Declaración de intenciones

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Siempre he tenido muy claro que soy una persona de letras. No es que fuese una completa negada y mostrase cero interés en cualquier otra disciplina más científica o artística, es que la conexión que sentía con lo relacionado a lo literario era simple y llanamente algo personal. La curiosidad que mostraba hacia ciertos círculos siempre utilizaba la lectura como medio para que se pudiera producir un acercamiento. Lo cual no es para nada extraño, porque ¿de qué forma podría informarme sobre un determinado tema si no es leyendo sobre el mismo? Más que nada porque la información como tal terminaba siendo un estímulo pasajero y un interés en cierto modo eventual. Yo lo que quería era leer y ya. De pequeña me gustaban muchísimo los dinosaurios y devoraba enciclopedias que iba adquiriendo sobre ellos. Realmente no tenía ni idea de la mayor parte de cosas que se mencionaban, ni de muchos de los términos usados —y a día de hoy sigo sin tenerla—, pero con lo que sí terminé fue con un conocimiento aproximado de ciertas cosas que atañen a estos maravillosos reptiles, y esa sabiduría es sólo mía. Puedo afirmar con toda confianza que disfruté cada segundo leyendo esas enciclopedias pese a que estas no estuvieran dirigidas a un público infantil como yo y por tanto no llegase a comprender la magnitud de lo que ahí se exponía.

A pesar de todo, la fijación obsesiva por la lectura adquirida en mi infancia se ha remitido, o, más bien, se ha adaptado a otros medios. Ya no leo tanto. Libros, quiero decir. Porque lo que es leer, es un acto que sigo practicando y disfrutando. Y es que soy una firme defensora de que, si bien el hábito de la lectura es enriquecedor e incluso útil, este no se limita a acariciar páginas de papel con los dedos. Una cosa que me gusta mucho es jugar a videojuegos, y de hecho es la actividad a la que más tiempo suelo dedicar en mi tiempo libre. ¿Cómo se enlaza esto con la lectura? Bueno, es muy simple. Quien niegue que, en los videojuegos (al menos en su mayoría) se ejerza un ejercicio de lectura en ocasiones constante, miente. A esto me refiero con el cambio de medio: sigo leyendo, pero usando más un medio distinto a los libros. Porque, al final, como otras formas artísticas, los videojuegos son una forma de compartir historias, sensaciones y sentimientos, de los cuales, una vez más, hay de tantos tipos que podría escribir una obra entera hablando sobre ello. En un videojuego, me leo los diálogos, las descripciones de objetos, textos que encuentro... Sintetizo toda esa información y la comparo con conocimientos anteriores, concretos del videojuego o generales, para formar una visión más amplia del cuadro que los desarrolladores han dibujado con líneas y líneas de código. Muy similar al ejercicio mental existente al leer una novela narrativa pero con el apoyo de otros vectores. Aunque no es él único motivo por el que me gusta jugar, es uno que hace que la experiencia se me haga más cercana y agradable.  Tampoco quiero enrollarme en exceso con este tema, así que volvamos al punto principal de esta parte.

¿Por qué he contado todo eso? Porque todo eso me llevó a que un día, acabando el bachillerato y ya en las puertas de la universidad me decidiera por estudiar periodismo. Bueno, Geronimo Stilton también es culpable en parte. Tras una vida cuyos pilares eran los anteriormente mencionados, ¿cómo iba a resistirme a una carrera de letras con salidas laborales que básicamente consistía en escribir? Entré sin pensarlo mucho. Cuando lees tanto, te terminas empapando sí o sí de estilos de escritura, de ortografía, gramática, léxico... Por supuesto que sabía escribir, y no muy mal, incluso había tonteado ya con la idea de escribir en serio (véase los aproximadamente 50 borradores que tengo aquí en Wattpad), así que sin duda iba a ser una carrera hecha para mí, la carrera que iba a estudiar y el eje sobre el que se configuraría mi futuro laboral. Oh, dios mío. No caigáis en la trampa del llamado templo del conocimiento. Si queréis estudiar mejor haced una FP.

De pronto me vi inmersa en un mundo en el que gran parte de la gente que formaba parte de él estaba ahí por una vocación informativa. Esa gente tenía aspiraciones, metas y referentes, mientras que yo estaba ahí porque, bueno, me gustaba leer, escribir y poco más. La salida que vi en su momento se convirtió en un tormento constante cuya voz cantante no para de repetirme que yo no debería estar ahí, junto con esas personas que de verdad querían ser periodistas hechos y derechos como Fulanito, que les había inspirado a escoger este camino en su vida para poder acercar conocimiento de la actualidad al pueblo y yo qué sé qué cosas. Sinceramente, y sin suavizar, a mí la actualidad me la trae bastante floja. Esa fue de las primeras barreras que me encontré, que, de golpe, los profesores buscaban inculcar una obsesión casi enfermiza a los alumnos por lo actual, lo inmediato, la noticia. No creo estar en posición de juzgar esto —fui yo quien se fue a estudiar periodismo al fin y al cabo— pero nunca me caló esa actitud, es más, comencé a sentir rechazo hacia ese modelo y a todo el sistema que le acompaña. Porque ya no es escribir sobre lo interesante y atemporal, a menos que sea para aprovechar el flujo de algo actual. Y ya empieza a caer todo el resto, esa inmediatez, lo que nos puede parecer noticia o no, nuestros deseos sujetos a una fuerza mayor que al final dicta de lo que podemos y debemos hablar y de lo que no y cuándo. Y ya ni hablemos del modelo del periodista, ese personaje con ciertas características que le hacen ser como es y que hacen que sea bueno en lo que hace. De entrada, ya os comento que es una persona extrovertida. Otro puñetazo en la cara. ¿Me estás diciendo que no puedo escribir arropada en la soledad de mi apartamento como un ermitaño que escribe ocasionalmente, sino que tengo que relacionarme con gente? Imposible. Todas las historias de periodistas introvertidos destruidas de un plumazo. Llega un punto en el que te das cuenta de que el periodista encargado de sacar a la luz tramas de corrupción políticas, contar los horrores de las guerras y demás no son más que cuento y vas a ver que la realidad es que vas a tener que escribir artículos prefabricados y teletipos que buscan interacciones ignorando la propia estructura de la noticia sobre cómo los millenials no se pueden permitir comprar un piso porque se gastan demasiado dinero en aguacates y cosas así. En lugar de esas aspiraciones dignas de una novela vas a estar supeditado a la propia ideología del medio y a la propaganda que se le ocurra publicar para satisfacer sus intereses.

