El silencio de una reina

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—Te amo, hijo… —dijo Hafsa con voz apacible, casi susurrando—. Espero haber hecho bien las cosas. No dejes que los enemigos nublen lo que eres jamás. Hay mucha gente que te quiere sin condiciones ni expectativas, pero también muchos que desearán ese trono tuyo. Aprende a distinguir esas diferencias, mi pequeño Suleimán. Mi amor siempre te acompañará… en tus batallas… en tus victorias.

—Madre… no…

—Shhh… —sus labios temblaron—. Me voy feliz de este palacio. Extraño a tu padre… quiero verlo. Cuida de Hürrem, por favor. Tendrá nueve meses complicados… llenos de cambios. Ella se quemará por ti y estará a tu lado en lo que necesites.

Aquellas últimas palabras de la Sultana Madre aún rondaban la mente del Sultán. Como un eco sin fin, como una daga que se clava en el alma. Hafsa murió con una sonrisa en los labios… y él se estaba volviendo loco del dolor. En sus aposentos, con las cortinas cerradas, el aire olía a incienso y tristeza.

—Majestad —llamó Hürrem con voz tenue desde la entrada.

—Vuelve con los niños —ordenó él sin mirarla.

—Usted me necesita.

—Soy el Sultán. Estaré bien —contestó con frialdad, intentando mantener la postura que se esperaba de un soberano. Pero cuando alzó la mirada y se encontró con los ojos de su esposa, toda la máscara cayó. Hürrem se acercó sin decir nada y lo envolvió en un abrazo cálido. Él, con desesperación, se aferró a su ropa y rompió en un llanto desconsolado sobre su hombro.

—Shhh… está bien. Todo estará bien. No lo dejaré solo, ni un minuto…

—Hürrem… se ha ido. ¿Qué pasará ahora?

—Vivirá en el reino de Allah… y nos cuidará desde allí. Será la estrella más brillante del cielo.

—¿Cómo podré vivir sin mi madre… y su sonrisa?

Hürrem se removió con incomodidad. Sus ojos brillaban por el esfuerzo de contener sus propias lágrimas. Ella también lo había perdido todo tiempo atrás… lo único que quedaba de su pasado era Nilüfer.

—Lo lamento… sé que perdiste a tu familia. Fui insensible.

—No… El dolor de la pérdida no distingue estatus social ni riquezas. Puede llorar todo lo que necesite —susurró ella, acariciándole el rostro.

Suleimán se recostó finalmente sobre su lecho, y Hürrem lo acompañó. Tocó su brazo suavemente mientras él intentaba dormir. Desde que la sultana se había complicado, él no había cerrado los ojos ni un segundo. Veló su lecho, contuvo su aliento… hasta escuchar sus últimas palabras, hasta su último suspiro.

 Veló su lecho, contuvo su aliento… hasta escuchar sus últimas palabras, hasta su último suspiro

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El palacio entero se sumió en un silencio sagrado. Era un día de luto… de duelo eterno.

Los nietos de la sultana estaban reunidos en una habitación aparte. Mihrimah, con sus grandes ojos humedecidos, miraba al vacío. Sus lágrimas caían como cristales sobre su vestido. No era tonta. Sabía que su abuela había partido. En su corazón, aquella dulce mujer ahora vivía en el mar, en el viento, en las flores. Y en todo aquello que ella amó.

Serpiente Rusa |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora