Capítulo V: El futuro

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—Así que es nuestra hija —resolvió él cuando ya habían salido a la terraza de la Torre.

El viento corría fuertemente, por lo que Shizune estaba segura de que las palabras desaparecerían rápidamente. Ningún ANBU lograría escuchar de lo que estarían hablando, a menos que se acercaran a leerles los labios, pero ni siquiera eso podrían hacer sin alertar al padre de su hija.

—Sé que suena extraño —le dijo ella, pensando en que primero había ido por la opinión de Suzume, luego de Ino y, por último, Kurenai—. Ni yo lo entiendo.

Chiyō veía a su padre con ojos de admiración, como si él fuese un héroe y ella su fangirl. Shizune se preguntó si alguna vez, su supuesta hija, la viera con tal amor a ella, después de todo, era su supuesta madre. Claro, él era el que la acompañaba a caminar por sus bastos territorios luego del desayuno, mientras ella todavía trabajaba; pero, ella estaría igualmente presente, ¿no?

Era muy temprano para sentir un poco de celos.

—Yo tampoco —admitió él—, pero se parece a los dos —opinó mientras se inclinaba a ver a los ojos a su hija del futuro—. Aunque diría que se parece más a ti, Shizune.

Al menos, se dijo la mujer.

Sin querer, recordó una vez que fue por la señora Tsunade a una taberna que no cerraba nunca sus puertas. El señor Jiraiya dormía junto a ella en los puestos frente a la barra, donde seguramente habían bebido hasta morir. La rubia no despertó al principio, pero el viejo sí; la miró con una vista perdida que penetró hasta su alma, le sonrió y luego murmuró algo de que era una mujer demasiado vengativa. Ella se ofendió y lo dejó solo en la barra. Ahora se preguntaba si Jiraiya vio algo que tendría significado en el futuro, cuando estuviera casada y su hija solo tuviera ojos para su padre.

—Chiyō —llamó su padre, a lo que ella obedeció instantáneamente y se acercó a él un paso—. Dime, ¿qué hiciste ayer?

—¿Ayer? —la niña pensó con tal intensidad que sus pestañas parecieron quemarse—. Ayer fue el primer día de escuela, yo lloré porque no quería dejar a los perros. Me dijiste que podía no ir, pero mamá no estuvo de acuerdo.

Ah, se dijo Shizune, lo quería más a él porque era demasiado permisivo. Por alguna razón, ahora todo tenía sentido.

Se cruzó de brazos.

La morena no sabía si el tema de la maternidad la volvía un poco más sensible, o era el cansancio de haber acarreado a la niña de arriba para abajo, mientras buscaba respuestas en vano. O quizás era un poco de ambas.

—Claro que se acuerda de eso —murmuró Shizune, un poco ofendida por algo que ni siquiera había hecho aún.

—Bueno, mamá tiene razón —dijo él, mirando de reojo a su asistente—. Sin ella, no comería bien ni dormiría lo suficiente. Tampoco haría mi trabajo como debería —le confidenció él como si le estuviera contando un secreto a la niña: hincado mientras le susurraba a su oído infantil—. No tienes que hacerme caso en todo.

Su mirada seguía puesta en su asistente.

Aquel gesto hizo que algo en ella, que no sabía que existía, se manifestara. Era tal y como una lluvia inesperada en medio de un día soleado, y ahora estaba empapada de los pies a la cabeza. Los ojos de su jefe sobre ella se sentían como fuego, mientras hablaba de algo que, francamente, había sido lo más romántico que le habían dicho. Fue un momento difícil de procesar ya que, de repente, se dio cuenta que no estaba respirando correctamente. Sus mejillas se sonrojaron, a causa del pánico o la falta de aire. Su futuro esposo estaba reconociendo que la vida era mejor junto a ella, o eso quiso creer, ¿sí? Después de todo, para ella lo eran comer, dormir y trabajar de manera sana.

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