.—Licenciado, disculpe si hemos molestado a su amiga, es un control rutinario. De cualquier manera, estoy convencido de que habríamos llegado a un acuerdo para haber pasado por alto cualquier imprevisto.Miguel asintió, sacó su cartera y le dio un billete.—La próxima vez tenga cuidado no vaya a ser portada —le advirtió mi nuevo amigo. Qué bien sonaba aquello.El policía tragó saliva y asintió.Miguel fue el primero en salir de la salita y lo seguí como un perro faldero. No sabía dónde iba, pero lo hacía con tanta seguridad que era lo mejor que tenía como referente en aquel momento. Se paró en seco y se giró, no me dio tiempo a frenar y me choqué contra su cuerpo. Sonrió satisfecho de medio lado.—¿Dónde vas?—No sé, donde me lleves —dije casi con la babilla colgando. Frunció el ceño—. Es broma —lancé la mano ridículamente tocando su pectoral por el camino. No hay que desaprovechar nunca las oportunidades por cercanía—, a un hotel, pero no sé cuál es y no tengo internet en el móvil. Dame tu wifi —exigí.—¿Perdón?—Sí, dame wifi para poder meterme en mi correo y ver el nombre del hotel.Sacó el móvil, toqueteó con delicadeza. —Nombre la de «guaifai» —sí, sí, pronunciado así— IFonseca.Rompí en carcajadas.—Ingenioso cuando menos —ironicé.—¿Quieres «guaifai» o no? —Asentí con cara de arrepentimiento—. Contraseña: hevistotusbragasmuybonitas.—Pues puestas quedan mejor. —Le guiñé un ojo mientras pulsaba «conectar» en mi pantalla.Comenzaron a llegar whatsapps como si no hubiera un mañana y varios e-mails. Me centré en buscar el que tenía el nombre del hotel e hice captura de pantalla. Me metí en el grupo que tenía con Sheila y Diego y les mandé un audio.—He dejado el coche en el parking de la terminal 4, creo que en el segundo piso. ¿Lo buscáis, porfi, os lo lleváis a casa y me decís cuánto ha costado? Os hago un bizum.Enseguida llegó la contestación por parte de Diego.—A ver, Rocío... Vamos por partes, primero, el ticket del parking lo tienes tú, ¿nos dices cómo lo sacamos? Segundo, las llaves del coche las tienes tú, ¿nos dices cómo lo sacamos?—Mierda, mal, todo mal... —Miguel se apartó dándome un poquito de intimidad—. Pues..., llama a mi hermana y que te dé las llaves de casa, en el taquillón de la entrada está el otro juego de llaves del coche. Y en cuanto al pago del parking..., yo qué sé, pagad lo que os pidan y os hago un bizum. No puedo dejar el coche ahí por meses o años.—Te cobraremos recargo, por malplanificada —añadió Diego.—Y yo te compraré una bola recordatoria, para agobiarte —comentó Sheila.—¿Qué tal la llegada?—Bueno, pisando tierra. Os dejo que me está dejando el «guaifai» un chamaco de mojar.Desconecté mi móvil del suyo y me lo guardé en el bolsillo trasero.—Ya está. Muchas gracias, de verdad.—De nada. Ten cuidado con ponerte ahí el móvil, puede que no lo vuelvas a ver.—Y a ti, ¿te volveré a ver?—Tengo una pequeña intuición de que no. Se acercó a mí, pasó su mano por mi cintura, me pegó a él y me metió la lengua hasta la campanilla. Me agarré a sus brazos y apreté ligeramente los dedos, estaba duro y suave. Su lengua llevaba el compás de su respiración y la mía comenzaba a agitarse pidiendo guerra.—Por lo que te dejo mi sabor para que no me olvides.Se dio la vuelta y se fue. Me lo imaginé riendo con chulería. Y yo allí, de pie, caliente y despechada, y con las bragas queriendo escaparse tras él.Cuando conseguí reaccionar, salí de la terminal y busqué un taxi. Me acerqué a un señor muy bien vestido y le pregunté si me podía llevar hasta el hotel, le enseñé la pantalla del móvil. Asintió, abrió el maletero y metió mis bártulos. No abrió la boca. Me sorprendió lo poco afable que era. Pero, oye, por una parte mejor, eso que me ahorraba. Una hora y media después paraba en la puerta de un hotel del centro. ¿Hotel? Hotelazo...—¿Hora y media para llegar aquí? Mira que no tengo datos, pero tampoco hay que ser ingeniero para saber que me has tangado pasta.Ni siquiera sabía cuánto me había cobrado, pagué con tarjeta y chimpún, pero ese tío me había dado un tour por carreteras a lo tonto.—No, no, te he traído directa.—Te he traído directa —repetí—, ¡eres español! Ese acento es del centro. Tío, qué feo... qué feo timar a una compatriota.El taxista se quedó excusándose y yo tiré de la maleta indignada hasta la entrada del edificio. Silbé al sobrepasar las puertas. Pedazo de hotel me había reservado Jorge, y yo pensando que me mandaba a un hostal de mala muerte. Me acerqué al mostrador y puse mi pasaporte encima de la mesa.—Buenas tardes, señorita Albarrán. Tiene reservada por dos noches la Suite Junior con terraza.Dejó una tarjeta junto a mi pasaporte y le hizo una señal al botones que cogió mi maleta y mi mochila subiéndolas a un carrito dorado. Abrí los ojos y la boca ante tanta amabilidad y lujo. No voy a negar que Jorge y yo habíamos estado en hoteles de cinco estrellas, pero también habíamos estado en lugares de mala muerte y tiendas de campaña cubriendo investigaciones, que me desterrara y me pagara ese alojamiento, era algo incomprensible.Nada más llegar a la habitación, me quité el sujetador y conecté el móvil a la wifi. Comenzó a vibrar como un loco y lo tiré encima de la cama, ya se cansaría. Me desnudé y me metí en la bañera. Cuando salí ya era de noche. Me enrollé la toalla al cuerpo y desbloqueé la pantalla para leer la cantidad de mensajes que me había mandado Maca. Hice una lectura en diagonal buscando palabras clave y pulsé el icono de videollamada. Ni siquiera sabía la hora que sería en España.—¡¿Cómo que te has ido a México?! ¿Sin avisar? ¿Estás loca? —Me recosté en la cama y sostuve el móvil con desgana—. Dime que es una investigación sencillita y vuelves en dos semanas.Reí a carcajadas mientras Maca seguía pidiendo explicaciones a las paredes porque yo hacía rato que había desconectado.—¡Rocío!, ¡que me contestes!—¡Maraca!, que te pasas de lista sacando conclusiones.—No me llames así, Rocío, Macarena o Maca, ese es el nombre que eligió nuestra madre para mí. —El corazón me dio un latido raro cargado de arrepentimiento—. Rocío, por favor, que me va a dar algo. Me ha llamado Diego pidiéndome las llaves de tu casa para no sé qué jaleos del coche. Y no sé si le he entendido bien, ¿te has ido sin billete de vuelta?—Exacto.Se echó la mano al pecho y fue a la cocina, a su maravillosa, blanca y enorme cocina a echarse un vaso de agua de la maravillosa y gran nevera americana. —¿Dónde estás?—En Guadalajara.—A mí no me vaciles, Rocío. Soy tu hermana mayor, un respeto aunque solo sea por la edad.—No, si yo te respeto, no te comprendo ni comparto tu forma de ser, pensar y creer, pero te respeto y no te vacilo, no ahora. Estoy en Guadalajara —la vi abrir la boca—, y antes de que me vuelvas a regañar, yo no he tenido nada que ver con este viaje, Jorge me ha mandado aquí, y sí, sin billete de vuelta. ¿El porqué? Pregúntaselo a él a ver si tiene huevos de contártelo, pero te lo resumo: despecho.—Si Jorge te ha mandado allí, seguro que es por una buena causa. —Reí por dentro, no iba a ser yo quien se lo contara—. ¿Se lo has dicho a papá?—¿A papá? —Reí a carcajadas—. Llevo siglos sin hablar con él, no quiero saber nada de su vida, ni que él sepa de la mía. ¿Por qué habría de haberlo llamado?—Porque papá conoce a mucha gente en México, te podría ayudar a subsistir allí, no sé, tiene contactos. —Puedo subsistir, vengo a la delegación del periódico aquí, no llego con una mano delante y otra detrás. No quiero saber nada de papá, bueno, sí, me llamas cuando se muera y me tomo unos tequilas a su salud. ¡Tequilaaaaa! —Alcé la mano a modo de brindis.—Voy a hacer como que no he oído nada. Eres una insensata que no se deja ayudar. Mira que bien me va a mí.—Maca, estás casada con el hijo de su mejor amigo, vives como una infanta, comes rosas y cagas fresas. No sé si lo tuyo fue concertado o amor de verdad, pero tú y yo somos el día y la noche, el agua y el aceite, el tocino y la velocidad, tú el tocino, por cierto. No me interesa tener la vida organizada por un millonetis como el tuyo, pijo, remilgado y estirado, majete, sí, no voy a negarlo, pero un sieso.—No te pases un pelo, es mi marido y tu cuñado, será el padre de tus sobrinos y parte importante en la empresa de papá.—Que me importa una mierda papá, su empresa y todo lo que le rodea, menos tú —dije con cariño y sonrió—, la empresa te la puedes quedar todita para ti, para tu marido o para tus hijos, y cuenta con mi parte de la herencia porque hace años que renuncié a ella.—No hables de herencia, papá sigue vivo...—Mira, Maca..., estoy aquí obligada, acabo de llegar al hotel y eres la primera persona a la que llamo, qué menos que valorar mis prioridades, pero no voy a soportar que me sigas regañando. Hala, hermosa, hasta la próxima.Colgué la llamada y me tiré del pelo. Qué intensita era mi hermana defendiendo a nuestro padre, qué pesada, ni que le debiera la vida. Bueno, sí, y yo también, la vida que tenía era única y exclusivamente gracias a él. Véase de nuevo la ironía.

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