PRÓLOGO
Existió una época, un lugar y un pueblo con fervientes convicciones, inmersos en un pasado de tradición, mito y honor.
Era una época cruda, desgarradora, bárbara. Un lugar donde el viento siempre era gélido y el tenue aliento de la muerte te perseguía desde el primer minuto de vida.
Pero algo más aterrador que las epidemias y el inclemente clima prometía asolar aquellas montañas. Algo inexplicable se avecinaba, y tan solo un hombre era capaz de sobreponerse a tan despiadada realidad. Alguien de alma oscura y corazón noble. Alguien, que incluso con las manos manchadas de sangre, tenía el coraje suficiente para afrontar algo para lo que nadie estaba preparado. Algo que nadie estaba siquiera dispuesto a entender.
El poblado de Sverdet era conocido en toda Escandinavia por tener los guerreros más rudos y despiadados de Noruega. A los habitantes varones se les proclamaba Hijos del Norte, y desde que nacían eran instruidos en el arte de la espada y la guerra.
Asaltaban poblados, apropiándose de los bienes de los habitantes de otros clanes, sin importarles nada ni nadie. Violaban virginales doncellas y madres respetables, dejándolas a merced de las llamas una vez que prendían fuego a sus humildes hogares. Golpeaban y asesinaban sin exclusión de ningún tipo a hombres, mujeres y niños.
Un guerrero de Sverdet seguía e idolatraba a Odín, dios de la guerra, amo y señor de Asgard, y como vikingos que eran, luchaban por perecer en batalla, espada en mano. Su cometido era morir y poder trascender a Valhalla, el paraíso vikingo, donde encontraban el descanso por las noches en compañía de las hermosas y sabias valkirias, mientras se preparaban para luchar con su dios, Odín por el día, en la cruda batalla del Ragnarök.
Como era tradición en la mayoría de poblados vikingos, si un hombre fallecía en batalla, la mujer de éste debía acompañarlo en el oscuro trance, y así, perecer con él. Muchas mujeres, a veces en contra de su voluntad, se veían abocadas al suicidio, dadas las creencias tan arraigadas que poseían los creyentes de esta religión pagana.
Debido a que Sverdet era un pueblo costero, y como su mayor divertimento eran los saqueos, además de ser uno de los mayores recursos materiales y terrenales para el poblado, poseían drakkars, los barcos vikingos con los que asaltaban otras tierras, ganaban cruzadas, y en los que eran incinerados los guerreros más audaces y reputados.
Los guerreros con más renombre de todas las tierras del norte eran los berserker. Temerarios, decididos, amargamente sádicos, sanguinarios y despiadados. Locos, al fin y al cabo. Pues en batalla, llegaban a desgarrar sus vestiduras, morder sus armas y escudos, e incluso, atacar a sus compañeros.
Un verdadero berserker no dejaba que nada ni nadie se interpusiera en su camino, a no ser que estuviera dispuesto a enfrentarse a él, y perecer en el intento. Un verdadero Hijo del Norte no dejaba caer su espada hasta que sus dedos inertes no pudieran sostenerla, y rogaba con su último aliento ser el elegido por las valkirias como el mejor guerrero, para así merecer un sitio de prestigio en Valhalla.
El dicho popular por el que se regían los guerreros decía así:
“El dolor es el que hace al hombre ser hombre. Las heridas recibidas cicatrizan, curten nuestro cuerpo, actúan como escudo, y marcarán nuestro destino hasta nuestro esperado final.”
I.
MATA, MATA, MATA
Año 839 d.C. Noruega.
Una cruda noche invernal, Siv, la joven esposa de Harald Forsberg, el guerrero berserker más veterano del pueblo de Sverdet, da a luz a su tercer hijo varón, el benjamín de cinco hermanos.
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Ragnarök: La Rebelión de los Malditos
Ciencia FicciónAlgo aterrador, pérfido y sobrenatural prometía asolar las montañas de Sverdet. Algo inexplicable se avecinaba, y tan sólo un hombre era capaz de sobreponerse a tan despiadada realidad. Alguien de alma oscura y corazón noble. Alguien, que incluso co...