Pero no todo son horrores, tengo que admitir que también han habido cosas buenas. Como periodista es necesario tener un conocimiento generalizado sobre muchas cosas, o eso sería lo ideal para tener al menos cierta idea sobre lo que se está escribiendo. Como consecuencia, también a lo largo de la carrera tuve muchas asignaturas que, aunque generalmente aplicadas al periodismo, trataban otras disciplinas como el derecho, la psicología, la semiótica y muchas otras derivadas de las ciencias sociales. Tampoco voy a ser yo quien diga que no aprendí absolutamente nada en los cuatro años que gasté estudiando, también en lo relativo a la escritura, siempre y cuando el docente de ego inflado de turno lo permitiera. Los profesores universitarios son en su mayoría unos frikis de lo más raritos, la verdad.

Fue el año pasado cuando finalmente me gradué y toda esa historia se acabó, aunque no del todo. Confiaba en que a lo largo de la carrera fuese encontrando mi lugar para saber qué hacer con mi vida. Y a día de hoy lo único que pienso es que ojalá hubiese estudiado Traducción e Interpretación. Dado que el mundo del periodismo no ha terminado siendo del todo de mi agrado, una vez terminé esa etapa quedé sumida en la incertidumbre de qué hacer a continuación. Un máster no, que es mucho dinero y al fin y al cabo es especializarse en algo concreto, justo de lo que más alejada estoy yo ahora mismo. Probé un trabajillo de temporada como primer acercamiento al mundo laboral y tras cerca de un mes trabajado para cierta empresa de envíos muy conocida me reafirmé en cosas que ya sabía, como que la gente es súper desagradable con los teleoperadores, y aprendí otras nuevas, como lo muchísimo que odio a la gente que trabaja en aduanas. Pero, con algo de experiencia laboral y un poquillo de dinero en el bolsillo, sigo sin saber hacia dónde dirigirme.

Vamos a volver un poco atrás en esta línea temporal de este texto sobre mis años como estudiante universitaria. Como todo graduado que se precie, para obtener ese dichoso diploma —o mejor dicho, la oportunidad de tenerlo, porque a saber cuándo llegará una vez lo solicitas— primero hay que pasar por la experiencia de elaborar un TFG, el Trabajo Final de Grado. Y, cuando digo experiencia, efectivamente me refiero a que es toda una experiencia. No voy a detenerme en todos los pormenores de esta historia, aunque quiero dejar claro que agradable no es una palabra que lo definiría bien. Una vez más, todo el mundo a mi alrededor tenía muy claro de qué lo iba a hacer acorde a sus propios intereses y metas, y de ahí salieron cosas bastante ingeniosas. Recuerdo a una chica de mi clase que hizo su trabajo sobre One Direction de algún modo aplicado al periodismo. Yo, como no podía ser de otra manera, fui pensando sobre la marcha y me decidí casi en el último momento: mi TFG consistió en una revisión del estado del arte sobre la evolución de las relaciones interpersonales en España desde el Franquismo hasta la actualidad en el marco de los grupos de pertenencia. Un coñazo, siendo sincera. El caso es que, pese a que la vivencia no fue la mejor, creo fervientemente que es interesante, y que en otras circunstancias radicalmente distintas habría disfrutando investigando y escribiéndolo. Sin plazos de entrega ni una tutora que ignorase mis mensajes.

Porque pese a todo, como he recalcado numerosas veces, a mí me gusta escribir. Y en ocasiones para escribir algo cautivador es necesaria una investigación preliminar o, en lo relativo a cuestiones más personales, cierta experiencia previa. Resulta a mi parecer de lo más agradable aprender cosas nuevas a la par que haces algo que te gusta. En un intento de cohesión respecto a todo lo expuesto en esta especie de preludio o, mejor dicho, declaración de intenciones, quiero escribir, y con ello, expresarme, sobre cosas que siento y padezco, hablar sobre aquello que me gusta y pienso. No quiero tirar por el retrete todo aquello que he aprendido como graduada en Periodismo, quiero ponerlo en práctica a mi manera, aunque sea en este espacio de una página como lo es Wattpad y de una forma más personal. Podría ser interesante, si mi constancia intermitente así lo decide.

Si has leído hasta aquí, muchas gracias, y sé bienvenida o bienvenido a esta cosa rara en la que básicamente hablaré sobre lo que a mí me dé la gana. Espero que encuentres interesantes las cosas sobre las que trataré a continuación, de la misma forma que lo son para mí.

Pensamientos baratos y desordenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora