Prólogo

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1 de septiembre de 1941, Condado Lincoln, Wisconsin Estados Unidos.

Un grito desgarrador se escuchó dentro de la habitación, los padres de Christine caminaban de un lado a otro fuera de la misma, esperando el momento en que se escucharan llantos infantiles.


—Vamos, Christine, falta poco. Tu puedes, puja. —escucharon a la partera, seguido de más gritos de dolor.


Olivia Brown de Jeon, alisó su larga falda, estaba tan nerviosa, su hija de tan solo quince años, estaba por darle un nieto, uno que no les hacía demasiada ilusión conocer, pues era hijo del pecado. 


—Padre —la mujer levantó la vista al escuchar a uno de sus hijos mayores. El apuesto joven se acercó a su padre y le saludó con el respeto que un soldado debe ofrecer.


Erick Jeon, era el comandante de un gran batallón, al escuchar que su hija estaba a punto de parir, corrió para visitarla. —¿Qué sucede? —preguntó colocándose su gorro militar y sus guantes negros de cuero.


—Están atacando muy cerca de aquí, debemos irnos. —El comandante maldijo por sus adentros y caminó hacia su mujer.


—Deben apresurarse, es hora de irnos. —Olivia apretó sus puños al ver a su esposo alejarse con rapidez, por el pasillo principal. Tragó saliva al escuchar los llantos infantiles, había nacido el pequeño. La partera salió de la habitación, con sus ropas llenas de sangre.


—Es un varón. —anunció ella.


—Prepárenlos para viajar —ordenó ignorando la noticia.


—¿Qué? Señora, si me lo permite, no es recomendable, acaba de parir. —dijo con insistencia y preocupación.


—¡La guerra no espera! Debemos irnos, ahora mismo. —Olivia ingresó a la habitación, su hija estaba allí, con el bebé en brazos observándolo quieta, sin expresiones interpretables.


—Christine, debemos irnos. —anunció ella preparando la maleta de su hija con solo la ropa necesaria. La familia Jeon no eran millonarios, pero tenían un hogar y mejor economía que muchos otros, gracias al cargo del hombre. Sin embargo, y gracias a la grande crisis de esta guerra mundial, no podían darse tantos lujos.


—¿A dónde? —preguntó con calma, sin mirarla.


—No iremos tan lejos, Apresúrate por favor.


—Estoy adolorida, madre. —Se quejó y la mujer suspiró con cansancio.


—No exageres, andando.
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La oscuridad y la lluvia les saludaron al salir de casa, Christine tuvo que cubrir muy bien al recién nacido, quien lloraba incontrolablemente, la partera salió detrás con las maletas de la joven y las subió al auto. Estaba adolorida, apenas podía caminar. En el auto ya esperaba su hermano.


—¡Suban ahora! —gritó el joven.


—Noelia, olvidé mi bolso, ve por él —dijo Olivia a la partera, quien asintió y corrió hacia la casa.


De pronto, un gran estallido se escuchó cerca.  Los gritos de Olivia y Christine, apenas lograron escucharse, junto con los llantos del bebé.


—¡SUBAN! —gritó nuevamente él joven cuando otro estallido se escuchó aún más cerca y varios aviones militares volaron por encima de ellos.


—Tus hermanos siguen dentro, ve. —Empujó a Christine dentro del auto.


—¡Mamá! —gritó ella, al ver que su madre no subiría.


—¡Ve! Salvador, lleva a tu hermana. Yo iré por tus hermanos y nos iremos en el auto con tu padre. ¡Vayan ahora!


—Christine, ¡cierra la maldita puerta! —gritó el hermano. Christine negó con la cabeza mientras lloraba asustada.


—Los veré allá —dijo su madre por última vez.


—¡NO, MAMÁ! —Olivia cerró el auto y el muchacho arrancó.


Por la ventanilla trasera, Christine vio a su madre correr hacia la casa, y dos segundos después, esta estalló con su madre y hermanos dentro. Un grito desgarrador escapó de su garganta, asustando aún más a su hijo.


Salvador, miró por el retrovisor aquel suceso, un suceso que quedaría marcado en sus ojos verdes. Presionó sus labios con fuerza y siguió andando, por que su padre le había enseñado a ser un hombre, y ahora debía cumplir con su misión.
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Tras seis horas de viaje, los hermanos llegaron a Milwaukee, el lugar se veía pacífico, sin embargo, Christine estaba horrorizada, le aterraba el mirar al cielo y ver aviones pasar. Sentía que en cualquier momento escucharía bombas, el sonido de ellas aun no podía irse de su cabeza.


No había parado de llorar en casi todo el camino, sobre todo al escuchar el llanto del pequeño. Había perdido a casi toda su familia, de su padre no sabía ni sabría nada, pero lo más seguro es que también ya estuviera muerto, no lo sabía.


Salvador le ayudó a bajar, ella estaba aún más adolorida, bajó también las maletas e ingresaron a una casa más pequeña que la que tenían. —Entra —ordenó su hermano y ella así lo hizo. Observó el lugar, parecía algo viejo. —aquí vivieron nuestros abuelos, antes de morir por la gripe española en 1918. —Christine hizo un gesto de horror. —Madre vivió aquí desde entonces con una sirvienta que la educó, hasta que conoció a papá a los dieciséis y se casaron, él la llevó a vivir a... —cuando se dio cuenta que estaba hablando de sus ahora, probablemente difuntos padres, guardó silencio. Christine lo observó mientras mecía al niño.


—¿Qué haremos? —Ella solo tenía quince años y un hijo, su hermano tenía veinticinco y ninguno sabía realmente qué hacer.


—¿Ya pensaste en un nombre? —preguntó cambiando el tema. Christine miró al bebé quien se había quedado dormido. Negó con la cabeza, dejando las lágrimas caer.


—Ni siquiera se como cuidarlo. —sollozó impaciente.


—Lo harás, lo haremos juntos. Nos quedaremos aquí, papá nos dio dinero, debemos administrarlo bien, y solo esperar a que el tiempo decida.  Por lo pronto debo ir a... —Sacó de su pantalón, una hoja con una dirección.


—No me dejes sola, Salvador.  Tengo miedo.  —Le miró con ojos horrorizados, ella definitivamente no podría soportar quedarse también sin su hermano.


—Aquí no pasará nada, volveré pronto. —Aseguró sin mirarla.


—Salvador —insistió ella al borde del llanto.


—Volveré, lo prometo. —El muchacho salió de la casa y dejó sola a Christine, con un bebé en brazos y un inmenso dolor de duelo, perdió a sus padres y a cinco hermanos al mismo tiempo. No sería fácil, superar eso.


—Jungkook, así te llamaré. —Dijo dando un suave beso en su mejilla. Cualquiera pensaría que ella al ser su madre, daría todo su amor a ese bebé.


Pero fue todo un tormento, su hermano si regresó todas las veces durante los primeros tres años, pero un día simplemente no lo hizo más. La guerra terminó y se llevó a su hermano con ella. Dejándola totalmente sola y a merced de los peligros, con un niño de tres años, al que educar, y una responsabilidad, que para una persona de apenas dieciocho años, era difícil.


Christine Jeon, no sentía el amor de madre, y solamente había una persona que sufriría y cargaría con ello, su hijo.

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El Secreto de Jeon Jungkook [En Emisión]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora